El Partido Nacionalista Vasco frente a su sombra

El nacionalismo gobernante en Euskadi ha creído durante demasiado tiempo que para él no regían las normas válidas para los demás partidos. El PNV no sólo ha creído que puede gobernar con socios diferentes en distintas instituciones al mismo tiempo, y que sólo él posee la capacidad para coaligarse con todos los demás partidos. No, además ha creído que podía gobernar -ejercer el poder, mucho poder- sin sustentarse en un discurso de legitimación de ese mismo poder. Es decir, ha creído que puede ejercer el poder y, al mismo tiempo, estar en contra del marco legitimatorio de ese poder. Y todo ello sin tener que pagar ningún precio, sin ninguna consecuencia.

Pero incluso al PNV le llegan las cuentas de la historia. Aunque sea por caminos quebrados. Enfrascado en su creencia de que todo y cualquier cosa le era posible, en un momento determinado creyó también que podía dejar atrás el tiempo estatutario, convencido como estaba de que ese tiempo ya no tenía vuelta atrás, de que toda la sociedad vasca había interiorizado el logro del Estatuto, que se convertía así en un nuevo punto cero a partir del cual definir nuevas reclamaciones.

Y en esa creencia, resultado de una equivocada lectura de la realidad social vasca, dio un paso que nunca debió dar: buscar la unidad de acción de todos los nacionalistas para conseguir una doble meta, la consecución de la paz y la desaparición de ETA y de su terror por medio de la consecución de los auténticos fines nacionalistas -la apuesta de Estella/Lizarra-. Y a ese desvarío llegaron sus promotores, además de como consecuencia de la equivocada lectura de la realidad social vasca, porque se asustaron al ver que el proceso de modernización del PNV emprendido tras la escisión de EA llevaba inevitablemente a plantearse la reforma, el cambio, la reformulación seria del mensaje sabiniano.

Llegados a ese punto, los héroes que proyectaron Estella/Lizarra se asustaron de su propio coraje, tuvieron miedo del abismo y dieron un paso atrás. Y se dijeron, no hace falta remodelar el mensaje de Sabino Arana; más bien al contrario: para conseguir la paz, la desaparición de ETA, lo que urge es la radicalización del mensaje tradicional, la vuelta a las esencias.

El espectáculo que está ofreciendo el PNV desde la sucesión de Xabier Arzalluz hasta este momento en el que Urkullu se siente obligado a proclamar por adelantado a Ibarretxe, de nuevo, como candidato a lehendakari, y al mismo tiempo a recordarle que la estrategia del partido la marcan el presidente, la ejecutiva nacional (EBB) y la asamblea nacional peneuvista -dando a entender que hay dificultades en la formación con la estrategia del lehendakari-, están poniendo de manifiesto que, aunque la historia sea lenta, siempre termina pasando la cuenta por los excesos previos.

En este espectáculo de los últimos años, el PNV se ha tragado a un presidente que se atrevió, por fin, a enfrentarse a su propia sombra, a dar el paso que los héroes que llevaron al PNV a Estella/Lizarra no se atrevieron a dar, el paso que enmascararon con una huida hacia atrás, hacia un Sabino Arana descontextualizado y radicalizado, más de 110 años después.

Josu Jon Imaz intuyó que el problema de Estella/Lizarra no se hallaba sólo en que hubiera fracasado, sino en que ese fracaso era debido a la incapacidad del PNV de adecuar su mensaje a las exigencias de los tiempos, de la compleja sociedad vasca y de la España democrática. Y el PNV se lo tragó, porque en el partido sigue imperando el miedo a la propia sombra.

Las divergencias entre la cúpula del PNV y el lehendakari Ibarretxe -manifiestas por ejemplo en los elementos del discurso de Urkullu en el Alderdi Eguna-Día del Partido citados anteriormente-, han estado a la vista de los analistas en los últimos tiempos. No es cuestión de volver a incidir en ellas. Lo que es preciso analizar es lo que se halla en la incapacidad de resolver esas tensiones internas. No es una simple cuestión de moderación y pragmatismo frente a posiciones más radicales. No es una mera cuestión de capacidad de negociación sin renunciar a los postulados originarios sabinianos. Eso pudo quizá ser así en otros tiempos, antes de la apuesta de Estella/Lizarra. Pero la historia no pasa en balde. No pasa en balde que desde el suelo pactado y pactista del Estatuto, el PNV se lance a una apuesta de unidad de acción nacionalista. Ni que el PNV estuviera dispuesto a pactar con ETA, aunque estuviera en tregua. Ni que, a pesar de todas las disposiciones del partido, ETA rompa una tregua tras otra.

No pasa en balde que el PNV se haya posicionado en contra de todas las medidas efectivas establecidas por los poderes democráticos de forma legítima en la lucha contra ETA. No pasa en balde que en cuanto el consejero de Interior del Gobierno vasco dice que la ilegalización de ANV y PCTV no aporta nada a la lucha contra ETA, ésta vuelva a atentar inmediatamente asesinando a un militar.

Las diferencias entre Ibarretxe y la cúpula del PNV no son las diferencias entre las dos almas del partido, son la manifestación del miedo del partido ante su propia sombra: Urkullu no consigue deshacerse de Ibarretxe -considerando que así lo quiera, como dan a entender todos los indicios-, porque el uno y el otro son dos caras de la misma alma.

Ibarretxe no es un accidente en el PNV. Es el resultado genuino de la apuesta hecha por la formación en un momento en el que creyó que todo le era posible, que la sociedad vasca le perdonaba todo y que estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa que hiciera. Máxime si suponía la desaparición de ETA. El problema del PNV no es Ibarretxe, sino una apuesta fracasada, cuya digestión ni ha empezado todavía. Porque no basta decir que aquello ya murió. No morirá hasta que el PNV tenga un discurso radicalmente distinto al que le llevó a Estella/Lizarra, como no morían los emperadores romanos para los habitantes de Roma hasta que un nuevo emperador era entronizado.

Y la actual cúpula del PNV no tiene ningún discurso alternativo, como no tiene discurso alternativo a la consulta popular. Las diferencias entre algunos dirigentes peneuvistas e Ibarretxe no alcanzan el nivel del discurso, porque el partido no se atreve a enfrentarse a su propia sombra, no se atreve a hacer lo que han tenido que hacer todos los partidos históricos: reformar su mensaje tradicional para ser capaces de abrazar la democracia. Así lo hicieron los socialistas renunciando al marxismo y a la nacionalización de los medios de producción o a la dictadura del proletariado; y los conservadores renunciando al Estado unitario centralista y al corporativismo.

Iñigo Urkullu no puede con Ibarretxe porque no tiene un discurso que oponer al radical del lehendakari. Si cada vez que habla en público tiene que repetir que todo el PNV está por la consulta, si sigue afirmando que la prohibición por parte del Tribunal Constitucional es una imposición antidemocrática y un atentado al autogobierno vasco, si no desautoriza explícitamente a Ibarretxe cuando dice esa y peores cosas, está diciendo, en definitiva, que no tiene alternativa de discurso. Por mucho que no le gusten algunos gestos del lehendakari. Y esa falta de discurso no se camufla con un plan llamado Think gaur Euskadi 2020, porque esto no deja de ser una maniobra de marketing, pero no es un discurso político de bases. Ni tampoco con la propuesta de concierto político, entendido éste como paso definitivo en la consecución del Estado vasco.

Ya no es cuestión de moderación para el Partido Nacionalista Vasco. Lo que necesita es una superación del mensaje sabiniano. Mal harían algunos gobernantes y algunos partidos si se conformaran simplemente con el PNV de siempre, pero con un talante más pragmático. Euskadi y España como Estado de derecho necesitan un PNV que reforme profundamente sus planteamientos. Lo exige la democracia, lo exige el pluralismo y la complejidad de la sociedad vasca. Lo exige la memoria de las víctimas asesinadas, que lo fueron por un proyecto como el pretendido por el PNV en la unidad de acción con todos los demás nacionalistas, incluida la ETA en tregua, en Estella/Lizarra.

Joseba Arregi, ex diputado del PNV y autor de numerosos ensayos sobre el País Vasco, como Ser Nacionalista y La nación vasca posible.