Son muchas las interpretaciones y las valoraciones que pueden hacerse de las pasadas elecciones autonómicas en Galicia y el País Vasco del pasado domingo. Sin embargo, en relación con el Partido Popular conviene recordar algunas cosas muy de fondo que han podido perderse de vista, pero que, a mi juicio, son fundamentales.
Después de las elecciones generales de marzo de 2008, el Partido Popular padeció unos meses de confusión y de tensión en los que las cosas no parecían estar claras. Si por una parte se afirmaba que los resultados habían sido relativamente buenos, por otra se aseguraba que era necesario proceder a una revisión en profundidad de la estrategia electoral del partido.
Lo que se pretendía era centrar el partido, es decir, situarlo en condiciones de obtener el voto del centro, que -se temía- había rechazado al Partido Popular como resultado de una oposición «crispada», según el término que acuñó la Fundación Alternativas, regida y poblada por personas de las que cabe suponer que no deseaban una victoria electoral de los populares.
En líneas generales y sin que hasta ahora haya sido posible medir con precisión la intensidad del cambio, el PP inició dubitativamente un nuevo estilo, especialmente en Cataluña y en el País Vasco, procurando evitar el rechazo de una parte fundamental del electorado y tratando de acercarse a los partidos nacionalistas, aunque fuera simplemente un acercamiento más retórico que otra cosa.
La idea fundamental que parecía hallarse detrás de este movimiento estratégico era que, puesto que la sociedad española es de izquierda y crecientemente nacionalista, la única opción del Partido Popular para ganar elecciones es actuar de manera que se produzca una movilización de la derecha (cuya fidelidad se da por descontada) y, al mismo tiempo, una desmovilización de la izquierda. Además, se daba por hecho que el votante del centro sólo concedería su voto al PP en el caso de que dejara de parecer el PP, es decir, en el caso de que desdibujara sus perfiles ideológicos y de que abandonara o al menos diluyera sus políticas.
Implícitamente, el Partido Popular, al aceptar esta idea, parecía renunciar a ensanchar su base electoral mediante el simple procedimiento de captar el voto de personas que nunca antes se lo hubieran otorgado, renuncia que, obviamente, llevaba aparejado un gran número de problemas de todo orden.
Lo decisivo, en todo caso, es que la lectura de los resultados electorales en que se inspira este movimiento de fondo está profundamente equivocada. Lo está porque el análisis fino de los datos electorales de marzo de 2008 muestran que el Partido Popular sí ganó la confianza del votante del centro, hasta un punto que ha dejado perplejos a los principales teóricos de la teoría de la crispación, que no entienden cómo es posible que el votante templado prefiriera arrolladoramente al PP de Mariano Rajoy.
Es fácil que quien advierte del error de alterar significativamente la línea seguida por el PP hasta 2008 sea caracterizado como duro o como partidario del radicalismo, pero, en realidad, esa resistencia puede estar motivada por el deseo de que el partido conserve el voto de centro que ya ha alcanzado y de que no actúe equivocadamente. Aun hoy día, muchos militantes del PP siguen sin ser conscientes del éxito extraordinario que su partido obtuvo en esa franja del electorado y parecen esforzarse en idear planes de conquista de territorios de los que ya son dueños.
Si el PSOE pudo renovar su mayoría no fue porque mantuviera el voto centrista, sino porque José Luis Rodríguez Zapatero acreditó ser lo bastante radical como para merecer el voto de la izquierda y del nacionalismo extremos, cuya lealtad al PSOE a medio plazo parece problemática.
Además, las elecciones de 2008 mostraron que el Partido Popular había obtenido sus mejores resultados allí donde la participación había sido mayor, no donde se había producido una alta desmovilización, y que el PP había logrado incluso obtener voto en lugares en los que le resultaba impensable hacerlo, como en el denominado cinturón rojo de Barcelona, donde muchos votantes de partidos de izquierda prefirieron votar al PP. El Viejo Topo, revista situada bastante lejos de los populares, se preguntaba en su número de verano de 2008: ¿Por qué los trabajadores votan a la derecha?
Evidentemente, hubo lugares en los que los resultados del PP fueron insatisfactorios (aunque no tan insatisfactorios como lo fueron los de los partidos nacionalistas, que quedaron en posiciones mucho más comprometidas que la del Partido Popular), pero la razón de la derrota del PP no tuvo nada que ver con el rechazo del votante moderado.
Independientemente de las interpretaciones coyunturales que se pueden hacer, las elecciones del 1 de marzo deberían servir para terminar de convencer al PP de que los mitos asociados a su análisis electoral oficial son pura y simplemente falsos. El PP es un partido extraordinariamente sólido y acreditado entre el electorado español, y su posición entre el electorado de centro es fortísima.Sin grandes esfuerzos -aunque ayudado por algunas circunstancias realmente llamativas- ha podido sustituir al nacionalismo y al socialismo gallegos mediante una campaña electoral seria que ha producido una participación altísima. Sin embargo, es evidente que la política pop no ha rendido los beneficios electorales que los heroicos militantes del PP vasco esperaban obtener, y que el consuelo de ser decisivos no oculta el desconsuelo de que se es decisivo en la decisión que otro plantea, no en la que uno quisiera.
Hay cosas que la gente espera del PP y cosas que no. Si hace las que se espera que haga es muy probable que el partido derrote a Zapatero, porque la dificultad que éste tendrá para conservar a su lado el voto radical es muy superior a la que deben tener los populares para conservar el voto que recibió en marzo de 2008, aunque la notable pérdida de votos en el País Vasco es una seria advertencia.
Ahora bien, el PP se encuentra muy bien situado para derrotar a Zapatero en el caso de que éste siga haciendo lo mismo que ha venido haciendo en los últimos años. Los populares han desarrollado una oposición exitosa en lo que atañe a la agenda de políticas simbólicas e identitarias impulsadas por el Gobierno. En ese terreno ya le han tomado la medida, porque el votante centrista ha dejado claro que si se pone en cuestión la cohesión territorial o los valores esenciales del sistema, está con el PP.
Sin embargo, uno de los posibles efectos de los resultados del 1 de marzo es que Zapatero altere profundamente su agenda y lleve el debate político a terrenos alejados de las cuestiones sistémicas.Se trataría, en suma, de generar una nueva agenda cargada de temas a los que el PP no ha dedicado la atención suficiente o incluso en los que se ha llegado a confundir realmente con el PSOE o se ha sentido incómodo.
En ese caso, el PP puede encontrarse con dificultades, salvo que acierte a explicar a la sociedad española de manera amable pero clara que algunas de las políticas que se han desarrollado en Occidente en las últimas décadas son inviables y deben ser profundamente rectificadas. En ese momento, el PP deberá abordar con rigor algunos debates de fondo sobre su modelo económico y social que las aventuras de Zapatero le han permitido aplazar hasta ahora porque había otras cosas sobre las que hacer oposición.Es decir, el PP deberá iniciar un trabajo serio de reconstrucción ideológica y de elaboración de políticas.
Miguel Angel Quintanilla, profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid.