El patriotismo económico

Por ¿?, Director del Instituto de Política Económica de Colonia, Alemania (ABC, 04/03/06):

LA opa recientemente lanzada por la compañía eléctrica alemana E.ON sobre la española Endesa hubiera tenido que pasar a los anales de la historia, si sale adelante, como la que en 1999 lanzó el grupo británico Vodafone sobre uno de sus mayores competidores de la telefonía móvil en la UE, la alemana Mannesmann: una operación empresarial de fusión entre dos grandes empresas sin precedentes en su sector respectivo. Pero no ha sido así, pues nada más conocerse la noticia, el presidente del Gobierno español ha tomado personalmente cartas en el asunto y, junto con su ministro de Industria, ha puesto en marcha sendos dispositivos de autodefensa. En Alemania, por cierto, el Gobierno federal no se ha inmiscuido ni en esta opa ni en la de Vodafone. En Alemania no hay institución alguna que pueda poner trabas a una opa o incluso vetar la fusión entre dos empresas por el mero hecho de que una de ellas sea extranjera. En España, por el contrario, el Ejecutivo ha ampliado rápidamente las competencias de la CNE para poder desanimar, si cabe, a la empresa alemana en su puja por Endesa.

En esta diferente forma de actuar a nivel político se manifiestan discrepancias conceptuales de fondo. Uno de los planteamientos básicos es partidario del mercado: en él subyace la convicción de que la libre competencia en los mercados de bienes y servicios es el mejor mecanismo para lograr una eficiente asignación de los recursos y crear las bases para que la economía pueda ser dinámica y generar prosperidad para todos. El planteamiento opuesto es el del intervencionismo. Su razón de ser deriva de una profunda desconfianza en las reglas del mercado en cuanto a los resultados que producen y en la creencia de que el Estado dispone de una sabiduría superior a la de los agentes económicos para alcanzar los objetivos de crecimiento y empleo trazados por el Gobierno. El Tratado de la UE define el modelo económico para su área como de libre competencia. Por consiguiente, los partidarios del concepto pro mercado son coherentes cuando apuestan por la libertad de circulación de capitales en la UE, que es uno de los pilares del mercado único. Los adictos al enfoque intervencionista, sin embargo, no lo son, con la consecuencia de que anteponen el llamado «patriotismo económico» a la integración europea. Por eso no es de extrañar que el presidente del Gobierno español no piense que sea contradictorio apoyar oficialmente la oferta de compra de Endesa por Gas Natural pero dejar bien claro que la opa competidora de E.ON no es bien recibida.

Con ello, España se alinea con otros socios comunitarios -en primera línea, Francia- que se decantan por una política creadora de «campeones nacionales». El Gobierno francés no ha tardado en propiciar la fusión entre las empresas energéticas Gaz de France y Suez y de este modo salir al paso de una eventual opa de la italiana Enel. Esta forma de actuar, aplicando métodos muy sutiles, tiene tradición en Francia y se ha aplicado con éxito también en otros sectores, como la industria de la alimentación (Danone), la química y farmacéutica (Sanofi-Aventis) o la banca (BNP Paribas), entre otras. Italia tampoco se queda corta, como se recordará en España, cuando el año pasado el Gobierno hábilmente frustró la compra de la Banca Nazionale del Lavoro por parte del BBVA.

Los argumentos esgrimidos para justificar el «patriotismo económico» son siempre los mismos: que de un sector estratégico (ahora el de energía) se trata, que es de interés nacional tener empresas fuertes en el mercado con los centros de decisión ubicados en el propio país, que hay que asegurarse el autoabastecimiento energético en la mayor medida posible, que los consumidores deben ser protegidos ante eventuales subidas de precios. Todo esto le suena bien a la gente. Pero cuando los intervencionismos estatales en la economía son tan aplaudidos por el público, el camino hacia el puro populismo no está lejos.

El concepto del «patriotismo económico» no figura en ningún manual moderno de economía. Empresas gestionadas con patriotismo suelen ser empresas gestionadas con criterios políticos y, por consiguiente, mal gestionadas, pues queda suspendido el reto de la competencia como motor de la innovación y la eficiencia. El capital extranjero rehúye tales empresas; los buenos gestores, ingenieros y demás personal cualificado de fuera, también. En el caso de E.ON, los grandes bancos de inversión, asustados por las medidas ad hoc que ha adoptado el Gobierno español, ya han aconsejado a los inversionistas internacionales que sean cautelosos a la hora de plantearse la compra de acciones de empresas energéticas españolas.

¿Qué ganaría España si unilateralmente se apartara de la afluencia de capitales foráneos? Según estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía, el consumo mundial de electricidad se va a duplicar en los próximos veinticinco años. Las inversiones que hay que realizar para hacer frente a este reto energético mundial ascenderán, como mínimo, a unos 700.000 millones de euros (a precios de hoy). Aquí se abren grandes oportunidades de producción y empleo para la industria energética europea. ¿Estarían las empresas energéticas españolas en condiciones de aprovechar estas oportunidades yendo solas, aunque se vayan a fusionar unas y otras entre sí?

También se intensificará a escala mundial la competencia por el abastecimiento de los recursos naturales. En Europa es notorio el poder de mercado que tiene la gasista rusa Gasprom. Si las empresas energéticas europeas se plantearan estrategias paneuropeas, mejorarían su posición de negociación a la hora de contratar suministros estables desde Rusia u otros países fuera de la UE. En otras palabras: la directiva europea de crear un mercado sin fronteras para la energía está bien fundada, puesto que trata de evitar un debilitamiento del sector que sería inevitable en el caso de que nacionalismos económicos lo fragmenten.