El patriotismo y la indignidad de Torra

En su mensaje a los españoles ante la crisis provocada por el Covid-19, el Rey nos alentó a tener confianza en la capacidad de la sociedad española para superar las dificultades y recuperar “su pulso, su vitalidad, su fuerza”. De fondo oigo el ruido de la cacerolada contra el Jefe del Estado promovida por los nacionalistas y Podemos, en un repugnante ejercicio de oportunismo político, sobre todo cuando viene de un partido que está en el Gobierno y que debería dar ejemplo de lealtad institucional y sentido de Estado en uno de los momentos más difíciles de la historia reciente de España.

De los políticos separatistas nunca debimos esperar nada, aunque algunos nos empeñamos en hacerlo al menos hasta que vimos su infame gestión de los atentados de agosto del 2017 en Cataluña. Insisto en que su falta de escrúpulos había quedado sobradamente acreditada con anterioridad, pero fue entonces, cuando Puigdemont y sus acólitos empezaron a sugerir que el Gobierno de España había permitido la matanza por haberse producido en suelo catalán, cuando algunos abandonamos cualquier esperanza en torno a la decencia de los dirigentes separatistas y sus voceros mediáticos.

Ahora, políticos y tertulianos separatistas acusan al Gobierno de jugar con la salud de los catalanes y de aprovechar la crisis sanitaria para laminar el autogobierno catalán; desprecian las llamadas a la unidad del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y pretenden presentarlo como un fanático desalmado que antepone la unidad de España a la salud de los ciudadanos de Cataluña. Piensa el ladrón que todos son de su condición.

Es tan lamentable la acusación que a uno se le pasan las ganas de cuestionar siquiera la respuesta del Gobierno, acaso errática y tardía, pero en ningún caso siniestra como pretenden los nacionalistas para intentar sacar rédito del drama. Esa es la catadura moral de los socios que el propio Sánchez eligió para su investidura, en lugar de aceptar la vía de la unidad constitucionalista propuesta por Inés Arrimadas.

Ya habrá tiempo de cuestionar la respuesta de las administraciones, no solo del Gobierno central, y de exigir responsabilidades, pero ahora es momento de arrimar el hombro y trabajar unidos desde la responsabilidad y la lealtad, tratando de aportar soluciones a los problemas de los ciudadanos, dramáticamente acrecentados por la pandemia.

Es momento de solidaridad, de sentido cívico, de grandeza de espíritu y de patriotismo, entendido a la manera de Azaña no como un código de doctrina, sino como una disposición del ánimo que nos impulsa, como quien cumple un deber, a sacrificarnos en aras del bien común.

El patriotismo es la virtud cívica que inclina a los ciudadanos a participar activamente de los asuntos públicos, renunciando a la comodidad del individualismo y poniéndose a disposición de la sociedad, modificando su comportamiento en pro del interés general. Es la antítesis del nacionalismo, que, como dice Orwell, es inseparable del deseo de poder y “piensa siempre en términos de victorias, derrotas, triunfos y humillaciones”.

Esa es la pasión que subyace al comportamiento inmoral de Torra, que prosigue su batalla contra “Madrid” como si aquí no pasara nada; hablando impasible de recentralización de competencias y de la supuesta España radial; despreciando nuestro Estado democrático y ensayando pueriles juegos de palabras para seguir alimentando la confrontación; y mintiendo, incluso, en medios internacionales sobre las medidas del Gobierno central contra el coronavirus.

Es evidente que siguen pensando en términos de victorias, derrotas, triunfos y humillaciones. La historia les juzgará como nacionalistas cerriles incapaces de comportarse dignamente ni siquiera en las circunstancias más dramáticas.

Por suerte, la indecencia de políticos alicortos como Torra es inversamente proporcional a la dignidad que está mostrando la sociedad española, dignidad personificada especialmente en nuestros profesionales sanitarios, cuya generosidad merece un reconocimiento que trascienda esta crisis.

No debemos olvidar nunca su ejemplo. Pero nuestros médicos y enfermeros no son los únicos que derrochan responsabilidad, sino que su modelo se extiende a lo largo y ancho de nuestro país entre farmacéuticos, barrenderos, empleados de supermercados y ciudadanos de toda clase y condición que aúnan esfuerzos para parar unidos la propagación del virus.

En su célebre Piloto de guerra, Saint-Exupéry apelaba a la responsabilidad individual y a la unidad de los franceses durante la Segunda Guerra Mundial, justificando la necesidad de unidad en la responsabilidad compartida de los franceses ante el mundo. “Cada uno es responsable de todos; cada uno es el único responsable; cada uno es el único responsable de todos”, concluye.

También nosotros, cada uno de nosotros los españoles, debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad ante nuestra sociedad y ante el mundo, y para ello es imprescindible que permanezcamos unidos frente a la adversidad. Lo hemos hecho en otros momentos de nuestra historia reciente y estoy seguro de que lo volveremos a hacer ahora. Nos lo debemos a nosotros y a nuestros mayores.

Nacho Martín Blanco es diputado de Ciutadans en el Parlamento de Cataluña.

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