El payaso se despide del mundo

La intervención del presidente George Bush ante las Naciones Unidas es un acontecimiento que no puede pasar desapercibido. Ya sé que al tratarse de una Asamblea General, a la que asisten prácticamente todos los jefes de Gobierno o de Estado a echar su discurso, cada país tiende a resaltar el de su líder, que para eso tiene los medios suficientes. Con lo oído y leído hasta ahora se puede asegurar que cada cual ha dicho lo que se esperaba de él, porque esas reuniones de las Naciones Unidas están pensadas como un expositor de ideas virtuales. Si el principio de todo dirigente político pasa por tener un alto concepto de sí mismo, al menos mientras está en el poder, no es difícil sacar la conclusión de que se tiene a sí mismo por un portento. ¿Y qué mejor ocasión para asombrar al mundo que aprovechar esa oportunidad que brinda la ONU?

Pero el caso de George Bush resulta diferente por muchas razones. Bastaría citar dos evidentes y fundamentales. Es su última intervención en una asamblea general y por tanto su despedida ante el mundo. Y el mundo del que se despide no es el mismo; hay un antes y un después de George Bush. Cómo fue posible que este majadero, convicto y confeso, llegara a presidente de Estados Unidos será con toda seguridad uno de los temas estrella de los historiadores norteamericanos. Por supuesto que habrá quien le defienda hasta llegar a esa expresión, tan apropiada en el lenguaje de lo políticamente correcto: no fue tan mal presidente como se cree, tuvo sus cosas positivas. No conozco ningún líder, por más tirano e inútil que haya sido, que no tenga en su haber un puñado de historiadores o periodistas que le hayan encontrado lindezas inolvidables. Bastaría referirnos a nuestra historia. Si hubiera que buscar una figura del pasado en la que parece que todos coinciden es en aquel bribón zafio conocido como Fernando VII. Pues bien, les recuerdo a los que no están al tanto de estas cosas que hay una colección de memorias y monografías dedicadas a ensalzar la figura de aquel rey felón.

Hasta este gesto final de despedirse del mundo en las Naciones Unidas tiene mucho de sarcástico, y hasta de cómico, porque el presidente Bush actuó desde el primer momento no sólo al margen de la ONU, sino incluso poniéndole todas las dificultades y trabas, con el ánimo de hacerla explotar. ¿No se acuerdan de aquellos artículos de nuestros egregios comentaristas despreciando a la ONU por obsoleta y por no responder a las exigencias del momento, esas exigencias que representaban los tres mentirosos de la foto de marras, vísperas de la invasión de Iraq? ¿Y Bolton? ¿Ya se han olvidado de aquel individuo con bigote a quien Bush nombró su representante en la ONU y que empezó a desempeñar su función tras afirmar que lo mejor que se podía hacer con la ONU era disolverla, o al menos sacarla de Estados Unidos porque les resultaba cara y engorrosa?

Y ahora fíjense lo que son las cosas, ahí le tienen hecho un campeón de la defensa de la Carta Fundacional de la ONU, incluso teniendo el descaro de reprochar a Rusia haber violado la Carta por invadir Georgia; posiblemente la única invasión militar justificada de la historia de Rusia, que las hizo a puñados. Y lo dice él que lo ha violado todo, empezando por la razón y la vergüenza. Es una pena que los diarios españoles, al menos los que leo yo, no hayan recogido la enumeración de "revoluciones" poéticas de Bush, en su despedida del mundo: la "revolución de las rosas" en Georgia, la "revolución naranja" en Ucrania, la "revolución de los cedros" en Líbano y la "revolución de los tulipanes" en Kirguistán. Hay que tener mucho cuajo para decir cosas así y luego citar los avances democráticos en Afganistán e Iraq, y pedir que cese la violencia de Sudán en Darfur. A mí, como a muchos, nos parecen magníficas las rosas georgianas, las naranjas ucranianas, los escasos cedros que quedan en Líbano, y los tulipanes de Kirguistán, y hasta no acabamos de entender la violencia de los musulmanes sudaneses sobre los cristianos en Darfur, pero eso en boca de Bush me parece un ejercicio desmesurado de cinismo. Reprocharle al Irán de los ayatolás su poco respeto por las resoluciones de la ONU cuando Israel, apoyado por Estados Unidos, se ha pasado por el forro las innumerables resoluciones de las Naciones Unidas desde 1967, es un principio de la llamada ley del embudo.

"Ayudemos a que la democracia prevalezca", ha dicho en su despedida George Bush. Sólo contemplar sus años de presidencia, a vuelo de pájaro, sin entrar en muchos detalles, fue desde el primer momento una limitación a la democracia. Bastaría el doloso enjuague con el que consiguió la victoria en las urnas, con la complicidad de su hermano y la colaboración de los grandes medios de comunicación y esas magníficas entidades de crédito e inversión que ahora nos van a costar un ojo de la cara. Los presidentes débiles e incompetentes son siempre un gran negocio para los expertos en grandes negocios. Es un lugar común decir que los presidentes de EE. UU. no gobiernan, que sólo son los títeres de los poderes reales y de los expertos. Boberías. Por muy idiota que sea un presidente, y es difícil superar la cota de George Bush jr., siempre tiene en sus manos el poder. La última palabra y la última firma han de ser las suyas. Las teorías históricas de la conspiración, por muy reales que parezcan, exigen siempre la prueba del algodón de la verosimilitud. Y esa pátina de verosimilitud es la que otorga el gobernante.

El presidente que consideró la lucha contra el terrorismo islámico su tarea primordial se despide del mundo habiendo multiplicado, él solito primero, y con ayudas varias después, ese mismo terrorismo que decía combatir. Y ahora estamos metidos en una dinámica criminal, donde entre terroristas y antiterroristas han constituido una empresa globalizada de difícil desaparición. Y es que hay tanta gente que vive, se enriquece y hasta diseña los futuros, que es prácticamente imposible salirse de esa dinámica. Cuando se haga un balance con perspectivas del George Bush hijo en la presidencia de Estados Unidos, ¿se dirá que luchó contra el terrorismo islámico o que fue el mayor generador de terrorismo islámico del siglo XXI?

Es verdad que los momentos difíciles suelen coincidir con los estadistas más incompetentes. ¿A quién se le ocurrió invadir Afganistán en la búsqueda de un personaje, Bin Laden, que aún no han encontrado? Pero ahí estamos. Y ahí estamos nosotros, los españoles y las Naciones Unidas, en un laberinto sin sentido, donde resulta imposible imaginar nada que pueda ser peor aún de lo que está sucediendo. Me limito a lo que acaba de decir Helmut Schmidt, el veterano estadista alemán, nada sospechoso de otra cosa que no sea talento y mala leche: "No tenemos nada que hacer en un país donde nunca entendimos nada". Afganistán ayudó a quebrar el imperio británico, ayudó a quebrar la Unión Soviética y ahora ayuda a quebrar Estados Unidos. Un pueblo con mayoría de cabreros y drogatas, no nos engañemos, derrotando a los imperios de Occidente. Y por si fuera poco, la aventura de Iraq. El pozo sin fondo donde se enterrará la economía norteamericana arrastrando a todo el que pille de camino.

De toda la intervención de ese gran payaso de Occidente, subido al magno estrado del Parlamento del Mundo, yo retengo un detalle memorable. Antes de empezar Bush sus palabras sobre el terrorismo y la democracia, hubo de esperar a que le concediera la palabra el presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que no era otro que Miguel d´Escoto, actual representante de Nicaragua ante la ONU. Este cura sandinista ejerció como ministro de Asuntos Exteriores de Nicaragua durante diez años, y exactamente en 1983 fue objeto de un atentado terrorista, obra de la CIA norteamericana, que estuvo a punto de costarle la vida.

Gregorio Morán