El peligro es apaciguar: ¿cuándo nos daremos cuenta?

«El apaciguador entrega a sus amigos a un cocodrilo; espera que, alimentándolo lo suficiente, lo vaya a comer el último», reza la frase atribuida a Winston Churchill, quien durante los años treinta auguró que Hitler no se iba a dar por saciado nunca. La historia advierte de que apaciguar únicamente aumenta las ansias del apaciguado, el cual considera que nunca dejará de obtener ventajas mientras presione. Los británicos aprendieron la lección del apaciguamiento en 1939 cuando para ponerle freno tuvieron que ir a la guerra. En España hemos aprendido la lección hace poco (año 2017) y sin embargo ya la hemos olvidado. O más bien la ha olvidado el Gobierno, que es el que nunca debería hacerlo.

El nacionalismo dentro de un Estado es un ente al que no se puede apaciguar porque tiene una meta volante extremadamente alta e imposible de conseguir sin un enfrentamiento directo: la independencia. Separarse del Estado que no les deja ser Estado-nación por su cuenta es la piedra angular de todos los secesionismos. Sucedía con los eslavos en el Imperio Otomano y con los magiares en el austrohúngaro. (Que tomen nota en Podemos, estos sí que son Estados plurinacionales). Apaciguar los nacionalismos a base de concesiones (como sucedió en estos ejemplos y como ha sucedido en España desde los años 90) no hará desaparecer la meta de la independencia. Con cada concesión se verán más cerca de lograrla y por lo tanto redoblarán sus esfuerzos por, primero, acercarse más a ella a base de debilitar al Estado, y, segundo, conseguirla enfrentándose directamente al Estado cuando esté débil.

En España, el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos a los sucesivos gobiernos ha sido a costa de debilitar al Estado. Poco a poco, el Estado ha ido saliendo de sitios como Cataluña y el País Vasco (a donde tuvo que volver por la fuerza por causa del terrorismo). Ahora se da la situación en la que un Estado que aun no ha recuperado toda la fuerza que perdió en Cataluña tras el 1-O, se empeña en continuar entregando más comida al cocodrilo. Solucionar la cuestión catalana con diálogo, como quieren desde Moncloa, implicaría aumentar el número de competencias transferidas, entregando a los secesionistas la independencia de facto para que así dejen de buscarla de iure. El problema es que el cocodrilo nunca se harta: cuando tener la independencia de facto le parezca poco, querrá la independencia de iure.

Pedro Sánchez depende del independentismo para mantenerse en el poder, no tiene sentido negarlo. Lo que sucede es que su supervivencia también depende (de forma crucial en el medio plazo) del voto españolista de la izquierda. Se encuentra en la diatriba de que sus gestos al independentismo no son suficientes para ahuyentar al cocodrilo pero sí que bastan para alienar al votante españolista del que puede depender su reelección. Si Sánchez no se lanza a convocar elecciones es porque teme que igual no le salga el pastel con tan buena pinta como a José Félix Tezanos en su cocina del CIS. Pero el independentismo también está en un brete semejante al del presidente: lo que se le pueda dar para apaciguarlo ya no lo llena, sin embargo tampoco se siente lo suficientemente seguro como para ir a por otra intentona de independencia por la fuerza, especialmente desde que hay una voz que advierte de la vida en la cárcel que espera a los que fracasan. A su vez, Quim Torra tiene que apaciguar a los cachorros del independentismo más salvaje, los CDR, que se le han ido de las manos y que están tan hartos de que España les de migajas como España de entregárselas.

Sánchez debe entender, como han entendido otros antes que él, que el apaciguamiento, además, empeora el conflicto a largo plazo. Si Francia y Gran Bretaña se hubieran enfrentado a Hitler en 1936, cuando invadió la zona desmilitarizada de Renania, habría habido una guerra general pero mucho más leve que la del 39.

Que se desengañen en Moncloa. Dando más competencias solo se agravará el problema territorial. Lidiar con una Cataluña que sea quasi-independiente en términos competenciales será inmensamente más difícil, y no en términos logísticos sino en términos de reconstrucción y convivencia: ¿cómo comenzar de cero cuando va a haber una parte de la sociedad catalana que recuerde que, por la vía de la presión al Estado, pudo conseguirlo casi todo? Es vital que Sánchez comprenda que el apaciguamiento es inútil, que la meta volante de la independencia jamás desaparecerá, y que con cada competencia que ilusamente transfiera a la Generalitat solo se exacerbará el conflicto al que inevitablemente están abocados el apaciguador que se harta de dar y el apaciguado que pierde la paciencia.

Alfonso Goizueta Alfaro es ensayista político.

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