El peligroso hundimiento de los emergentes

Es hora de poner el ascenso de las economías emergentes en perspectiva. El veloz crecimiento económico que se produjo en gran parte del mundo en desarrollo desde inicios del siglo se basó en el auge de los commodities y la ultraexpansión crediticia. Pero por falta de reformas estructurales suficientes, la bonanza de los mercados emergentes no fue sostenible.

Hoy, la suerte de la mayoría de estas economías cambió totalmente. Rusia y Brasil se hundieron en serias crisis, con inflación de dos dígitos acompañada de una contracción del 4% del PIB el año pasado. Sudáfrica apenas crece. El espectacular ritmo de expansión de China se redujo a menos del 7%. A nadie sorprende que Goldman Sachs haya cerrado su deficitario fondo de inversión en los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China).

De hecho, el futuro de los BRICS (con Sudáfrica) y de otros mercados emergentes se ve sombrío. Fuera de Asia, la mayoría de las economías en desarrollo dependen de la exportación de materias primas, lo que las hace sumamente vulnerables a variaciones bruscas de los precios. El derrumbe del petróleo redujo más de la mitad el valor del rublo ruso respecto del dólar estadounidense, y es probable que la caída no haya terminado (especialmente si la Reserva Federal de los Estados Unidos sigue subiendo los tipos de interés).

Es de prever que los precios de los commodities se mantendrán bajos durante una o dos décadas, como ocurrió en los ochenta y los noventa. En el caso del petróleo (por ejemplo), hay un aumento de la oferta de energía impulsado por el gas de esquisto, el petróleo “compacto”, el gas natural licuado y la cada vez más competitiva energía solar y eólica, a la par que una década de precios altos alentó el ahorro y redujo la demanda.

El derrumbe de los commodities será un duro golpe para los habitantes de los países emergentes, acostumbrados a medir sus ingresos en dólares estadounidenses; la devaluación de las monedas locales acelerará la sensación de pobreza. También los gobiernos tendrán problemas, ya que el endeudamiento externo (impulsado por una expansión fiscal y monetaria que produjo poco crecimiento) se hará mucho más gravoso, mientras que el estímulo a las exportaciones derivado de la devaluación será pequeño, por no haberse creado capacidades nuevas fuera del sector commodities. Es probable que la presión de los vencimientos produzca varias crisis de deuda en los mercados emergentes.

En el corto plazo, la situación de Brasil es la más preocupante, por su cuantiosa deuda pública y su enorme déficit presupuestario. Pero a medio plazo, China despierta aún más temores. Como regla general, la suma de la deuda privada y pública total de una economía emergente no debería superar el 100% de su PIB. La de China ya supera el 250%.

El defecto crucial de los BRICS es la mala gobernanza. El índice de corrupción percibida de Transparency International, que evalúa a 175 países, sitúa a Sudáfrica en el lugar 61, a Brasil y la India en el 76, a China en el 83 y a Rusia en el 119. La mala gobernanza dificulta a los países crear riqueza y capacidad productiva en forma duradera, aunque el defecto sólo se vuelva evidente y dañino cuando llega el tiempo de las vacas flacas. Como dijo Warren Buffet: “Cuando baja la marea se descubre quién nadaba desnudo”.

Un combate eficaz a la corrupción demanda que los pueblos echen a los líderes corruptos; de allí la importancia de la democracia. Los cambios de régimen en Ucrania y Argentina, y la victoria de la oposición en las recientes elecciones legislativas en Venezuela son preanuncio de lo que vendrá. Brasil puede ser el próximo.

Los mercados emergentes pueden resurgir, siempre y cuando implementen mejoras de gobernanza y reformas estructurales para impulsar el crecimiento potencial. Pero eso llevará tiempo. No sería raro que vengan dos décadas de crecimiento global lento.

Occidente no debe dejarse estar. Tras haber puesto excesivo énfasis en la gestión de la demanda, ahora Europa debe tratar de reducir el peso fiscal y regulatorio del Estado, para que sus economías puedan empezar a crecer otra vez. También debe abrir los hoy atrofiados mercados de mano de obra, servicios, capital y productos digitales.

Occidente debe cooperar para fijar criterios mundiales, mientras todavía puede. La democracia, el Estado de Derecho y la economía de mercado son valores por los que vale la pena luchar. La agresión rusa en Ucrania y las guerras en el norte de África y Medio Oriente demuestran la necesidad de reforzar la OTAN y de que Europa sea capaz de defenderse a sí misma, en vez de seguir dependiendo de Estados Unidos.

El G7 ya recuperó peso internacional al coordinar las sanciones contra Rusia. Debería continuar, impulsando acciones para hacer frente al estancamiento que viene. En este sentido, tanto el Acuerdo Transpacífico como la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión son importantes iniciativas.

Las organizaciones y estructuras institucionales con liderazgo occidental se volverán especialmente importantes, ahora que los organismos internacionales están perdiendo relevancia. En particular, es probable que el veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad paralice a las Naciones Unidas. El único organismo del que puede esperarse un papel más destacado es el Fondo Monetario Internacional, destinado a convertirse en tutor de varias economías emergentes grandes (las más probables, Venezuela, Argentina y Brasil).

Dejando a un lado la economía, China y Rusia se plantean como los principales desafíos. Estos dos grandes países emergentes todavía tienen regímenes autoritarios manejados por élites gobernantes que (habida cuenta del inmenso patrimonio que han amasado) tal vez sean las más corruptas de la historia.

Cuando se vean sometidos a presiones, es improbable que sus transformaciones sean pacíficas. El Kremlin ya mostró (con sus guerras en Ucrania y Siria) que está dispuesto a contrarrestar los problemas internos con agresiones externas. Eso difícilmente cambiará, a menos que se haga algo para detenerlo. La caída de las economías emergentes puede tener un impacto mucho más duradero que su ascenso.

Anders Åslund is a senior fellow at the Atlantic Council in Washington, DC, and the author, most recently, of Ukraine: What Went Wrong and How to Fix It. Traducción: Esteban Flamini.

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