El peor amigo de sus amigos

Nunca ha sido más difícil ser amigo de Israel. Que se lo digan a Stephen Harper, el primer ministro canadiense más proisraelí en mucho tiempo, que se encontró en la incómoda posición de ejercer de anfitrión de su homólogo israelí, Binyamin Netanyahu, justamente el día en que Israel decidió saltarse muchos de los principios éticos y de legalidad internacional tan queridos en Canadá.

Incluso para los tradicionales amigos de Israel se hace difícil aceptar la versión oficial que presenta la Flota de la libertad como una amenaza a su seguridad, o a la organización humanitaria turca que fletó el Mavi Marmara como un grupo de apoyo a causas terroristas. No parece que vaya a convencer a la opinión pública internacional ni mucho menos a su hasta ahora aliado, el Gobierno de Turquía.

La sola acción de este pasado lunes ya justificaría un giro radical en la actitud de una tradicionalmente aliada Turquía. Pero es que en la relación con Ankara llueve sobre mojado. Israel desencadenó su mortífera ofensiva sobre Gaza en el invierno del 2009, precisamente cuando Turquía estaba en plenas negociaciones indirectas para intentar acercar posiciones entre Siria e Israel. El encontronazo público en Davos pocos días después entre el primer ministro turco, Recep Tayipp Erdogan, y la cara amable de la política israelí, el premio Nobel de la Paz Shimon Peres, puso de manifiesto el enfado turco.

A Turquía, el mayor aliado tradicional de Israel en la región, le ha tocado la peor parte de esta nueva política israelí hacia sus aliados, pero en modo alguno ha sido la única. Egipto, uno de los dos estados árabes que ha firmado la paz con Israel, se ha convertido en el cómplice necesario del asfixiante bloqueo israelí, como lo hizo patente Hamás en enero del 2008 al reventar un puesto en la frontera de Gaza con Egipto y permitir el paso de miles de palestinos para comprar los productos más elementales al otro lado de la frontera. También Egipto estaba mediando, en este caso entre fracciones palestinas en el momento en que Israel desencadenó la ofensiva sobre Gaza un año más tarde. Para Egipto, con una opinión pública identificada con el sufrimiento palestino, estas humillaciones se convierten en una auténtica amenaza para el Gobierno.

Pero no son solo los aliados regionales los humillados por Israel. Países tradicionalmente amistosos con Israel como Gran Bretaña y Australia asistieron con impotencia al uso fraudulento de pasaportes de sus nacionales en el asesinato del dirigente de Hamás Mahmud al Mabhub, en Dubái, en febrero del 2010, por los que muy probablemente eran miembros de los servicios secretos israelís. Ni siquiera el gran aliado y garante último de la seguridad israelí, Estados Unidos, se ha librado de los desplantes: la ofensiva de Gaza en los días previos a la investidura de Obama evidenció la facilidad con la que los israelís juegan con la política norteamericana; el asalto a la Flota de la libertad llegó horas antes de la esperada reunión Netanyahu-Obama. Cada vez que la Administración de Obama ha puesto sobre la mesa una nueva iniciativa de paz, el Gobierno israelí la ha torpedeado.

El Gobierno de Binyamin Netanyahu, formado en la primavera del 2009, representa a algunos de los sectores más radicales de la sociedad israelí. Además de liderar un partido tradicional, el Likud, en una senda de radicalización nacionalista, Netanyahu pactó con partidos como Israel Beitenu, del actual ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, conocido por su retórica divisiva y antiárabe; Shas, el partido de los sefardís ortodoxos, y Hogar Judío, un partido religioso de derechas.

La propia opinión pública israelí, a pesar de cerrar filas mayoritariamente con el Gobierno, no sale de su asombro con algunos de los desaires propinados por sus miembros a los tradicionales aliados de Israel sin motivo ni beneficio aparente. En enero, el viceministro israelí de Asuntos Exteriores (del partido de Avigdor Lieberman) humilló deliberadamente en público al embajador turco haciéndole sentar en una silla notablemente más baja y omitiendo la bandera turca. Mucho mayor fue la sorpresa del vicepresidente norteamericano dos meses después, cuando, a las pocas horas de llegar a Israel para demostrar el compromiso de Estados Unidos con la seguridad del país e impulsar el diálogo con los palestinos, el Ministerio del Interior, controlado por el partido ultrarreligioso Shas, anunció la construcción de 1.600 viviendas en el Jerusalén Este ocupado.

Si a todos los gobiernos amigos incomoda el estilo de Netanyahu y sus socios, si a todos preocupa el paso hacia el vacío que supone el asalto a la flota humanitaria, alguien está encantado. Los principales enemigos de Israel apenas pueden esconder su satisfacción por la deriva de la política israelí. Solo hace falta leer esta semana las declaraciones del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, o de los líderes de Hamás, para ver que este Gobierno de Israel es el peor amigo de sus amigos, y la mejor excusa para los enemigos de su país.

Jordi Vaquer, director del CIDOB.