El peregrino publicista

Acerbos han sido los ataques que Macarena Olona ha recibido durante los últimos días. Curioso es que se los dispensasen quienes, poco tiempo atrás, la colmaban de parabienes. La misma lengua que se desplegaba para dar lametones de adulación se repliega hoy para correr hablillas contra la discrepante. Como dejó dicho Ignacio de Loyola, en una fortaleza sitiada toda disidencia es traición.

Desde que la ex diputada de Vox invitase a acompañarla a todo el que quisiera hacer el Camino de Santiago con ella, ofreciéndose a sufragar los gastos de todos aquellos que no pudieran hacerles frente, quedó claro que iba a protagonizar una de las travesías religiosas más mediáticas de los últimos años.

Tal y como afirma Zena Hitz en su ensayo Pensativos (Encuentro), no hace falta ser un ermitaño para gozar de los beneficios del ascetismo. A su juicio, es posible adoptar una serie de virtudes monásticas sin interrumpir nuestra vida, formando un espacio de saludable distancia con el mundo. Lo de Olona sería justo lo contrario: colgarse todos los aditamentos del peregrino sin dejar de dar canutazos y lanzar titulares.

El peregrino publicistaQuien peregrina sabe que tan importante es el hecho de dirigirse a un destino como el hecho de caminar. La palabra peregrino viene de per agrare, ir por los campos. Los que confunden el peregrinaje con recorrer un trayecto (de Roncesvalles a Santiago, por ejemplo), llegando lo antes posible, son como esos «bobafumeiros» que Pantomima Full retrata en su último sketch. Así el peregrino publicista, que tiene muy claro su destino y poco tiempo que perder.

Yerran quienes creen que toda tentativa de autopromoción obedece a una estrategia política. Como ha escrito Ricardo Dudda, la necesidad que hoy sienten nuestros políticos de construirse una marca personal rebasa lo ideológico. Aparecer en los medios deja de ser un medio para instalar temas en el debate, convirtiéndose en un fin en sí mismo.

Todo peregrino lleva una pechina, esto es, una concha de vieira colgada del pecho. Por definición, la ostra vive oculta y cerrada. Pero abandonarse a la solidificación calcárea no es propio de vertebrados y hacer un camino de introspección y recogimiento es un desperdicio cuando puedes fortalecer tu marca personal y ganarte unos cuantos retuits.

El domingo 4 de septiembre, Olona publicaba unas fotos en las que aparecía en la iglesia, prosternada, y en las que se leía: «De rodillas. Sólo ante Dios. #Felizdomingo». Sólo ante Dios y, cabría añadir, ante mis miles de seguidores. Como reza un aforismo de Enrique García-Máiquez, «ten cuidado cuando vayas a darte golpes de pecho. Pueden sonar a hueco».

En el budismo zen existen unas preguntas irresolubles que se llaman koanes. Todos ellos llevan a una paradoja que pone en cuestión el razonamiento lógico. ¿Qué sonido hace el aplauso de una sola mano? ¿Qué ruido hace un árbol si cae en medio del bosque y no hay nadie para oírlo? Propongamos otro: ¿de qué sirve hacer el camino de Santiago si no hay nadie para verte haciéndolo?

Sea como fuere, no hay motivos para pensar que sus antiguos conmilitones sean mejores que Olona. Abundan los fariseos que, en expresión de Ferlosio, construyen la bondad propia con la maldad ajena. Ya se sabe que, al cundir el exhibicionismo, no son tan importantes las buenas acciones como patentizar que el prójimo es peor que uno mismo.

De esta profesión de buenos sentimientos sabe algo la derecha populista, por fiera que se la pinte. Giorgia Meloni, flamante ganadora de las elecciones italianas, defiende la familia con el mismo vigor con que niega a muchos la posibilidad de formar una. Lo mismo hace Silvio Berlusconi, cuyo largo historial de guateques en Villa Certosa confiere un mayor relieve a su hipocresía.

Nada es lo que parece. Bueno es lo que, a fuerza de exhibirse, proyecta buena imagen. Lo falso se viste de verdadero y el exhibicionismo se viste de bondad. En cualquier caso, el ciudadano no es tonto y, de igual manera que el gracioso sin interrupción no le hace gracia alguna, toda persona empeñada en mostrarse simpática le indispone. Por volver al citado Ferlosio, nada impresiona tan desfavorablemente como el que alguien se empeñe en impresionarnos favorablemente.

Los ingleses, que son poco dados a invitar, llegan a pagar por la atención -to pay attention-. Los españoles, por dadivosos que nos creamos, solo alcanzamos a prestarla. Y, como lo que se da no se quita, todo lo que se presta ha de volver a manos de su dueño en buenas condiciones. Como dejó escrito Javier Gomá en un recordado microensayo, quien pide nuestra atención toma en préstamo nuestro bien más preciado, y lo propio es que lo devuelva con los intereses de la amenidad o la ampliación de conocimiento.

¿Se puede vivir de puertas para dentro? Difícilmente, salvo que se tenga vocación de pastilla de alcanfor o de ropa de cama. Pero cabría decir, parafraseando al Arcipreste, que el buen callar cien sueldos vale en toda plaza. Quien algo tiene que ofrecer no aporrea puerta ajena ni habla a grito pelado en plaza pública. Ni se esconde ni se aísla pero es, por regla general, reacio al exhibicionismo. El buen paño en el arca se vende.

Gravosa es para el político la exhibición constante: plúmbea como las tramoyas de la sociedad del espectáculo; onerosa como los grilletes de la agenda política, que aherrojan sus tobillos y lo condenan a no abandonar nunca el vodevil, bailando una y otra vez al son del argumentario.

Signo de los tiempos... Cada ciudadano es hoy un publicista de sí mismo: hace pública su conducta para recibir una aprobación virtual. El número de likes sirve de escantillón para hallar la medida del mundo: desde la belleza de un rostro a la calidad de un libro, pasando por la popularidad de un político. ¿No decía el padre Berkeley que ser es ser percibido? Pues en tiempos de exhibicionismo, la valía de un servidor público parece medirse por la cantidad de retuits que obtiene alguno de sus zascas en Twitter.

Es tentadora, para muchos, la extraordinaria exposición de las redes sociales. Empero, siguen sin hallar una plataforma comparable a los medios tradicionales. ¿Cómo explicar que algunos sigan acudiendo a por lana sabiendo, como el ministro Escrivá en sus visitas a Más de Uno, que saldrán a buen seguro trasquilados? Los políticos se disputan la atención del ciudadano en varios campos de batalla, y en casi ninguno de ellos salen victoriosos.

Súmese a todo el abandono de toda ambigüedad por parte de los enemigos de la corrección política: carecen de «pelos en la lengua», proclaman «las cosas claras» y arengan a quien titubea en cualquier lid a que se exprese «sin complejos». Juan Clímaco, el célebre anacoreta sirio, dejó escrito hace 14 siglos que la locuacidad es silla de la vanagloria, marca de la ignorancia y madre de la villanía. Nada ha destruido más prestigios que la grosería espontánea. ¿Miente el viejo refrán cuando dice que habló el buey y dijo mu?

En su Diccionario de lugares comunes, Flaubert definió el laconismo como un idioma en desuso. Hoy cunde la sinceridad a discreción. Sobra decir que actuar con discreción es lo contrario de actuar a discreción. Por eso es más razonable practicar la discreción a secas, y guardarse la sinceridad donde a uno le quepa.

Conviene recordar que el participio latino discretus procede del verbo discernere. La discreción es, en buena lógica, resultado de un discernimiento mollar y bien engrasado. Todo provecho es barbecho. Todo lo demás, marketing, palabrería y flatus vocis.

Quien se exhibe en exceso, ávido de atención, nunca degusta su objeto de deseo, sino que, como sucede con toda avidez, lo consume; y así, burla burlando, termina consumiéndose a sí mismo. Tal es la suerte del peregrino publicista: la publicidad que cosecha es, en buena lógica y para su desgracia, peregrina. Como reza el dictum de Cioran, en ocasiones toda palabra es una palabra de más.

Jorge Freire es filósofo, autor de Hazte quien eres. Un código de costumbres (Deusto).

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