El pésimo embrollo del Estatut

Este tema del Estatut, su aprobación, las recusaciones, las malas intenciones y los malos entendidos, se ha convertido en un pésimo embrollo, cuyas consecuencias no veremos del todo hasta dentro de mucho tiempo. Y seguramente esas consecuencias no serán muy positivas o, en cualquier caso, serán menos gratificantes de lo que pensábamos a la hora de las ilusiones frustradas. Viendo lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo y previsiblemente lo que va a ocurrir, quizá hubiese sido necesario en su momento tomar una decisión radical.

Quizá hubiese sido conveniente --antes de la famosa reunión Zapatero-Mas, previendo cómo irían las cosas-- rechazar todo el Estatut de golpe, retirar el texto de la circulación política y administrativa y contentarnos --enfurecidos, eso sí-- con una solución negativa, pero interina, esperando momentos más claros y afirmando propósitos y futuros más exigentes. Quizá es una idea descabellada --y extemporánea, evidentemente--, pero puede llegar a ser una referencia para reflexionar sobre lo que está sucediendo con un poco de serenidad.

Porque, con toda esta historia, ¿qué quedará del Estatut de septiembre, aquel que aprobó el Parlament, cuando se hayan acumulado los recortes del Congreso, las interpretaciones del Constitucional y las decisiones puntualmente anticatalanas y antiestatutarias del Ejecutivo en la imposición de decretos, reglamentos y plazos? Quedará un documento débil, oxidado y carcomido, incapaz de imponerse a las políticas abusivamente centralistas y que, para la vergüenza de todos, todavía podrá ser exhibido engañosamente como aquello que los catalanes apoyaron con un referendo. Si el Constitucional lo rechazara ahora de lleno, la situación sería diferente, pero lo más probable es que los recursos que tiene sobre la mesa se resuelvan con indicaciones interpretativas sin grandes cambios textuales aparentes, pero con la tergiversación de contenidos esenciales.

Catalunya está, pues, en un callejón sin salida y acabará aparentando la ridícula aceptación de un Estatut que no es el suyo, que estabilizará las injusticias económicas y las deficiencias sociales, bajo el amparo de un texto falseado.

¿Qué habría pasado si hubiésemos rechazado a tiempo el Estatut, antes de discutirlo y simular una aprobación en el Congreso y el Senado? Habrían sucedido tres cosas: primera, que el país habría sentido la misma frustración, pero no habría perdido tanta autoestima y se mantendría en pie de guerra; segunda, que no se habría roto el tripartito de Maragall; tercera, que habría quedado más evidente la necesidad y la urgencia de exigir en seguida soluciones a problemas concretos y, por tanto, de hacer y presentar proyectos realizables y evidentes, aunque fuera en una nueva programación --provisional-- de "pájaro en mano" más intensa y más planificada. En cambio, el espejismo del Estatut parece que nos haya situado en un nirvana proyectual, esperando que llegue --no se sabe cuándo-- la alimentación económica previa, antes de concretar los temas que se han convertido en transcendentales.

En un momento en el que las grandes entidades económicas y productivas --locales y foráneas-- tienen una liquidez como nunca habían tenido, Catalunya no la aprovecha porque faltan programas seguros y estimulantes. El dinero que procede de nuestra producción y nuestras acumulaciones de capital encuentra más facilidad de inversión en las autopistas francesas, en la producción energética europea, en las comunicaciones latinoamericanas que en las infraestructuras y servicios de la propia Catalunya. Aquí los programas no se inician con bastante valentía desde los gobiernos propios, se torpedean desde el Gobierno o desde los poderes económicos que prosperan a su amparo, les falta el empuje y la exigencia de las fuerzas reales de la sociedad y, a menudo, quedan bloqueados por oposiciones populares que enmascaran partidismos.

Para gestionar el aeropuerto, para rehacer de arriba abajo las Cercanías de Renfe, para potenciar el tejido educativo y de investigación, para conseguir un AVE europeo, para hacer frente a la falta de viviendas no es preciso que esperemos que se materialicen las propuestas de financiación enmarcadas en el Estatut. Nos cae demasiado lejos y demasiado incierto. Hay que tener empujes nuevos desde ahora, sin esperar a la recuperación y la efectividad de tantos papeles mojados. Además, puede ocurrirnos --como decía hace poco un conspicuo político progresista y catalanista-- que cuando logremos una más justa balanza fiscal, cuando llegue el maná estatuario --si es que llega--, todavía no tengamos a punto ningún programa ambicioso y tengamos que utilizar la mejora económica simplemente en reducir gastos no productivos, en lugar de dedicarlo a unos programas que den definitivamente la vuelta al estancamiento económico del país o --para ser menos pesimista-- a la sangría lenta pero incuestionable que no nos permite entrar definitivamente en la globalidad económica y social.

Oriol Bohigas, arquitecto.