El fracaso de la política de COVID cero de China está dando lugar a una reevaluación del poder chino. Hasta hace poco, muchos esperaban que el PIB de China superara al de Estados Unidos en 2030 o poco después. Pero ahora, algunos analistas sostienen que aún si China alcanza ese objetivo, Estados Unidos volverá a tomar la delantera. ¿Será, entonces, que ya hemos presenciado el “pico de China”?
Es tan peligroso sobreestimar el poder chino como subestimarlo. La subestimación alimenta la complacencia, mientras que la sobreestimación atiza el miedo; pero ni una ni otra puede conducir a errores de cálculo. Una buena estrategia exige una evaluación neta cuidadosa.
Contrariamente a la creencia generalizada de hoy en día, China no es la economía más grande del mundo. Medida en términos de paridad de poder adquisitivo, se volvió más grande que la economía de Estados Unidos en 2014. Pero la PPA es un mecanismo de los economistas para comparar estimaciones de bienestar; aún si China algún día supera a Estados Unidos en tamaño económico total, el PIB no es la única medición de poder geopolítico. China sigue muy rezagada respecto de Estados Unidos en índices militares y de poder blando, y su poder económico relativo es aún menor cuando uno también considera a aliados de Estados Unidos como Europa, Japón y Australia.
Sin duda, China ha venido expandiendo sus capacidades militares en los últimos años. Pero mientras Estados Unidos mantenga su alianza y bases en Japón, China no podrá excluirlo del Pacífico Occidental -y la alianza de Estados Unidos y Japón es más fuerte hoy que al terminar la Guerra Fría-. Es cierto que, a veces, los analistas extraen conclusiones más pesimistas de juegos de guerra diseñados para simular una invasión china a Taiwán. Pero frente a la exposición de la oferta energética de China al dominio naval estadounidense en el Golfo Pérsico y el Océano Índico, sería un error que los líderes chinos asumieran que un conflicto naval cerca de Taiwán (o en el Mar de la China Meridional) quedaría confinado a esa región.
China también ha invertido profusamente en su poder blando (la capacidad de obtener resultados deseados a través de la atracción y no de la coerción o del pago). Pero si bien los intercambios culturales y los proyectos de ayuda podrían en efecto mejorar el poder de atracción de China, siguen existiendo dos obstáculos importantes. Primero, al involucrarse en conflictos territoriales en curso con vecinos como Japón, India y Vietnam, China terminó resultándole menos atractiva a socios potenciales en todo el mundo. Segundo, el control férreo que ejerce el Partido Comunista Chino en el país ha privado a China de los beneficios de la sociedad civil vibrante que uno encuentra en Occidente.
Dicho esto, la escala del alcance económico de China seguirá siendo importante. Estados Unidos en algún momento era la mayor potencia comercial y el mayor prestador bilateral del mundo. Pero ahora, casi 100 países tienen a China como su mayor socio comercial, mientras que sólo 57 tienen ese tipo de relación con Estados Unidos. China ha prestado 1 billón de dólares para proyectos de infraestructura a través de su Iniciativa Un cinturón, una ruta en los últimos diez años, mientras que Estados Unidos ha recortado la ayuda.
Asimismo, la historia de éxito económico de China sin duda mejora su poder blando, especialmente frente a otros mercados en desarrollo y emergentes. Y su capacidad para brindar o negar el acceso a su mercado doméstico le permite un apalancamiento de poder duro, que puede esgrimir libremente gracias a su política autoritaria y a sus prácticas mercantilistas.
¿Dónde nos deja esto en cuanto a la evaluación del equilibrio de poder general? Algo es importante: Estados Unidos todavía tiene al menos cinco ventajas de largo plazo. Una es la geografía. Estados Unidos está rodeado por dos océanos y dos vecinos amistosos; China, por el contrario, comparte una frontera con otros 14 países y está involucrada en disputas territoriales en toda la región.
Estados Unidos también tiene una ventaja energética. En los últimos diez años, la revolución del esquinsto lo convirtió en un exportador de energía neto, mientras que China se ha vuelto aún más dependiente de las importaciones de energía.
Tercero, Estados Unidos obtiene un poder financiero inigualable de sus grandes instituciones financieras transnacionales y del papel internacional del dólar. Sólo una pequeña fracción de las reservas totales de moneda extranjera está denominada en renminbi, mientras que la tenencia de dólares representa el 59%. Si bien China aspira a expandir el papel global del renminbi, una moneda de reserva creíble depende de que se la pueda convertir libremente, así como de mercados de capital profundos, un gobierno emisor honesto y el régimen de derecho. China no tiene nada de esto y por ende resulta improbable que el renminbi desplace al dólar en el corto plazo.
Cuarto, Estados Unidos tiene una ventaja demográfica relativa. Actualmente se proyecta que es el único país desarrollado importante que conservará su puesto (tercero) en el ránking de población global. Siete de las 15 economías más grandes del mundo experimentarán una reducción de la fuerza laboral en los próximos diez años, pero se espera que la fuerza laboral de Estados Unidos aumente el 5%. China, por su parte, sufrirá una caída del 9% de su población en edad laboral -que ya alcanzó un pico en 2014- y la India la superará en términos de población este año.
Por último, Estados Unidos ha estado en la delantera en materia de desarrollo de tecnologías clave (bio, nano y de la información) que son centrales para el crecimiento económico de este siglo. China, por supuesto, está invirtiendo profusamente en investigación y desarrollo, para que su progreso tecnológico ya no dependa exclusivamente de la imitación. Ha logrado volverse competitiva en sectores como la inteligencia artificial, donde aspira a ser el líder global en 2030. Los esfuerzos norteamericanos por privar a China de los semiconductores más avanzados pueden desacelerar este progreso, pero no lo interrumpirán.
En resumidas cuentas, Estados Unidos ejerce una fuerte influencia. Pero si sucumbe a la histeria sobre el ascenso de China o la complacencia sobre su “pico”, podría jugar mal sus cartas. Deshacerse de cartas de alto valor -incluidas alianzas sólidas y una influencia en las instituciones internacionales- sería un grave error.
Una cuestión importante a tener en cuenta será la inmigración. Hace más o menos diez años, le pregunté al ex primer ministro de Singapur Lee Kuan Yew si alguna vez China superaría a Estados Unidos en poder total. Dijo que no lo haría, porque Estados Unidos puede aprovechar y recombinar a los talentos del mundo de maneras que simplemente no son posibles en el marco del nacionalismo étnico Han de China.
Por ahora, los norteamericanos tienen muchos motivos para sentirse optimistas sobre su lugar en el mundo. Pero si Estados Unidos fuera a abandonar sus alianzas externas y su apertura doméstica, el equilibrio podría cambiar.
Joseph S. Nye, Jr., a professor at Harvard University and a former US assistant secretary of defense, is the author, most recently, of Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump (Oxford University Press, 2020).