El pintor Luis Moret

Hace justo una semana falleció el pintor Luis Moret. Su esposa y un grupo de amigos le acompañaron en el entierro hasta que fue depositado en lo alto del cementerio de Tarragona, desde donde, probablemente, se pueda divisar el mar, símbolo de la posibilidad de escapar y ser libre, elementos decisivos en la vida y en la obra de Moret.

Si el modo de existir que escogemos suele retratar nuestra manera de ser, eso se cumple con exactitud en el caso de Luis Moret. Nacido en Madrid en 1929 dentro de una familia burguesa e ilustrada, del linaje de don Segismundo Moret, uno de los prohombres liberales de la Restauración, nuestro pintor mostró desde pequeño afición por el mundo del arte y aptitud para el dibujo. "De niño siempre andaba garabateando", recordaba a menudo. Aunque inició estudios artísticos, a sus padres les pareció que el arte estaba bien como afición pero que no era una profesión seria. Así que estudió en la Escuela Náutica y se convirtió en marino mercante: una manera de escapar, poniendo mar de por medio, al deprimente clima del Madrid de la posguerra, asfixiante para un chaval que sólo aspiraba a ser él mismo y vivir a su manera.

Surcar los mares, ciertamente, podía resultar una apasionante aventura. Pero tras algunos años de ir de puerto en puerto, con interminables jornadas seguidas sin avistar tierra, el joven Moret se convenció de que la monotonía de los largos días de navegación era incompatible con sus ansias de libertad: en el puerto de Veracruz se bajó del barco y durante más de diez años se estableció en México para ser pintor, su verdadera vocación. Estamos en 1955. Tras casarse con Montse Masdefiol, hija de exiliados políticos catalanes y la compañera de toda su vida, allí empezó su dedicación profesional al arte. Empezó haciendo retratos, con un éxito formidable: sus innatas dotes para el dibujo empezaban a rendir sus frutos. En esta especialidad destacó como un maestro: sabía captar los rasgos físicos y psicológicos esenciales del retratado y, además, construía hermosas piezas artísticas.

Pero Luis Moret, como todo artista verdadero, era un cabezón: despreciaba el género retrato por burgués y acomodaticio, le recordaba demasiado al mundo familiar del que había logrado huir. En aquellos primeros años de estancia en México se definió como pintor: supo conjugar la tradición muralista mexicana con el naciente expresionismo abstracto de los pintores estadounidenses. Aborrecía la palabra estilo y persistió siempre, como decía, en una voluntad de no estilo. "El estilo es clonarse, es agotador y tedioso, una forma de hacer negocio, de dar al público lo que espera de ti, de limitar tu libertad de creación", solía decir. Pero lo cierto es que allí, en aquellos años, adquirió un estilo propio - él lo llamaba "impronta", qué más da-,reconocible hasta sus últimas obras: un Moret es siempre un Moret, aunque él nunca lo llegara a admitir.

Aquellos fueron años de formación. Trabajó un tiempo junto a Siqueiros, el gran muralista mexicano, y convivió durante años en Cuernavaca con expresionistas abstractos norteamericanos. Pero fueron también años de madurez. Hombre de izquierdas durante toda su vida, nunca creyó en el arte comprometido, aunque su pintura significara ante todo el empeño en mostrar el desorden social y moral existente por la vía de romper los equilibrios formales clásicos, lo cual se reflejaba en su voluntad manifiesta de desbordar el inevitable y enojoso marco de cada uno de sus cuadros. Si en la navegación no había conseguido la libertad, nunca estuvo dispuesto a renunciar a ella en la pintura.

Moret regresó a España en 1968 e instaló su taller en el campo, siempre cerca de Tarragona. En aquellos años setenta formó parte de la cuadra del galerista Miquel Adriá y participó, activamente, como militante del PSUC, en las luchas políticas de los últimos años del franquismo. Cosmopolita e inquieto, partió otra vez hacia México en 1986 y fijó su residencia en Tijuana - "una ciudad apasionante", decía-,donde adquirió una relevante notoriedad. Regresó a España en 1994 y, esta vez, se estableció en una bella y destartalada masía de La Riera de Gaià, también cerca de Tarragona, con vistas al campo y de espaldas al pueblo, donde han transcurrido los últimos años de su vida. Luis Moret era un tipo alto, desgarbado y apuesto, nunca aparentó la edad que tenía y conservó invariablemente la prestancia y el elegante aplomo de sus orígenes sociales. Gran conversador, a pesar de su vida de bohemio Moret fue siempre un señor, un caballero, andante por supuesto, desfacedor de entuertos, defensor de las damas y de los débiles, sólo arrogante ante los poderosos y los imbéciles.

Victoria Combalía, en el extraordinario prólogo de su libro Comprender el arte moderno,dice que "es verdad que los artistas siempre se lamentan; sin embargo, salvo los pocos escogidos por la gloria, la mayoría tiene una vida muy difícil hecha de renuncias, de total entrega a su trabajo y de penurias económicas". Luis Moret perteneció, desde luego, a esta gran mayoría. Pero, a continuación, recuerda Combalía una frase de Miró: "Los artistas son los verdaderos aristócratas del mundo". Moret fue, sin duda, un aristócrata de ese género. Probablemente, los amigos que lo despidieron en el cementerio se quedaron también con la sensación de que es cierta la frase que encabeza el citado prólogo: "Un artista es aquel por el cual uno no hace nunca lo suficiente".

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.