El 'plan B' del Gobierno frente al terrorismo

El terrible atentado del 30 de diciembre en Barajas ha hecho volar por los aires el proceso de negociación entre el Ejecutivo socialista y ETA. Mientras, la ciudadanía, los medios de comunicación y los políticos reflexionan sobre lo ocurrido y su incidencia en la política antiterrorista, y se preguntan qué va a hacer el Gobierno a partir de ahora.

Buena parte de la incertidumbre que existe sobre el camino que emprenderá Rodríguez Zapatero está motivada por su actuación en el proceso, por sus declaraciones en el día previo al estallido de la bomba, por su ambigua respuesta en su comparecencia el mismo día del atentado, por las posteriores voces matizadoras desde Ferraz y desde el Ministerio del Interior, así como por la reciente difusión de un comunicado de ETA en el que insta al Gobierno a cumplir «sus compromisos», al mismo tiempo que anuncia un alto el fuego aderezado de atentados, sin renunciar a su voluntad de seguir negociando.

Con la experiencia que me otorga ser un político vasco que ha vivido desde su responsabilidad municipal dos treguas, varias negociaciones, distintas estrategias de partidos, además de padecer a Batasuna y a ETA demasiado de cerca, trataré de desbrozar algunas claves sobre lo que puede deparar a partir de ahora la relación abierta entre el Gobierno y la banda terrorista

Y lo primero que hay que aclarar es que se ha llegado hasta aquí porque la negociación planteada por el Ejecutivo ha fracasado. El proceso de paz, tal y como lo diseñó Zapatero, refrendado por el Congreso de los Diputados, no ha servido para cumplir sus objetivos. Es evidente que la paz no se ha alcanzado y, mucho menos, la libertad. Sin que haga falta recordar nuevamente el atentado de Barajas, no hay que olvidar que, en el periodo de siete meses de supuesta tregua, no han cesado la extorsión ni el terrorismo callejero. Los bienintencionados que realmente querían negociación para alcanzar la paz -que no dudo que los hay en las filas socialistas-, han visto absolutamente frustrado el objetivo.

Este proceso no ha contribuido a alcanzar la paz porque para ETA el final del terrorismo era sólo un señuelo sin perder de vista ni uno solo de sus objetivos. La banda pretendía y pretende seducir a la sociedad con el anzuelo de la paz para conseguir sus objetivos de independencia y territorialidad, además de pactar cierto espacio de impunidad para sus activistas. Y al Gobierno le gusta también el señuelo del fin de la violencia. No cuestiono el deseo de Zapatero de que ETA desaparezca, pero los pensantes de Moncloa han interpretado que, aunque esto sea pan para hoy y hambre para mañana, contribuye a presentar al presidente como el adalid de la paz y el que tiene que seguir gobernando este país. ETA y el Gobierno sí se han encontrado en la intención de utilizar la paz para seducir.

Compartiendo esto, ni a unos ni a otros las cosas les han salido como pensaban. La sociedad española no ha tragado con lo de dar a ETA ningún regalo para que deje de matar. O lo que es lo mismo, la ciudadanía no ha asumido la intención de premiar a la organización terrorista por haber matado a casi un millar de hombres y mujeres. Y fruto de ello se produce un colapso en la negociación. El Gobierno no puede avanzar en la cesión. Es cierto que la apunta, y en ocasiones la consuma, con el fiscal del Estado cambiando sus peticiones de penas para terroristas, avalando reuniones entre Batasuna y la dirección del PSE, o con la propia aceptación de la creación de una mesa de partidos vascos.

Y lo único que consigue el Gobierno es enfadar a los terroristas, que deciden aumentar la presión al Gobierno, bien sea con la publicación de nuevos comunicados o de forma más directa a través del terrorismo callejero. Todo ello culminó con el bombazo de Barajas y con el asesinato de dos jóvenes ecuatorianos. Las cosas han salido peor que mal antes de lo previsto.

Las dos partes negociantes, y ésta es la clave para entender qué harán en el futuro inmediato, sabían que el Partido Popular era un escollo para avanzar en la negociación. Entendieron, y entendieron bien, que no estaríamos de acuerdo con ningún espacio de impunidad para el terrorismo, ni con un poco o un mucho de cambiar la actual España ni con vaciar el Estado para ir saciando a ETA. Pero calibraron mal e interpretaron que el partido de Rajoy, sin Aznar, sin el poder y con poco eco en los medios, se iba a venir abajo y no conseguiría que su mensaje calara en la sociedad. Pensaron que había que aislarnos, pero que no éramos mucho problema, porque estábamos débiles, porque conseguirían dividirnos y porque sus tácticas terminarían por apartarnos del terreno de juego y de nuestros millones de votantes. Metieron la pata despreciando al PP y minusvalorando a muchos españoles.

Llegados a este punto, con un Gobierno dirigido por una persona a la que no parece importarle que en la Transición ya se hiciera un enorme esfuerzo por pactar la España en la que cabemos todos, y de la mano de unos estrategas que sólo piensan en cómo conseguir que el Partido Popular no gobierne en los próximos 20 años, hay mimbres para que impulsen otro proceso, pongan el nombre que quieran. En esta ocasión tendrán que pasar al Plan B.

Éste debe conseguir que a ETA se le dé parte de lo que pide, sin que la ciudadanía proteste. Al menos hasta que lleguen las siguientes elecciones generales, tienen que intentar que la banda no mate para que el deseo de paz de los votantes les aseguren una mayoría parlamentaria. Y a los terroristas también les interesa seguir en algún tipo de proceso porque así podrán lograr algo de lo que no han conseguido con las armas y tratar de escapar de las consecuencias de la persecución del Estado de Derecho, que les había colocado ante su inminente desaparición. Juntándose como se juntan el hambre y las ganas de comer, es imposible que no continúen en la negociación, aunque quiera llamarse a ésta de otra manera.

El Plan B que pondrán en marcha necesita más que nunca aislar al Partido Popular, ahora con más efectividad que hace un año, y anestesiar a la sociedad para que no perciba lo que pasa o, en todo caso, para que le parezca poco importante lo que se cede. Ahora tendrán que acosar más al PP porque saben de su verdadero aguante; se tendrán que acercar aún más a las formaciones nacionalistas para dejarnos solos, usarán con más fuerza contra nosotros a algunos voceros. En esta ocasión deberán tener más cuidado para que lo que es -la rendición-, no parezca lo que es. En este Plan B tendrán que ir más despacio y se les tendrá que ver menos. La única pata que enseñarán, cada uno por su interés, es la de las expectativas de la paz. Nos dirán que hay que dialogar para que no haya mas atentados como el de Barajas.

Se van a volver a equivocar en el procedimiento y en el objetivo final, como también van a volver a errar en el cálculo de la fuerza del PP. Si no han podido con nosotros matándonos, menos van a poder aislándonos. Por mucho Plan B que impulsen nunca van a conseguir que olvidemos y que no contemos que ETA es batible y perfectamente vencible, porque lo hemos visto con nuestros propios ojos.

Antonio Basagoiti, concejal popular del Ayuntamiento de Bilbao.