El PNV catalán y el síndrome de Vitoria

Por Miguel Porta Perales, crítico literario y ensayista (ABC, 04/02/04):

SI Ludwig Feuerbach resucitase, vería confirmada su teoría de la alienación según la cual el ser humano inventa unos ídolos que se erigen en objeto de adoración. Esos ídolos, por seguir con la teoría que Ludwig Feuerbach formuló en La esencia del cristianismo (1841), acaban subyugando y dominando a quien los ha creado. Y a eso, precisamente, se llama alienación. Pues bien - como decía al inicio de estas líneas-, si el filósofo alemán resucitase, contemplaría con cierto regocijo que su teoría ha superado la prueba de los hechos en Cataluña. Y ello es así, porque una parte importante del nacionalismo catalán ha convertido en ídolo a un nacionalismo vasco -me refiero al PNV y a EA- al que atribuye toda clase de virtudes y posibilidades. Al respecto, añado un par de cosas. Primera: en Cataluña existe un PNV catalán, un singular movimiento virtual de carácter transversal en el que encontramos un amplio abanico de políticos e intelectuales de ideología diversa, pero cortados todos ellos por el patrón nacionalista. Segunda: el PNV catalán padece lo que se podría denominar el síndrome de Vitoria, esto es, un conjunto de síntomas que, al modo del síndrome de Estocolmo clásico, hace - se trata de una metáfora, claro está- que el «secuestrado» manifieste una corriente de simpatía hacia el «secuestrador». Pero, en un mundo nada inocente como el nuestro, todo tiene su secreto. Y desvelar el secreto sirve para entender lo que hoy ocurre en la política catalana. Vayamos a ello.

¿Qué pretende el PNV catalán? Estamos ante un movimiento que crea un estado de opinión propicio a la ideología y la práctica del PNV auténtico. En este sentido, cada miembro del PNV catalán cumple su misión en el ámbito que le es propio. ¿Los políticos peneuvistas catalanes? Algunos firman declaraciones conjuntas con el PNV auténtico, otros defienden con entusiasmo el discurso peneuvista auténtico, hay quien firma documentos pidiendo la anulación de las elecciones en los municipios vascos donde las listas de AuB fueron prohibidas, no falta quien se emociona ante la visita del lehendakari al Parlament y grita «Gora Euskadi» y, en fin, también existen partidos -CiU y ERC- que mandan una representación oficial a la sesión del Parlamento Vasco en la que Ibarretxe presenta su plan de libre asociación. Por su parte, el brazo intelectual del PNV catalán se encarga de generar una opinión favorable al PNV auténtico y desfavorable a sus críticos. Así -por poner sólo algún ejemplo-, no es extraño oír y leer opiniones que valoran positivamente el pacto de Estella, la pastoral de los obispos vascos, la negativa de Atutxa a disolver el sucedáneo de Batasuna, el plan Ibarretxe y, sobre todo, un diálogo -mucho diálogo- que da oxígeno a la banda, atenúa sus crímenes y le confiere un papel arbitral. Y, por supuesto -se trata también de algunos ejemplos-, se valora negativamente el pacto por las libertades y contra el terrorismo, la ley de partidos, el cierre de Egunkaria, Garzón, Mayor Oreja, Redondo Terreros, Fernando Savater, ¡Basta Ya!, y la política inmovilista del Gobierno que cerraría las puertas a la resolución del conflicto. ¿Quizá se trata de una cuestión de libertad de expresión? De acuerdo. Pero, ¿acaso no resulta extraño el maniqueísmo que cuelga la etiqueta de bueno o malo en función del acuerdo o desacuerdo con la política del PNV? Uno sospecha, en fin, que estamos ante una suerte de movimiento que, como diría un estructuralista, se coordina automáticamente. Se trataría, en suma, de un proceso sin sujeto dirigente. Aunque sí con una cierta aureola espiritual, como lo demuestra -también al modo del nacionalismo vasco- el resurgir de la tradición nacionalcatólica que reivindica -¡vuelve el ius sanguinis!- aquello de «volem bisbes catalans». Por cierto, hablando de aureola espiritual, pocos han analizado que Carod-Rovira, en la primera comparecencia tras la entrevista con ETA, estuviera acompañado por el ex abad de Montserrat. Y pocos han considerado el hecho que Carod- Rovira -al igual que Arzalluz- se formara en el seminario: ¿quizá el líder de ERC, investido de bondad y de fe, como si de un Mesías se tratara, propaga ahora su verdad a las masas nacionalistas?

Como decíamos más arriba, en este mundo nada es inocente y todo tiene su secreto. ¿Por qué surge el PNV catalán? Por una triple razón: sicológica, ideológica y estratégica. Hay sicología en un movimiento que se identifica y solidariza con otro -el nacionalismo vasco, en este caso-, porque considera que ambos están sojuzgados por un adversario/enemigo común llamado España. Hay ideología en un discurso mitificador y mistificador repleto de unas entelequias y falacias -identidad propia, pueblo, ámbito propio de decisión, reconstrucción nacional o autodeterminación- que también frecuenta el nacionalismo vasco. Hay estrategia -mucha- en una política que busca la coordinación de los nacionalismos periféricos ante un eventual cese de la violencia del que aprovecharse. Y este indigno sacar tajada explica el síndrome de Vitoria -una relación casi enfermiza- del cual hablábamos antes: el PNV catalán ha sido seducido por un PNV auténtico que marcaría la línea correcta que seguir en el camino que conduce a la soberanía. Línea correcta que pasa por la producción del conflicto según el manual de uso diseñado por Ibarretxe: se trata de tensar la cuerda hasta provocar la reacción del Estado de derecho. Entonces, el nacionalismo saca a colación el conocido victimismo -«no nos entienden», «no nos dejan ser lo que queremos ser», «no nos quieren», «nos persiguen», «no habrá más remedio que marchar»- que justifica emocionalmente el proyecto soberanista. En esta estrategia, el nacionalismo vasco oficia de maestro y el catalán de aprendiz.

A lo largo de su historia, al nacionalismo catalán siempre le ha gustado jugar el papel de Ulises. Pero, a diferencia del clásico, nuestro Ulises siempre ha creído los cantos de sirena que le señalaban el camino. Primero fue la Hungría que surgió de la descomposición del Imperio de los Habsburgo, y luego vinieron, sucesivamente, los ejemplos de Creta, Finlandia, Noruega, Polonia, México, Albania, Argelia, Cuba, Irlanda, Québec, Lituania, Eslovenia, Croacia o Eslovaquia. De frustración en frustración, después de navegar durante más de un siglo por diversos mares y océanos, una parte importante del nacionalismo catalán ha atracado a orillas del Cantábrico, en el País Vasco. Un bello paraje, sí señor. Y una gente excelente. Pero, hay que saber escoger la compañía adecuada. El PNV no es la buena compañía que hoy precisa Cataluña y los catalanes. Y añado: el nacionalismo vasco es también una mala compañía para un nacionalismo como el catalán que no es étnico, sino básicamente cívico. Pero, según se constata, hay quien está literalmente seducido por el aroma que se desprende del Euskadi Buru Batzar. ¡Qué diferencia entre el Jordi Pujol que critica Estella y advierte del riesgo de euskadización de Cataluña y quienes ríen las gracias del PNV! Y esta euskadización -que salpica negativamente el clima político y social catalán- que denuncia Pujol es uno de los peligros que hoy se ciernen sobre Cataluña. Me van a permitir que estas líneas, que empiezan con una cita de Ludwig Feuerbach, concluyan con una paráfrasis de Karl Marx, uno de sus «alumnos»: el nacionalismo vasco es el opio del irredentismo nacionalista catalán. Opio: sustancia opaca, amarga, de olor fuerte.