Una de las paradojas de la historia del Partido Nacionalista Vasco radica en el hecho de que un partido que en 1895 fue fundado y liderado por un personaje muy carismático y venerado por todos acabara siendo un partido que a lo largo de su historia ha recelado de los liderazgos carismáticos, priorizando los mecanismos colectivos en la toma de decisiones. Esto no quiere decir que no haya habido dirigentes con un carácter fuerte, populares y muy queridos por la afiliación y los votantes. Pero -con una sola salvedad- ninguno de ellos alcanzó los niveles de carisma y veneración que incluso antes de su muerte en 1903 logró Sabino Arana, ese "Jesús vasco" (José de Arriandiaga, Joala). El único líder del PNV con un carisma comparable al de Sabino formalmente nunca llegó a ser presidente del Euskadi Buru Batzar (EBB): José Antonio Aguirre, el primer lehendakari, dirigió de hecho la política de los nacionalistas vascos durante los años del exilio hasta su muerte, en 1960. Sin embargo, en las fuentes coetáneas apenas se encuentran referencias al "PNV de Aguirre", como tampoco abundan referencias al "PNV de Arzalluz" o al "PNV de Garaikoetxea". En este caso no es un tópico, sino una realidad histórica -incluso terminológica- afirmar que el partido siempre ha sido mucho más que su líder.
Durante los últimos meses, empero, parece que se está invirtiendo esta tendencia hacia el anonimato colectivo. Desde que en 2004 Josu Jon Imaz saliera elegido presidente del EBB, los medios de comunicación están llenos de noticias relacionadas con el "PNV de Imaz". La invención de esta denominación la tiene patentada la izquierda abertzale de Batasuna, aunque los medios de comunicación la han asumido para diferenciar los dos sectores en el PNV: el de Imaz frente al sector encabezado por su contrincante Joseba Egibar, presidente del partido en Gipuzkoa. Si bien es cierto que Imaz repudia profundamente este protagonismo personal, no es menos cierto que en buena medida no es más que una consecuencia lógica de su manera de hacer política que no teme enfrentarse a convencionalismos y tabúes, que prefiere un discurso claro, directo y, a veces, polémico si ello ayuda a aclarar las ideas y que no se esconde detrás de tacticismos cortoplacistas aun sabiendo que ello a menudo resultaría más cómodo y provocaría menos contestación en las propias filas. Esta política, que en el PNV post-Lizarra puede resultar novedosa, en cambio en la historia del partido no lo es tanto.
Ética y política. Imaz se ha expresado con gran claridad y contundencia en contra de la violencia de ETA. Cuando habla del terrorismo, la condena transciende el campo meramente moral, no viene acompañada por la tan habitual coletilla que otorga una parte de la culpa al Gobierno de Madrid y desemboca en el firme rechazo a lograr algún tipo de rédito político -directo o indirecto- gracias a la violencia. Mientras ETA actúa y la izquierda abertzale de Batasuna no consigue emanciparse de la tutela terrorista, Imaz ha cerrado a cal y canto la puerta a un frente común de todos los nacionalistas vascos. Con él no habrá un Lizarra bis, pero por la misma razón ni siquiera puede haber una consulta a la sociedad vasca si no hay un amplio acuerdo previo y la amenaza de ETA condiciona el resultado de esta consulta. Con este discurso se desvanece toda esperanza de la izquierda abertzale de poder llevar al PNV a su terreno, el de un frente nacional soberanista. No resultan sorprendentes, por tanto, sus diatribas furibundas contra el "PNV de Imaz". Imaz, por su parte, recupera la tradición que en 1977 los responsables de su partido habían forjado en las reuniones de Chiberta en el País Vasco francés, donde rechazaron el chantaje de ETA, que amenazó con una ofensiva militar si el PNV mantenía su decisión de participar en las primeras elecciones generales después de la muerte de Franco. Los representantes del partido criticaron las "coacciones y amenazas", recordando a sus interlocutores que "el pueblo es plural" y que ellos creían más "en la fuerza de las ideas y de la democracia que en la fuerza bruta".
La idea de España. El PNV nació a finales del siglo XIX, en un momento de aguda crisis de la sociedad vasca en medio de un brusco proceso de modernización que en pocos años cambió -sobre todo en Vizcaya- las estructuras sociales, políticas y culturales. Nació desde una posición minoritaria de debilidad y con un discurso radical construido contra España, el gran enemigo exterior y origen de todos los males que amenazaban a la raza vasca. Esa dicotomía Euskadi-España ha sido una constante durante buena parte de la historia del nacionalismo vasco desde Sabino Arana a nuestros días. Sin embargo, como es sabido, el juego pendular del PNV le ha permitido compaginar este rasgo ideológico con una práctica más pragmática de convivencia e incluso de colaboración dentro y con el Estado. Los hitos de esta colaboración se produjeron en 1936 con la entrada de Manuel Irujo como ministro en el Gobierno republicano, y en 1945 con el lehendakari Aguirre volcado en la reconstitución del Gobierno republicano en el exilio. Irujo y, sobre todo, Aguirre fueron los dos nacionalistas vascos con más influencia y más prestigio en la política española, un prestigio que impulsó al presidente de la República Diego Martínez Barrio a ofrecer en dos ocasiones la presidencia del Gobierno a Aguirre.
Imaz, que no pronuncia ningún discurso sin media docena de citas de Irujo y Aguirre, ha recuperado esta tradición de cooperación y entendimiento con el Estado que considera imprescindible para avanzar hacia un mayor autogobierno vasco: "El objetivo estratégico de este país no tiene que ser enfrentarse a España, sino cautivarla y ganar a España en términos de ganar confianza". Estas palabras de Imaz -que para cualquier nacionalista vasco más o menos ortodoxo deben sonar a crimen de lesa patria- levantaron ampollas incluso entre sus seguidores. Sin embargo, en el fondo repiten la misma idea que José Antonio Aguirre ya explicó a Salvador Madariaga, el presidente del Consejo Federal Español, pocos meses antes de su muerte: "A máxima libertad vasca, a mayor soberanía vasca, máxima y cordial unión con España, a supresión o mengua de la libertad, desunión y separatismo radical".
Pluralismo y pactismo. Al romper la dicotomía maniquea Euskadi versus España, la vista queda libre para un análisis más realista de la sociedad vasca y su configuración plural. La insistencia de Imaz en lograr primero "un pacto interno entre los vascos" de las diferentes sensibilidades y en que este pacto debe basarse en "mayorías amplias" antes de negociar con el Estado, sugiere que para el presidente del PNV el llamado plan Ibarretxe ya no tiene recorrido al excluir las sensibilidades no afines al nacionalismo vasco y no contar con una "mayoría amplia" en su favor. Puesto que el Partido Popular se ha echado al monte, la única alternativa evidentemente sería una nueva alianza con los socialistas vascos con todos los riesgos que ello conlleva: ¿qué autonomía tendrán los socialistas vascos para defender hipotéticos acuerdos ante la cúpula de Ferraz que no ha tenido problemas para dejar a los socialistas navarros a los pies de los caballos y entregar el Gobierno navarro a la derecha?
Ésta y otras preguntas tendrá que contestar Josu Jon Imaz si vuelve a presentarse a la presidencia del PNV, lo que a día de hoy sigue siendo una incógnita. Pese a la larga tradición de liderazgo colectivo y no personalista del PNV, lo que sí parece claro es que el proyecto político de Imaz, que es el intento de adecuar el clásico modelo de un nacionalismo pragmático y pactista a los tiempos del siglo XXI, sin su presencia en el mando del partido saldrá debilitado, a no ser que aspire a impulsarlo desde Ajuria Enea en el caso de que Ibarretxe decida no optar por un tercer mandato.
Ludger Mees es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea.