El PNV vuelve a ser el partido más votado en Euskadi después de estas elecciones. Sin embargo, la sorpresa la ha dado el PSE, que, con su sostenido y equilibrado ascenso en los tres territorios de la comunidad, puede considerarse el ganador de los comicios y se sitúa en una posición inmejorable de cara a las alianzas que harán posible la gobernación de diputaciones y ayuntamientos. Son, estas de los dos partidos, situaciones claramente contrastadas. Mientras el PNV mantiene posiciones hegemónicas solo en Vizcaya, pasando a ocupar el segundo puesto en Guipúzcoa y el tercero en Álava, así como en los ayuntamientos de San Sebastián y Vitoria, el PSE se alza con el voto mayoritario en el primer territorio y en los dos ayuntamientos mencionados, y se coloca como segunda fuerza, a un puñado de votos del PP, en la provincia alavesa. De algún modo, las posiciones se han invertido. Se nota en las actitudes de los dos partidos. Mientras el PSE se ha apresurado a acaparar espacio en los medios y a tomar la iniciativa en el proceso de negociaciones, el PNV se ha volcado hacia el interior de sí mismo, a la espera de resolver sus propias contradicciones internas, antes de pronunciarse sobre las coaliciones de su preferencia.
Analicemos, primero, las causas de lo que ha ocurrido. Las que han propiciado el ascenso del PSE parecen más fáciles de exponer. Partiendo de la hipótesis, suficientemente contrastada, de que en Euskadi apenas se produce trasvase de votos entre el nacionalismo y el constitucionalismo, ha de concluirse que el PSE debe sustancialmente la mejora de sus posiciones al empeoramiento de las del PP. En este sentido, la política de Zapatero en lo que afecta al País Vasco y, más en concreto, al proceso de pacificación ha resultado avalada por el electorado constitucionalista de Euskadi. Lo que decían las encuestas se ha visto confirmado por las urnas. Por simple que parezca, esta es la razón principal, si no exclusiva, del ascenso electoral de los socialistas vascos.
El caso del PNV es más complejo. Su estancamiento, que no descenso, podría explicarse por tres motivos, cuya combinación ha convergido en un efecto común. Está, en primer lugar, la ruptura de su coalición preelectoral con EA, que, pese a haber sido provocada por este último partido, ha perjudicado a los dos y, quizá en mayor medida, al primero. Se añade, luego, la desidia demostrada por las ejecutivas guipuzcoana y alavesa a la hora de elegir a sus candidatos, sacados todos del almacén de los respectivos aparatos y carentes de la más mínima proyección pública. Y termina la lista con la sensación de división interna que los jelkides vienen transmitiendo a la sociedad desde hace demasiado tiempo.
Los mensajes de Josu Jon Imaz y de Joseba Egibar no solo no coinciden, sino que, a veces, se contradicen de manera abierta, y el propio lendakari Ibarretxe da más la impresión de ir a lo suyo que de contribuir al interés común del partido. Este hecho, aunque se cite en último lugar, ha sido, sin duda, la causa primera del poco satisfactorio resultado. Si a todo ello se añaden una abstención que parece haber perjudicado más que a nadie al partido jeltzale y la vuelta de la izquierda aberzale, bien a través de ANV, bien del voto nulo, a la contienda electoral, la situación de inferioridad relativa a que se ha visto reducido el PNV podría quedar plenamente explicada.
El panorama postelectoral que estos resultados han dibujado se presenta más abierto que nunca. Los socialistas han sido los primeros en reconocer y hacer público el núcleo fundamental del cambio, al anunciar que la centralidad que expresaría el tripartito del Gobierno vasco --PNV, EA y EB-- no es más que un mito sin sustento en la realidad. Ya era precario en origen, al representar a una débil mayoría parlamentaria de 32 sobre 75, pero estas elecciones lo han demostrado además inviable como fórmula transferible, tal y como pretendía y pretende el lendakari Ibarretxe, a todas las instituciones de la comunidad. Resulta, en efecto, innecesario en Vizcaya, insuficiente en Álava e inconveniente, por falta de acuerdo programático entre los socios, en Guipúzcoa. Los socialistas se han decidido, en consecuencia, a remover las aguas de las relaciones interpartidarias, que hasta ahora parecían remansadas, y a proponer pactos a la catalana entre PSE, EA y EB-Aralar, con el fin de situarse, de cara a las elecciones autonómicas del 2009, como alternativa de gobierno al PNV.
Sin embargo, el camino que aún queda por recorrer hasta la formalización de estas coaliciones alternativas es largo y muy difícil. En primer lugar, ese tripartito a la catalana adolece de las mismas carencias, si no más, que aquel que trata de sustituir. Pero, además, la exclusión del PNV de las instituciones guipuzcoanas y alavesas chocaría, aparte de con otros inconvenientes, con la clara voluntad, y necesidad, de Zapatero de estrechar lazos con el partido de Josu Jon Imaz por motivos de política estatal. Al fin y al cabo, solo la unión de fuerzas entre el PSE y el PNV es la que cumple, a la vez, dos requisitos prioritarios en la política vasca: garantizar la transversalidad entre nacionalistas y constitucionalistas y asegurar la estabilidad institucional.
José Luis Zubizarreta, escritor.