El poder de las milicias en Río de Janeiro

 Con una imagen de la concejala Marielle Franco proyectada en un muro, algunos habitantes de Río de Janeiro se reunieron en abril para manifestarse en el sitio donde Franco y su conductor, Anderson Pedro Gomes, fueron asesinados en marzo. Credit Leo Correa/Associated Press
Con una imagen de la concejala Marielle Franco proyectada en un muro, algunos habitantes de Río de Janeiro se reunieron en abril para manifestarse en el sitio donde Franco y su conductor, Anderson Pedro Gomes, fueron asesinados en marzo. Credit Leo Correa/Associated Press

Han pasado más de dos meses desde el asesinato de Marielle Franco, una defensora de los derechos humanos que fue integrante del Concejo Municipal de Río de Janeiro. Sin embargo, su asesinato sigue sin resolverse. La hipótesis más probable, según el ministro de Seguridad Pública de Brasil, Raul Jungmann, es que las milicias locales hayan sido responsables de su muerte.

Las milicias de Brasil son distintas a los grupos paramilitares de otros países. Su origen data de la década de los setenta, la época de la dictadura militar, cuando los policías fuera de servicio formaban escuadrones de la muerte para ejecutar a criminales y opositores políticos, según José Cláudio Souza Alves, un sociólogo que estudia a esos grupos.

En su forma actual, las milicias se establecieron en Río de Janeiro a fines de los años noventa y principios de este siglo, con el pretexto de que estaban protegiendo a los residentes de los traficantes de droga. Aunque más civiles se les están uniendo, las milicias han sido dominadas por policías retirados y en servicio activo, quienes básicamente toman el control de favelas suburbanas con el pretexto de defenderlas.

Una vez que se apoderan de la comunidad, los miembros de la milicia extorsionan a los residentes y comerciantes para obtener dinero (suelen exigir pagos que, en parte, sirven para protegerlos de ellos mismos). También controlan redes de transporte público no autorizadas, puesto que los autobuses de las ciudades son escasos o inexistentes en las zonas remotas. Ofrecen conexión ilegal a internet y a servicios de televisión por cable, cobran comisiones sobre acuerdos inmobiliarios y controlan el suministro del gas y el agua. En la favela Gardênia Azul, por ejemplo, la milicia recolecta dinero de los vendedores ambulantes e incluso de los carritos de palomitas de maíz.

Es una suerte de mafia, con particularidades brasileñas.

Una de ellas es la ironía. Después de una cuidadosa deliberación con sus contadores (o por lo menos eso es lo que me imagino) y en nombre de la diversificación del negocio, algunas milicias han entrado al negocio del tráfico de drogas. Otras han decidido trabajar con sus antiguos rivales de las pandillas por lo que les venden armas y reclutan miembros para sus filas. En 2015, de acuerdo con el diario O Dia, una milicia “vendió” el área de Morro do Jordão a una pandilla de narcotraficantes por tres millones de reales brasileños (cerca de 800.000 dólares). Lo bueno es que son “justicieros”.

Según el sitio de noticias G1, dos millones de personas en el área metropolitana de Río viven en territorios controlados por las milicias. Un informe académico de 2013 concluyó que de las casi mil favelas en la ciudad, el 45 por ciento están controladas por milicias y el 37 por ciento por pandillas de narcotraficantes. La principal diferencia es que la brutalidad policiaca es menos común en los vecindarios controlados por las milicias, quizá porque esos grupos tienen fuertes vínculos con los organismos de seguridad del Estado.

Otra característica que comparten con la mafia italiana es que se han infiltrado en las instituciones políticas. En 2008, Franco fue asistente en una comisión parlamentaria que investigó la participación de políticos en las milicias de Río; los hallazgos de esa instancia llevaron al arresto de casi una decena de miembros del ayuntamiento y dos congresistas estatales. La comisión descubrió que, durante los años electorales, las milicias intentan que resulten electos sus propios candidatos, amenazan a los votantes e incluso asesinan a la oposición. En 2016, por lo menos seis candidatos que contendían para liderar el ayuntamiento fueron ejecutados por miembros de una milicia en el área de Baixada Fluminense.

Eso nos trae de regreso a la configuración original de las milicias como escuadrones de la muerte. Su despiadada preocupación por la seguridad pública se ha convertido en un enfoque casi comercial para proteger sus ganancias criminales. De acuerdo con la división de homicidios de Río, los vecindarios controlados por milicias generalmente tienen los índices más altos de homicidio.

Se sospecha que asesinan a cualquier persona que se meta con ellos: el director administrativo de un diario, el conductor de una furgoneta que se rehusó a pagar una cuota, dos hombres que entregaban cilindros de gas, muchos testigos de sus crímenes, un hombre que se quejó de que los milicianos estaban disparando al aire imprudentemente, varios hombres homosexuales, el presidente de una escuela de samba, un miliciano que hizo una transmisión en vivo de la invasión de una favela, adolescentes a los que atraparon fumando marihuana e incluso a un ladrón de gallinas.

Las milicias torturaron a dos reporteros de un diario y a su chofer. También asesinan dentro de sus filas si es necesario: en los últimos diez años, 25 de los 226 miembros de las milicias que fueron acusados criminalmente en la investigación de 2008 —en la que trabajaba Franco— han sido asesinados.

Según la policía civil, la milicia más poderosa de Río es la Liga da Justiça (Liga de la Justicia) que recauda anualmente un promedio 300 millones de reales, o cerca de 80 millones de dólares, implementando sus tácticas de extorsión u otras actividades ilegales. Actualmente, las milicias están creciendo más rápido que los demás tipos de organizaciones criminales, afirma la policía civil de Río. Generalmente, aprovechan nichos distintivos del mercado negro y se concentran en áreas diferentes de las que ocupan los narcotraficantes, así que podríamos decir que estos dos tipos de organizaciones se complementan.

Las pandillas de la droga dominan las favelas cerca del centro de la ciudad, el aeropuerto, el puerto y las principales autopistas, desde donde es más fácil controlar la distribución de armas y drogas. Las milicias están arraigadas en áreas más periféricas (como Baixada Fluminense) donde lucran con servicios básicos como el transporte público, la distribución de agua y gas, internet y televisión por cable.

Además, las pandillas de narcotraficantes y las milicias también tienen opositores distintos. Mientras que los enemigos naturales de los capos de la droga son los policías honestos y los legisladores sensatos que entienden el problema del abuso de drogas como un asunto de salud pública y, por lo tanto, apoyan la legalización de las drogas, la piedra en el zapato de los líderes de las milicias son los políticos que hacen llamados a favor de más presencia gubernamental y mejores servicios públicos en las periferias de las ciudades.

De cualquier manera, los residentes de las favelas están cansados de quedar atrapados en el fuego cruzado entre bandas de narcotraficantes, milicias y policías fuertemente armados, aunque muchos de los involucrados afirman defender a las comunidades. Los residentes no necesitan ese tipo de protección. No necesitan la presencia de políticos que legislen a favor de sus propios intereses.

Lo que ellos necesitan es que los consideren ciudadanos merecedores de los derechos básicos, y no que los vean como simples oportunidades de negocio. Marielle Franco lo sabía.

Vanessa Barbara es columnista de opinión y la editora del sitio web literario A Hortaliça. Ha escrito dos novelas y dos libros de no ficción en portugués.

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