El poder de las redes sociales

No son muchos, por desgracia, los que se preguntan si las redes sociales nos manipulan ideológicamente y nos acosan, intoxicando subliminalmente nuestra mente, para cambiarnos nuestra visión de la realidad y la adaptemos a la suya. Se ha demostrado que las redes sociales modifican los comportamientos sociales, políticos, económicos y, hasta religiosos de las personas. La radicalización, la intolerancia y la autosuficiencia serían sus primeros síntomas. Los mecanismos empleados son tan sutiles, que es imposible detectarlos. Lo más peligroso es que nos cambian el modo de ver las cosas y que, además, cooperamos involuntaria e inconscientemente a esta práctica diseñada ex profeso. Esto lo saben los gobiernos; por eso, como decía Voltaire, «a otros tiempos, otras tácticas».

Aunque Jaron Lanier, gran figura y uno de los informáticos más brillantes de Silicon Valley, creyó que Internet era el último bastión de la democracia, hoy, en cambio, considera que la «red», y las «redes sociales» en particular, en manos de cualquier Gobierno, son una fábrica de crear personas robotizadas, líderes absurdos y tribales, por un lado, e idiotas por el otro. A la pregunta de si no somos conscientes de lo que nos están haciendo, ¿cómo podemos resistirnos a ello…? Esta es su respuesta:

«Mientras recordemos que nosotros mismos somos la fuente de nuestro valor, de nuestra creatividad, y de nuestro sentido de la realidad, entonces todo nuestro trabajo con computadoras valdrá la pena y será hermoso».

¿Son las redes sociales una fábrica de manipulación ideológica y de acoso subliminal en manos del Gobierno? Aunque son un fenómeno demasiado nuevo para medir con exactitud el peso de sus consecuencias, hoy sabemos, que modifican nuestra ideología, emociones, estilo de vida y visión de la realidad. Estos cambios no siempre son perceptibles en un análisis superficial.

El Gobierno de Sánchez es consciente de este poder, pues considera que el comportamiento humano es una «mercancía» muy valiosa y, como tal, no escatima en desplegar los medios necesarios para abducirnos a su burbuja sociopolítica a través de un relato distópico, generosamente diseñado para manipular nuestros miedos, aspiraciones, necesidades y deseos. Nos hace creer que somos nosotros los que decidimos qué queremos ser, qué sistema de gobierno preferimos o qué temas nos interesan, haciéndonos llegar una información u otra, según convenga a sus intereses partidistas, y de forma muy similar a como George Orwell lo describe en su libro 1984:

(…) «Ningún periódico cuenta con fidelidad cómo suceden las cosas. La historia se escribe, no como ocurre, sino como tenía que haber ocurrido, según las líneas del Partido. Todo esto me pareció aterrador, porque me hizo creer que la idea de 'verdad objetiva' estaba desapareciendo del mundo y que probablemente todas esas mentiras y otras parecidas pasarían a la historia convertidas en verdad» (…). «El objetivo táctico y tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla, en el que el presidente (el Gran Hermano) o la camarilla gobernante controla, no solo el futuro, sino también el pasado y, así, controla el presente».

Sánchez y su Gobierno «ista» (comunista, marxista e independentista), mediante el control de las redes sociales y los medios de comunicación digitales afines, aspira a que España sea una réplica exacta de la sociedad orwelliana, donde, a través de un homólogo y futurible «Ministerio de la Verdad,» se manipule la información, se destruya la memoria y los documentos históricos que la sustentan (películas, fotos, libros, periódicos), se practique la vigilancia masiva y donde la represión política, social y económica esté a la orden del día. Por eso, las redes sociales son sus perfectos aliados a la hora de manipular a la «masa social», debido lógicamente, al entusiasmo latente en el desconocimiento del mundo real y a su incapacidad intelectual para absorber mensajes más elaborados. Esta combinación es perfecta: cualquier manipulación de masas requiere de fanáticos analfabetos funcionales que no sean conscientes de lo que están haciendo, pero que sean férreos defensores de unas ideas y, que, actuando como disciplinados activistas, estén dispuestos a una discusión dialéctica constante con cualquiera que se atreva a refutar los postulados y verdades del Partido. Al igual que los regímenes totalitarios buscaron analfabetos y resentidos sociales para sumarlos a su causa y reagruparlos en «juventudes» para con su energía contagiar de entusiasmo a los más mayores, el populismo y la demagogia de nuestros gobernantes, conocedores de la debilidad de nuestra razón y la escasa moral de nuestra sociedad, hacen exactamente lo mismo, con la única salvedad que el desarrollo de la batalla es virtual.

No es extraño que el poder político haya querido meter sus pezuñas para controlar la información que se vierte en ellas, eliminar los mensajes contrarios a los intereses que defienden y las noticias falsas que ellos mismos propagan para que lleguen a los receptores como el mensaje oficial del régimen. A tal fin, llaman «verificadores independientes» a los censores de la información, «protectores de la verdad» a los artífices de la mentira y «mejor servicio posible» a utilizarnos para ganar más dinero o reconducirnos según su ideario. Así nos muestran, una vez más, que el fanatismo y la demagogia sigue prevaleciendo sobre la razón, la justicia, la libertad y la democracia, aunque estas son las únicas vías que tiene el ser humano para escapar del adoctrinamiento de la jauría colectiva y del pensamiento único del Partido.

Pedro Manuel Hernández López es médico jubilado, periodista y exsenador por Murcia

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