El poder débil

Vamos a vivir durante algún tiempo una mala época política que va a generar una convivencia ciudadana complicada. Será bueno que desde ahora nos ocupemos de controlar los peligros de esta situación. Al no existir una mayoría absoluta, y sí una polarización muy compleja, el juego de compensaciones y exigencias se vuelve como mínimo peligroso y reclama mucha madurez y mucha prudencia. La erótica del poder es fuerte y conduce a quien lo ejercita a buscar cualquier salida que evite su pérdida y es frecuente que, en ese proceso, el nivel ético descienda sustancialmente y llegue incluso a desaparecer.

La situación se agrava cuando el poder que se ostenta no tiene como base una mayoría absoluta y depende del apoyo de otras fuerzas políticas minoritarias que están en condiciones de imponer total o parcialmente sus propios intereses y objetivos. En estos casos, el problema está en decidir cuáles son los límites de una sumisión a esas fuerzas, un tema que requiere, además, de habilidad política, una voluntad firme para defender convicciones básicas y principios inalterables.

El poder débilCuando quien ejerce el poder cede finalmente ante esas fuerzas, abre un abanico de riesgos cuya expansión no podrá controlar y tendrá que soportar, 'velis nolis', una dependencia profunda que puede poner en peligro el interés nacional.

En la mayoría de los países europeos se están generando estas situaciones, y entre esos países está, sin duda, España, que tiene, además, la desventaja de una escasa experiencia en la materia. Es en estas situaciones en las que la idea alemana de la gran coalición ('grosse koalition'), tiene sentido y razón de ser y merecerá la pena que PP y PSOE mantengan una conversación abierta que genere acuerdos que afecten y dignifiquen el interés común y se eviten dependencias peligrosas.

Los partidos nacionalistas estarán ahí para siempre y cumplirán un papel necesario, pero tendrán que aceptar que a ellos también les interesa una buena sostenibilidad del sistema en su conjunto.

Y ahí está justamente el problema. En la sostenibilidad. Según una última encuesta, el prestigio de la democracia española se ha ido deteriorando en los últimos diecisiete años y nuestra clasificación en términos de buen gobierno ha caído al puesto 26; nos superan países como Letonia, Eslovenia, Portugal y Corea del Sur. En el índice que mide el buen gobierno se evalúan hasta seis variables y en tres de ellas –calidad regulatoria, Estado de derecho y rendición de cuentas– vamos empeorando y solo mejoramos –y eso es importante– en estabilidad política en la que hemos pasado del puesto 42 al puesto 30. Aun así, también en este índice, queda mucho margen de mejora. ¿Cómo avanzar?

Vengo reiterando que la calidad democrática, la riqueza cultural en todas sus formas, e incluso la eficacia y la modernidad económica dependen de varios factores. El más importante de todos ellos guarda relación directa con el vigor y el dinamismo de la sociedad civil. Alexis de Tocqueville la definió como «fundamento de una democracia vital» y esta afirmación fue formulada al examinar la vida pública y privada de un país como los Estados Unidos de América que cuenta –así lo asegura Víctor Pérez Díaz– con la sociedad civil más fuerte y más activa del mundo occidental. Después de los Estados Unidos vendría Europa y detrás, muy detrás, países como Japón y algunos otros países asiáticos en donde este tema sólo ahora empieza a despertar un leve interés y alguna inquietud. Dentro de Europa, Gran Bretaña estaría a la cabeza seguida por los países nórdicos (especialmente Suecia), luego los del centro (especialmente Holanda) y, en la cola de esta clasificación, los del sur.

España –hay que aceptarlo sin reservas– tiene una sociedad civil pobre. Está poco desarrollada y la que existe no está bien estructurada, con lo cual su capacidad de acción y de influencia es verdaderamente escasa. Las causas de esta situación son difíciles de resumir, pero entre esas causas figuran destacadamente: algunos genes peculiares de la latinidad; la escasa tradición democrática y liberal; unas normas legales, a las que luego se alude, que dificultan el mecenazgo y el asociacionismo; y, sobre todo, el enorme, el aplastante peso que han tenido los poderes públicos durante la dictadura y así mismo, en el período democrático, como consecuencia de las mayorías absolutas. La ciudadanía española sigue teniendo reflejos inconscientes de dependencia, de necesidad y aun de temor hacia un Estado y hacia unos gobernantes que hacen muy poco para mitigar o reducir esos reflejos y que a veces, incluso, los potencian con la idea, bastante cierta desgraciadamente, de que el miedo al poder suele ser un arma eficaz para mantenerse en él, al menos a corto o medio plazo. ¿Qué hacer?

La cultura del diálogo en España está en los niveles más bajos de su historia y es preciso que la sociedad civil denuncie esta situación y exija comportamientos distintos. Todos tenemos que asumir que la superación de los conflictos solo se puede alcanzar a través del diálogo y que no es aceptable en forma alguna que en el mundo político se resistan a llegar a acuerdos en muchos temas concretos que mejorarían la vida ciudadana de forma muy positiva y en los que el esfuerzo, tanto el ideológico como el político, sería mínimo. Se nos intenta convencer de que el desencuentro por principio y por final es la actitud necesaria en toda negociación. Nadie está dispuesto a dialogar con nadie sobre nada y la culpa de ello la tienen siempre los otros y, además, al cien por cien.

A esta situación se une un descenso que parece imparable de los niveles éticos y un doloroso ascenso de la vulgaridad y la desvergüenza en las relaciones de todo género. Las instituciones de la sociedad civil –fundaciones, organizaciones sociales, clubes de opinión– tienen que denunciar esta situación y promover actividades que pongan en marcha una acción positiva que garantice una convivencia civilizada.

Todos podemos hacer algo en este sentido. Pongámonos a ello. Es muy probable que tengamos éxito. La ciudadanía en su conjunto apoyará con fuerza la reversión de este proceso porque es consciente de que siguiendo así alcanzaremos «las tinieblas que estaban sobre la faz del abismo» que describe el Génesis.

Antonio Garrigues Walker es jurista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *