El poder del deporte

Los Juegos Olímpicos modernos, como es sabido, fueron un proyecto ideado por un joven aristócrata francés de 33 años, el barón Pierre de Coubertin, en la última década del siglo XIX. Sin embargo, tal afirmación no es del todo exacta, pues hubo intentos anteriores, en los siglos XVIII y XIX, de reactivar estos juegos de la antigüedad si bien no fueron exitosos. Tampoco resulta ser muy conocido el hecho de que la iniciativa de Coubertin no fuera ampliamente aceptada sino al cabo de un tiempo. Al principio, la celebración de los Juegos no fue un triunfo espectacular y hubo que esperar varios años para asistir a un reconocimiento más firme. Los Juegos Olímpicos de St. Louis y París carecieron de brillo y en los primeros, por ejemplo, del centenar aproximado de “extranjeros” que acudieron la mayoría eran golfistas canadienses, pues el golf era un deporte olímpico en aquellos años. Los Juegos de St. Louis (1904) y de París (1900) quedaron en un plano secundario con relación a las exposiciones universales que se celebraban entonces en las mismas ciudades. El proyecto de Coubertin propiamente dicho se hizo realidad por primera vez en Estocolmo en 1912.

Fue también en Estocolmo donde las mujeres, en número ya significativo, tuvieron autorización para participar. Coubertin había mostrado antes su acérrima oposición a tal eventualidad. Los estadounidenses pusieron trabas a su participación al recalcar que las mujeres debían vestir falda larga en todos los deportes, lo que motivó que se descartara la natación. Después de la prueba femenina de 800 metros en Amsterdam (1928) –la recuerdo pues la vencedora era de mi localidad natal–, varias participantes cayeron exhaustas y se decidió que las mujeres no participaran en pruebas de distancias superiores a cien metros. Hoy, las mujeres corren el maratón como cosa corriente, pero su aceptación tardó treinta años en producirse.

Si el barón francés viviera en la actualidad, ¿qué grado de satisfacción experimentaría a la vista de cómo ha evolucionado su idea? Los JJ.OO. se han convertido en una realidad que forma parte de los asuntos internacionales aun atendiendo únicamente al número de participantes. Mientras que un puñado de hombres de doce países (o catorce, según los distintos historiadores) acudieron a Atenas en 1896, más de diez mil participantes de 216 países han acudido a Londres; en cambio, la ONU tiene sólo 192 países miembros.

Pero hay que decir que Coubertin tenía miras mucho más amplias. Si los Juegos Olímpicos de la antigüedad habían impuesto de hecho una tregua en los conflictos durante su celebración, el barón quería que los JJ.OO. modernos fueran un instrumento para promover la paz mundial. Se premió con medallas las gestas deportivas y el propio barón, bajo seudónimo, recibió una de oro en 1912 por su composición Oda al deporte.

Pero los Juegos Olímpicos no evitaron el estallido de la Primera Guerra Mundial –debían celebrarse en Berlín en 1916– ni tampoco de la Segunda Guerra Mundial: debían celebrarse en Tokio en 1940.

La política se entrometió en los Juegos desde el principio. Comenzó cuando Grecia dijo que todos los Juegos deberían celebrarse en Atenas. Todos los demás países se mostraron en desacuerdo y los griegos calificaron a Coubertin de ladrón deseoso de hurtarles su gloriosa tradición. Hubo también el problema del orden de aparición de las delegaciones en la ceremonia de apertura. Al principio, Alemania aparecía la primera y Grecia la última, pero posteriormente se introdujo el orden alfabético, aunque tal medida causó asimismo problemas. Antes de la Primera Guerra Mundial, Finlandia era parte de Rusia y Bohemia parte del imperio austrohúngaro, pero no querían aparecer bajo las banderas rusa o austriaca. Los irlandeses, huelga decirlo, no querían desfilar junto con los británicos. Además estaba la cuestión de la nacionalidad de los jueces. Al principio el país anfitrión proporcionaba todos los jueces, pero tal medida causó numerosas disputas y en último término se invitó a jueces de todos los países. Hubo otras disputas sobre las normas que debían cumplirse en las diversas disciplinas, pues los diversos países tenían normas distintas en casi todos los deportes. Al final, el Comité Olímpico Internacional hubo de instaurar sus propias normas.

Los Juegos de Berlín (1936) provocaron diversos escándalos pues fueron explotados por los nazis para su propaganda. Los de Munich fueron elegidos por los terroristas como escenario de un ataque en el que fueron asesinados varios deportistas israelíes.

La lista de políticos que han quebrantado el espíritu olímpico es larga. Pero era de esperar en un mundo preso de inquietud. No era realista esperar que Coubertin fuese a triunfar cuando otras figuras defensoras de la paz habían fracasado. Sin embargo, teniendo en cuenta todos los factores, los efectos de la iniciativa de Coubertin han sido positivos. El deporte no ha solucionado conflictos políticos importantes, pero ha mostrado la virtud de mitigar y calmar. Algunos islamistas extremistas se oponen de modo acérrimo al deporte por considerar que desvía a la población de la plegaria y otros preceptos religiosos. Pero incluso las fuerzas fanáticas en Irán han titubeado a la hora de prohibir el fútbol, la halterofilia u otros deportes; habría sido una medida demasiado impopular.

Walter Laqueur.

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