El poder destructivo de la inflación

La semana pasada estuve en Argentina, y la visita fue un recordatorio del poder devastador de la inflación elevada. El índice actual en Argentina es alrededor de 20% anual (una reducción respecto del año pasado, cuando se estima que alcanzó el 40%). El banco central hace esfuerzos para mantener la economía en una senda desinflacionaria, con el objetivo de llegar a una tasa del 5% de aquí a tres años.

Hubo momentos en que la inflación en Argentina fue mucho más alta. En los quince años entre 1975 y 1990, la inflación anual promedio alcanzó la notable cifra de 300%; es decir, el nivel de precios se duplicaba en cuestión de meses. En 1989 los precios aumentaron a un ritmo anual explosivo, superior al 1000%, hasta que finalmente fue posible controlar la inflación.

Incluso fue prácticamente eliminada. Recuerdo mi visita a Argentina a mediados de los noventa, cuando casi no había inflación. En aquel tiempo, el peso argentino estaba atado al dólar estadounidense por la llamada “convertibilidad”, y las transacciones cotidianas en las calles de Buenos Aires se hacían con cualquiera de las dos monedas por igual.

Pero el posterior derrumbe de la convertibilidad y la pesificación obligatoria de los contratos en dólares, a un factor de conversión distinto del tipo de cambio de mercado, provocaron un alza de la inflación. En 2003, la tasa anual había subido al 40%. Después cayó a 10% por algunos años, pero volvió a subir durante las presidencias de Néstor Kirchner y de su esposa y sucesora, Cristina Fernández de Kirchner, hasta un 25%. Finalmente volvió a saltar al 40% en 2016, impulsada por la eliminación de precios subsidiados distorsivos, que hasta entonces se venían usando para disfrazar la inflación real.

La alta inflación reciente y el recuerdo público de índices incluso mayores en el pasado han dañado seriamente la economía argentina.

Como la inflación elevada provoca una suba compensatoria de los tipos de interés del mercado, el gobierno está pagando un interés cercano al 25% para endeudarse en pesos a corto plazo. Los inversores no están dispuestos a ofrecer crédito a largo plazo a tasa fija, porque una disparada de la inflación destruiría el valor de títulos de deuda y préstamos.

Las familias y las empresas son renuentes a financiar inversiones a largo plazo con préstamos a corto plazo o a tasa variable, porque un incremento de la inflación provocaría un gran aumento de los pagos de intereses. De hecho, el historial de inflación alta y variable en Argentina destruyó el mercado local de préstamos hipotecarios, de modo que es imposible para las familias comprar una casa por este medio. Las empresas también temen endeudarse, porque recuerdan cómo pasados aumentos de la inflación (y por consiguiente, de los tipos de interés) dejaron en bancarrota empresas que si no fuera por eso eran viables.

Otra industria destruida por la inflación alta e incierta es la de los seguros de vida. Como nadie sabe el valor que tendrá el peso al momento de cobrar una indemnización, ¿quién va a comprar un seguro con pesos hoy?

Los economistas dirán que las hipotecas, los contratos de seguro y otros acuerdos se pueden indexar según el nivel de precios, es decir, ajustar los pagos según la tasa de inflación del momento. Pero cuando la inflación cambia rápidamente, es difícil saber incluso cuál es su valor en un momento dado.

El gobierno anterior trató de engañar a la población publicando estimaciones de inflación que en opinión de los expertos eran mucho menores al ritmo real de aumento de los precios. Como me explicó un amigo argentino, el gobierno despidió a los especialistas que trataban de ofrecer mediciones de inflación exactas y los reemplazó con simpatizantes que publicaban números artificialmente bajos. En palabras de mi amigo, “convirtieron el problema técnico de las estadísticas oficiales en un arte creativo”.

En los años en que el gobierno permitió a los argentinos convertir pesos en dólares y sacarlos del país, los poseedores de riqueza financiera se llevaron su dinero para invertirlo en Estados Unidos. Me han dicho que hay mucho más dinero argentino invertido en Estados Unidos que en Argentina.

Como resultado de este egreso de fondos, la inversión en Argentina es escasa, lo que frena la productividad y el crecimiento. La formación bruta de capital en Argentina es apenas el 17% del PIB, contra 23% en Chile y México.

El nuevo gobierno del presidente Mauricio Macri está decidido a reducir la inflación y alcanzar la estabilidad de precios, pero hacerlo es políticamente costoso. La restricción monetaria y los tipos de interés altos deprimen la demanda y han provocado una caída del PIB real. Mientras tanto, si la inflación baja de 20% a 15%, la opinión pública no lo percibe. Así que el gobierno debe pagar un costo político inmediato para obtener una mejora económica futura.

La experiencia de Argentina deja dos enseñanzas fundamentales para otros países. La primera es que la estabilidad de precios es frágil, y que la tasa de inflación puede aumentar en poco tiempo. La segunda es que las tasas de inflación altas persisten en la memoria de la gente y tienen efectos adversos duraderos. Alcanzar la estabilidad de precios es importante, pero igual de importante es mantenerla, mediante la adaptación continua de la política monetaria a una meta de inflación baja.

Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and, in 2009, was appointed to President Obama's Economic Recovery Advisory Board. Currently, he is on the board of directors of the Council on Foreign Relations, the Trilateral Commission, and the Group of 30, a non-profit, international body that seeks greater understanding of global economic issues. Traducción: Esteban Flamini.

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