El poder y las desgracias

Si fuéramos gente seria y no tan frívola, las primeras páginas de los diarios deberían mantenerse durante semanas machacando sobre el mismo tema. Aun a riesgo de que los lectores fruncieran el ceño por falta de costumbre. Me explico. Sucede una catástrofe y ocupa todo nuestro interés. Al siguiente día, permanece la situación catastrófica, pero nuestro interés se reduce en un punto. Al tercer día, la catástrofe está en toda su virulencia, pero nosotros pensamos que los lectores se sentirán cansados del mismo rollo, que debemos aligerarles de la pesadumbre, y cambiar de asunto. La no persistencia de las catástrofes, ya sean naturales o humanas, en el candelabro de lo ineludible, en la parte dominante de los medios de comunicación, permite al poder tomarnos el pelo de la manera más escandalosa. Un ejemplo. Nieva sobre más de media España y el país se queda en situación de acojone general y con zonas afectadas por el síndrome del tercer mundo: arréglatelas como puedas, porque nada funciona. El aeropuerto de Barajas, la joya de la corona, se convierte en un infierno para los ciudadanos por una serie de coincidencias. algunas delictivas. El procedimiento del chantaje es una fórmula eficacísima en la lucha gremial de los sectores egregios. Los metalúrgicos, los camareros, la gente del campo, los estudiantes, no tienen ninguna posibilidad de chantajear al Estado, creándole un problema de tal envergadura que le sea más rentable pagarles a que sigan pisándonos los callos. Eso sólo lo pueden hacer los pilotos de Iberia, los controladores aéreos, y muy recientemente el sufrido, humilde y entrañable mundo de los jueces.

Lo normal en una sociedad establecida es que empezáramos pidiendo responsabilidades al Instituto de Meteorología. ¿Quiénes estaban en el puesto de mando el viernes, 9 de enero, de la catástrofe? Son responsables por ignorancia o por indolencia. Imagínense que una de las razones capitales del caos de Barajas, y de la provincia de Madrid en su conjunto, se debiera a que era viernes, y es sabido que ese día tiene características muy especiales entre cierto funcionariado, ya sea estatal, autonómico o local; a partir de un determinado momento, desaparecen los jefes, luego los cabos y al final apenas queda la tropa. Eso sí, se mantiene un retén para emergencias. Y eso ocurrió, que no funcionó ninguna emergencia. ¿Tan difícil es averiguar qué pasó realmente el viernes, en vísperas del caos? No, resulta muy sencillo, pero exige poner un departamento boca arriba, y les puedo garantizar que no hay departamento de la administración central o autonómica que soporte un control riguroso sin que chirríen todas las bielas del poder. El funcionariado español - incluyo el catalán, por supuesto-vive todavía en la transición democrática, o lo que es lo mismo, en líneas generales y excepciones aparte, no sabe aún muy bien si debe su cargo a quien le ha promocionado al puesto - situación de dictadura-o a los ciudadanos a los que está obligado a servir, porque son quienes le pagan - situación democrática-.

¿Por qué creen ustedes que Zapatero no se deshace de Magdalena Álvarez,en la intimidad política Maleni?No hay cosa que más ilusión les haga a los presidentes de gobierno, al menos a los españoles, que tener un ministro que sea el pimpampum del enemigo. Desarrollan una función terapéutica. Facilitan la exposición de los malos humores y ayudan a entrenarse a los curtidos fajadores. Este tipo de personajes, en la política, son muy útiles. Sirven de pararrayos y cuando ya es imposible que sigan un día más en su cargo, los destituyen, y los idiotas de turno escribirán que el presidente ha sido sensible a la opinión pública.

Estoy seguro de que Maleni no es responsable de nada que no sea su incompetencia probada y su manera de escurrir el bulto de las responsabilidades. Porque el poder no es el responsable de las catástrofes, al menos en general, pero sí es el único obligado por principio a afrontarlas. Una situación de emergencia, en Madrid, en Barajas, en Barcelona, es aquella que obligaría a un responsable político, es decir, al poder, a asumir la responsabilidad del mando, in situ, en el lugar de la catástrofe. Por supuesto que hay un riesgo, no sólo de fracasar, sino de que te estampen en la cara palabras gruesas y hasta alguna fruta. Pero eso está en el cargo, en el sueldo y en su función. Una situación de emergencia exige al poder un comportamiento de emergencia, y cuando esto no es así, debe dimitir. Los ciudadanos, que no la oposición, deben exigir su dimisión. Para eso no bastan los partidos, por insuficientes. Porque entonces entra en funcionamiento lo que yo he denominado, perdónenme la pedantería, el comparativo pujoliano. Que se formula así: tenemos un problema, pero fue mucho mayor el suyo. Jordi Pujol fue un maestro de este mecanismo, un tanto provinciano como procedimiento, pero eficacísimo en sociedades de creyentes. Si usted le reprochaba que nombrara a un militante de su partido para dirigir su televisión, Pujol le respondía: "En Dinamarca lo han hecho", o en Finlandia, da lo mismo. El ejemplo traído por los pelos justificaba que a ti te arrancaran la cabellera. No es que Pujol lo inventara, pero lo convirtió en teoría de gobierno, y con notable éxito.

Ysi los partidos no sirven para esto, ¿cómo se puede hacer que los ciudadanos logren hacer dimitir a un poderoso incompetente? Sólo lo consigue aquella sociedad que tenga opinión pública. Nosotros tenemos de todo: partidos, sindicatos, gremios, chorizos, parados, grandes banqueros..., pero no tenemos opinión pública. Hay muchos que opinan en público, incluso conforman la opinión a partir de las tertulias, pero eso no es más que bazofia y exhibicionismo.

Una opinión pública la crean unos medios de comunicación independientes, unas organizaciones sociales no subvencionadas por el partido de turno; la crea en definitiva una sociedad madura que se atreva a decirles a sus gobernantes que son unos impresentables cuando abordan sus errores y corruptelas echando mano de la teoría del acoso.Cualquier político corrupto o incompetente se niega a asumir sus responsabilidades porque "es objeto de una campaña de acoso". En Catalunya, sin ir más lejos, está tan de moda, que no sólo lo utilizan los partidos por riguroso turno de intervención, sino que cualquier fantasma mediático se dice acosado cuando le gritan que es un golfo y que además pueden probarlo.

Al no existir opinión pública es imposible que dimita nadie. Mientras sea el PP quien exija la dimisión de alguien del PSOE, del PSC, de ERC o Iniciativa, estos replicarán que tampoco dimitió el PP en ocasiones semejantes. Aquí no dimite nadie, porque dependen de quien les ha puesto, no de los ciudadanos que les pagan, y como el poder nos tiene tomada la medida de nuestra fragilidad - no hay cabreo que supere un fin de semana-no mueven ni una ceja mientras sus jefes no les amenacen. Cuando un responsable del gobierno, Maleni, sin ir más lejos, dice que a tal o cual empresa, Iberia, por ejemplo, se le va a abrir expediente informativo de sanción me sublevo de indignación por la tomadura de pelo.

El 14 de diciembre, a la empresa concesionaria de la autovía que une Asturias con León, por nombre Aucalsa, le importó un carajo que empezara a nevar torrencialmente a las 14 horas. Dejó entrar a los coches por centenares. A eso de las 18.30 de la tarde debieron de pensar que la cosa se estaba poniendo imposible, que ya habían hecho caja y que los vehículos, llenos de gente, estaban parados en medio del temporal. Ni cortos ni perezosos cerraron la autovía y la mantuvieron cerrada durante 21 horas, 21, que se dice pronto. Tuvo que ocuparse de los coches y de los que iban dentro el ejército. Desde ese ridículo personaje que es la ministra de Fomento hasta las autoridades autonómicas asturianas, todos del mismo partido que la ministra, gritaron que la investigación sería inmediata y la sanción ejemplar. ¡Y tanto! Ha pasado un mes y todavía se lo están pensando. En definitiva, Aucalsa, las autopistas, la ministra, el gobierno autónomo, todos, tienen razones para dejarlo correr. Sólo la opinión pública podría hacer algo, pero la poca que hay se derrite como la nieve.

Gregorio Morán

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