El polvorín del Sinaí

La crisis en la península del Sinaí parece haber quedado empequeñecida por el drama habido el domingo en El Cairo, pero el golpe civil del Presidente de Egipto, Mohamed Morsi, en el que destituyó al general Mohamed Husein Tantawi, jefe del mando supremo del ejército, no ha disminuido la importancia del problema allí existente.

En fecha anterior de este mes, terroristas yijadistas asaltaron una base militar en el Sinaí y mataron a dieciséis soldados egipcios. Después se apoderaron de dos vehículos blindados y se dirigieron a toda velocidad hacia la frontera con Israel. Un vehículo no pudo cruzar el paso fronterizo; el otro penetró en territorio israelí, antes de que lo detuvieran las Fuerzas de Defensa de Israel. Las fuerzas militares y de seguridad de Egipto lanzaron una ofensiva contra militantes beduinos del Sinaí, mientras que Morsi obligó al director del Servicio General de Inteligencia a jubilarse y destituyó al gobernador del Sinaí Septentrional.

Esos episodios ponen de relieve la complejidad del cambiante paisaje geopolítico de Oriente Medio, la fragilidad del orden político de Egipto posterior a Mubarak y el potencial explosivo del Sinaí, que, pese a estar escasamente poblado, comprende las fronteras de Egipto con Israel y el enclave palestino de Gaza. De hecho, desde el derrocamiento de Hosni Mubarak el año pasado, la seguridad en el Sinaí se ha deteriorado y esa región ha pasado a ser un terreno fértil para el extremismo islámico.

En el Tratado de Paz entre Egipto e Israel de 1979 se dispuso que el Sinaí estuviera en gran medida desmilitarizado para hacer de zona de separación entre los dos antiguos enemigos. El turismo y el gasoducto de gas natural brindaron recursos económicos para los beduinos locales.

Pero, al declinar el régimen de Mubarak, se resintió también el control gubernamental de los beduinos. Militantes palestinos de Gaza, terreno de activa confrontación palestino-israelí desde que Hamás se apoderó de ella en 2007, y terroristas yijadistas afiliados a Al Qaeda y a la red más amplia de la “yihad mundial” penetraron en el Sinaí y, aprovechando el abandono de la región por el Gobierno, enardecieron los deseos de liberación de la población local.

Los israelíes se quejaron de la “paz fría” de Mubarak, pero agradecieron que cumpliera las disposiciones fundamentales del tratado. Ahora el comportamiento de sus sucesores del ejército y de los Hermanos Musulmanes ha reavivado las amenazas a la seguridad y ha planteado preguntas difíciles sobre el futuro de la región.

Por ejemplo, en agosto de 2011 un grupo yijadista de Gaza se apoderó de un puesto fronterizo con Israel y mató a ocho civiles isralíes. Su objetivo era deteriorar aún más la relación egipcio-israelí, que ya está más frágil que nunca, y lo consiguieron: las Fuerzas de Defensa de Israel mataron accidentalmente a varios soldados egipcios durante el incidente. Como posteriormente las fuerzas de seguridad egipcias no impidieron el asalto de la embajada de Israel en El Cairo por los manifestantes, se estuvo al borde de un desastre.

La incertidumbre y el desorden que han predominado en Egipto durante los dieciocho últimos meses están avivando una anarquía cada vez mayor en el Sinaí. El mes pasado, una bomba estalló en un gasoducto que transporta el gas natural egipcio a Israel y a Jordania, el décimo quinto ataque desde el derrocamiento del régimen de Mubarak, y sigue fuera de servicio.

Hay cuatro protagonistas principales en ese ruedo: Israel, Egipto, Hamás y los yijadistas del Sinaí. Israel quiere, por encima de todo, paz y estabilidad. Para ello, los dirigentes israelíes esperan que el Gobierno de Egipto restablezca su autoridad en el Sinaí y, pese a las disposiciones del tratado de paz, ha accedido a las peticiones egipcias de que aumente su presencia militar en esa región.

Además, Israel ha abandonado prácticamente la esperanza de recibir de Egipto los suministros de gas acordados y no ha insistido en su petición de que este país bloquee el paso de armas ultramodernas a Gaza. Israel está decidido a no actuar contra los grupos terroristas y su infraestructura en territorio egipcio y, en vista de los estrechos vínculos de Hamás con los Hermanos Musulmanes de Egipto, cuyo partido político respaldó la lograda campaña presidencial de Morsi, Israel ha contenido su reacción ante los ataques terroristas y con cohetes desde Gaza.

Pero el dividido Gobierno de Egipto no ha establecido una correspondiente política coherente. Las relaciones con Israel están dirigidas por el ministro de Defensa, que ahora es el teniente general Abdul Fattah Al-Sisi, y el mando de la seguridad militar, cuyos dirigentes están decididos a mantener una relación pacífica con Israel y asegurar la soberanía egipcia en el Sinaí. Para ellos, los beduinos que no obedecen la ley, los yijadistas del Sinaí, Hamás y otros grupos de Gaza amenazan la seguridad nacional de Egipto, pero su voluntad y capacidad para plasmar esa idea en una política son limitadas.

Entretanto, Morsi y los Hermanos Musulmanes están practicando un doble juego. Mientras que aquél denunció la violencia reciente (en particular, el asesinato de policías egipcios) e hizo pública una amenaza implícita a Hamás, éstos publicaron una declaración en la que acusaban al Mossad de Israel de perpetrar el ataque, afirmación que el Primer Ministro de Gaza, miembro de Hamás, Ismael Haniyeh, ha repetido.

En realidad, también Hamás está practicando un doble juego. Por haber perdido el respaldo sirio, abriga la esperanza de que los Hermanos Musulmanes de Egipto presten apoyo político y logístico a su movimiento emparentado. Sin embargo, permite a palestinos radicales y grupos yijadistas de Gaza que lleven a cabo operaciones en el Sinaí.

El cuarto protagonista, los yijadistas del Sinaí, comprenden primordialmente beduinos, cuyos orígenes diferentes y marginación durante mucho tiempo han movido a algunos de ellos a identificarse con grupos islámicos radicales (con frecuencia al trabajar en la península árabe). Si bien el objetivo primordial de ese grupo es el de socava las relaciones egipcio-israelíes, no hacen ascos a actuar directamente contra el Estado egipcio. Dada su situación estratégica, los yijadistas del Sinaí podrían ser utilizados por redes terroristas mayores para poner la mira en puntos estratégicamente vitales, como por ejemplo, el canal de Suez.

El Gobierno de Egipto se ha sentido humillado y encolerizado por la provocación terrorista, pero es demasiado pronto para saber si las severas medidas de seguridad adoptadas en el Sinaí son una operación única, encaminada a aplacar a ciudadanos irritados, o el comienzo de un intento en serio de abordar los problemas comunes del Sinaí y Gaza. También es demasiado pronto para saber si la reorganización de Morsi en El Cairo tuvo relación con los sucesos del Sinaí o resultó acelerada por ellos, pero el potencial explosivo del Sinaí ha aumentado claramente con el Gobierno de los Hermanos Musulmanes.

La ya antigua vía de comunicación de Israel con Egipto por mediación del ejército ha desaparecido y puede que sea substituida o puede que no por una vía similar. Lo más probable es que Hamás y los beduinos del Sinaí se hayan sentido envalentonados por las más reciente evolución de la situación en El Cairo, pero, mientras las políticas internas de Egipto siguen su rumbo, Israel, que ha tenido que caminar con pies de plomo en su relación con Egipto y en el Sinaí desde enero de 2011, tendrá que comportarse con mayor cautela aún en los próximos días.

Itamar Rabinovich, a former ambassador of Israel to the United States (1993-1996), is currently based at Tel Aviv University, New York University, and the Brookings Institution. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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