El ponche de la política monetaria de Occidente

Por Sylvester Eijffinger, profesor de Economía Financiera en la Universidad de Tilburg (Países Bajos), y Edin Mujagic, economista especializado en política monetaria en ECR Research y en la Universidad de Tilburg. Traducido del inglés por Carlos Manzano (Project Syndicate,01/03/11):

Hay momentos en que se debe pensar y actuar de forma original y después hay momentos en que se vuelve a la normalidad. Los más importantes bancos centrales de Occidente –el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de los Estados Unidos– deben tomárselo en serio. Como dijo el ex Presidente de la Reserva Federal William McChesney Martin: “La misión del banco central es la de retirar el ponche cuando la fiesta aún no ha acabado”. Sin embargo, recientemente la Reserva Federal decidió no sólo mantener la fuente  del ponche, sino también volver a llenarlo.

Cuando la crisis financiera estalló con su máxima intensidad en 2008, los bancos centrales más importantes del mundo estuvieron acertados al recurrir a medidas excepcionales. Desde luego, podríamos afirmar que en algunos casos exageraron –por ejemplo, con la segunda ronda de la llamada “relajación cuantitativa” en los Estados Unidos–, pero, en términos generales, la reacción parece haber sido apropiada.

Sin embargo, más de dos años después, la situación ha cambiado. La recuperación económica no es estelar, pero no por ello deja de ser una recuperación. Casi todas las economías desarrolladas han dejado la recesión muy atrás y el peligro de deflación ha desaparecido. Recientemente, el banco central suizo adoptó esa posición y el BCE está preocupado por una mayor inflación, no deflación, en la zona del euro. En las economías en ascenso, como, por ejemplo, el Brasil, China, la India y Corea del Sur, la inflación está aumentando rápidamente y pasando a ser cada vez más un problema económico y social.

Así, pues, ha llegado el momento de que los bancos centrales de Occidente vuelvan a ser “normales”. Ello es aplicable en particular a la Reserva Federal y al Banco de Inglaterra y, en menor medida, al BCE.

Los bancos centrales de los países con mercados en ascenso como el Brasil, China, la India, Indonesia, el Perú, Tailandia y Corea del Sur están ofreciendo buenos ejemplos que se deben imitar. Se han internado por la vía de la normalización al subir los tipos de interés oficiales con el fin de cortar la inflación de raíz y, con ello, impedir que la inestabilidad de los precios ahogue el crecimiento futuro.

Ante la disyuntiva entre un crecimiento económico a corto plazo  y otro a medio y largo plazo, dichos bancos centrales están optando por el segundo. Al aumentar los tipos de interés para impedir que la inflación se ponga por las nubes, infligen cierto sacrificio a la economía ahora, pero, en comparación con el que sería necesario para luchar contra una inflación desbocada más adelante, resulta insignificante.

En ese sentido, los bancos centrales de los países con mercados emergentes han aprendido la lección de los decenios de 1970 y 1980, cuando la inflación dominaba el mundo y asfixió el crecimiento económico... en gran medida porque los bancos centrales no actuaron a tiempo. Bancos centrales como la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra parecen haber olvidado esa historia.

Entonces, ¿qué deberían hacer los bancos centrales occidentales?

En primer lugar, se debe dejar de lado el indicador de la “inflación básica”. Hay muchos argumentos a favor del recurso a la inflación básica al dirigir la política monetaria y explicar las decisiones al público, pero sólo cuando los aumentos de los precios de los alimentos y de la energía –que no forman parte de la inflación básica– son de carácter temporal. Parece que ya ha dejado de ser así.

En el Reino Unido, por ejemplo, los factores supuestamente “temporales” han estado manteniendo la tasa de inflación por encima del objetivo durante casi dos años. Recientemente, el BCE publicó un informe en el que se decía que lo más probable es que los precios de los alimentos aumenten aún más, porque la demanda es estructuralmente mayor que la oferta. Es probable que se pueda decir lo mismo de los diversos productos básicos, incluido el petróleo, cuya demanda se ha subestimado estructuralmente.

En segundo lugar, los bancos centrales europeos deben empezar a reducir las medidas de emergencia adoptadas para afrontar la crisis económica y financiera. Ello es aplicable en particular a la Reserva Federal, que en el otoño de 2010 lanzó una segunda ronda de relajación cuantitativa para estimular el crecimiento económico y el empleo a corto plazo, pero también al Banco de Inglaterra, al que se ha criticado por mostrarse demasiado poco riguroso.

Por último, para tener la posibilidad de impedir que la inflación aumente aún más, los tipos de interés reales deben ser, como mínimo, iguales a cero o ligeramente positivos. No ha sido así durante mucho tiempo y sigue sin ser así con la inflación total, cuya tasa es 2,2 por ciento en la zona del euro y 1,5 por ciento en los EE.UU. Incluso cuando nos fijamos en la inflación básica, los tipos de interés reales en los EE.UU. siguen siendo marcadamente negativos. El panorama es particularmente sombrío en el Reino Unido, con un tipo de interés oficial de 0,5 por ciento y una inflación de 3,3 por ciento.

Para impedir que la inflación se ponga por las nubes, la Reserva Federal debe aumentar el tipo de los fondos federales de casi 0 por ciento ahora a al menos el 3 por ciento dentro de un año, más o menos. En el mismo período, el BCE debe subir su tipo oficial del 1 por ciento a al menos el 2 por ciento, mientras que el Banco de Inglaterra debe poner la mira en el 5 por ciento.

Optar por un aumento a corto plazo del crecimiento económico y del empleo, en lugar de imponer la estabilidad de los precios, hundió la economía mundial en los decenios de 1970 y 1980. Esta vez el resultado puede no ser demasiado diferente, si los bancos centrales europeos occidentales mantienen sus actuales políticas monetarias durante mucho más tiempo.

Durante años, los funcionarios de dichos bancos han invitado a sus homólogos de países en desarrollo y con mercados en ascenso a conferencias y reuniones para enseñarles los truquillos del oficio. Tal vez haya llegado el momento de que los profesores aprendan de sus alumnos.

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