El ponzoñoso patriarcado de Nigeria

Casi todos los países cuentan con alguna manera de alcanzar la igualdad de género y empoderar a todas sus mujeres y niñas para 2030, en línea con el Objetivo 5 de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Pero para un país como Nigeria, donde una masculinidad tóxica permea la política, la economía y la sociedad, el reto es particularmente grande.

La masculinidad tóxica describe la adherencia a conductas “varoniles”, como la supresión de las emociones (las que sean distintas a, digamos, la rabia) y la afirmación del dominio sobre los demás. Estas normas afectan a los hombres socializados para ajustarse a ellas, al impedirles explorar el espectro completo de las emociones, conductas e identidades humanas. Pero son las mujeres las que más sufren: su rol subordinado y sumiso limita gravemente sus oportunidades y las deja en una posición de alta vulnerabilidad a la violencia.

No debería sorprender que el hecho de que quienes nunca fueron educados para manejar sus emociones y disfrutan de un poder desproporcionado en lo cultural, legal y físico, suelan descargar sus frustraciones en los más desvalidos. Por ejemplo, no hace mucho tiempo una mujer en Gboko, en el estado de Benue, ubicado en la región centro-norte de Nigeria, fue asesinada por su marido que, en estado de ebriedad, decidió que le había sido infiel. Algunos de los factores que lo llevaron a tal decisión fueron que su mujer había llegado tarde del trabajo y se había mudado desde el hogar familiar al de su hermana. Parece ser que la autoestima del marido estaba dañada tras quedar sin empleo, ya que suponía que debía ser el proveedor y jefe del hogar. Así que, cuando sintió que su esposa amenazaba su “honor”, hizo lo que “se supone” que los hombres tienen que hacer: le “enseñó una lección” apaleándola sin piedad por horas y en público hace tres años.

Esta vez fue más lejos: la mató al instante con un hacha. Las dos hijas de la mujer dependen ahora de la hermana de esta (que vive bajo la línea de pobreza) y su abuelo para alimentarse y tener un techo. El asesino está prófugo, con orden de captura de la policía.

Esta historia no es una anomalía. Las estimaciones publicadas por la Organización Mundial de la Salud indican que cerca de una en tres mujeres del planeta han sufrido violencia física o sexual de sus parejas o violencia sexual de un tercero. Un 38% de los asesinatos de mujeres son cometidos por su pareja masculina.

Este tipo de violencia está muy generalizada en Nigeria. Según cifras de un estudio reciente, un 28% de las mujeres de entre 25 y 29 años de edad han sufrido alguna forma de violencia física desde sus 15 años. Pero a menudo la violencia comienza antes: el 18% de las niñas nigerianas están casadas a la edad de 15 años, lo que las deja en una situación vulnerable al abuso marital y, a pesar de una prohibición de 2015, la mutilación genital femenina todavía se lleva a cabo con impunidad, particularmente en chicas muy jóvenes.

Esta impunidad no debe sorprender, dado que por lo general las mujeres son incapaces de entablar una querella judicial incluso por las injusticias más brutales. En parte, esto tiene que ver con el dinero: limitadas en cuanto a educación y sus perspectivas laborales, las mujeres nigerianas tienden a depender económicamente de otros –potencialmente incluso el hombre que comete el acto de violencia- y, en consecuencia, no pueden costear los procedimientos legales.

Incluso si una mujer puede permitirse ir a los tribunales, las probabilidades le son adversas porque los hombres dominan las profesiones legales y el patriarcado es omnipresente en el derecho nigeriano. Por ejemplo, un juicio por violación solo puede avanzar si existe el testimonio de un testigo visual.

Pero el problema es más de fondo. Hay muchos que en Nigeria creen que el honor familiar e incluso social depende de la complicidad, la pureza y el silencio de las mujeres. Las que denuncian la violencia, por no hablar de las que se querellan contra sus atacantes, se enfrentan al estigma social. Algunas supervivientes de violación incluso han sido expulsadas de sus comunidades por adulterio, y la violación marital no está reconocida, porque una esposa no puede negarle el sexo a su marido. De manera similar, el abuso marital se justifica porque un hombre debe “disciplinar” a su esposa, y existe la creencia de que la mutilación genital preserva la pureza de una mujer y la dignidad de su familia. En algunos grupos étnicos, las muchachas jóvenes se usan como garantía de préstamos.

Todos estos factores contribuyen a que la cantidad de hechos de violencia denunciados es mucho menor a los que realmente ocurren. Además, las mujeres carecen de apoyo de los líderes civiles, religiosos y políticos, hombres en una abrumadora mayoría. Solo uno de los 24 ministros del gabinete de gobierno en Nigeria es mujer, y ninguno de los 36 estados del país tiene una gobernadora.

Para que Nigeria tenga alguna oportunidad de alcanzar el ODS5, su gobierno debe fortalecer las leyes sobre violencia y discriminación de género para abarcar la multitud de prácticas culturales que dañan, desempoderan y menoscaban a las mujeres, y mejorar su aplicación de manera significativa. Además, debería ofrecer instancias de rehabilitación para las víctimas, al tiempo que apoya la participación femenina en todos los niveles de toma de decisiones. Será preciso un activismo judicial para convertir las políticas en acciones.

Al mismo tiempo, si han de cambiar las actitudes culturales, se necesitará una campaña a gran escala para promover la participación femenina en las decisiones pre y post-maritales, los procesos electorales y la toma de decisiones en la familia. Y habría que crear un panel nacional para que las mujeres puedan exponer sus experiencias públicamente y con seguridad, concientizando así sobre las consecuencias reales de la masculinidad tóxica sobre las vidas de las nigerianas. Todas las organizaciones tienen un papel que cumplir en estas iniciativas, desde los ámbitos religiosos, comunicacionales, educacionales y de la sociedad civil.

Todas las personas han sufrido por demasiado tiempo el yugo de la masculinidad tóxica. Ha llegado la hora de una nueva era de masculinidad positiva, que libere a los hombres y salve las vidas de las mujeres.

Ibitoye Segun Emmanuel, a co-founder of the public-health start-up LifeEdge, is Regional Monitoring and Evaluation Officer for the Association for Reproductive and Family Health (ARFH) in Nigeria. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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