El Popular fue la promesa de la banca

Recuerdo un almuerzo con Luis Valls Taberner a finales de 1982. Felipe González había ganado las elecciones, pero todavía no había Gobierno. El Popular era entonces un banco muy rentable que había tenido un crecimiento sostenido gracias a dar crédito puro a las empresas, sin tomar participación. Tenía al frente un tándem: Luis Valls, presidente, que fijaba las grandes líneas y vigilaba el entorno, y Rafael Termes, consejero delegado, que gestionaba el día a día con el background de ser un economista liberal de sólidos fundamentos.

Termes ya había dejado el banco para presidir la Asociación Española de Banca Privada (la AEB) y en los 70 había tenido relación con ambos. Más con Termes, pues la presentación de resultados del benjamín de los famosos siete grandes era un acontecimiento. Valls habló un poco de todo y al final, teniendo en cuenta que era un banquero del Opus Dei al que se atribuía influencia política, le pregunté quién creía que iba a ser su interlocutor en el nuevo Gobierno socialista. La respuesta fue directa: «Quien lo ha sido los últimos años, Alfonso Guerra, un político sensato y realista». Y la sonrisa satisfecha del banquero, elegante y a la vez próxima, me indicaba que no preveía graves problemas. No era aquella la actitud dominante en la derecha empresarial, y fue Miguel Boyer a quien Felipe encargó la dirección económica. Pero el siempre vigilante Valls acertó. Guerra fue clave para que no hubiera rupturas traumáticas.

Valls y Termes se llevaban pocos años y formaron parte de un grupo de empresarios y tecnócratas que tuvieron un gran papel en la economía de los años 60, los 70 e incluso después. Importaron al catolicismo tradicional español el culto al esfuerzo empresarial y a la creación de riqueza, las virtudes que Max Weber dijo que hicieron del protestantismo una de las causas del nacimiento del capitalismo.

Luis Valls –hijo de Fernando Valls Taberner, prestigioso historiador catalanista que tras la guerra civil abrazó el franquismo– formó parte de una generación burguesa que vio en el Opus una opción religiosa pero también un eficaz instrumento de modernización económica compatible con el régimen político. Fue vicepresidente del Popular en 1957 –tras la compra de un paquete accionarial a Félix Millet Maristany, el padre del hoy tristemente famoso Félix Millet– y presidente desde 1972.

Aquella generación abogó por el abandono de la autarquía (plan de estabilización del 59) y por el Acuerdo Comercial Preferencial con el Mercado Común. La creación del IESE –del que Termes fue profesor e impulsor– viene de entonces. Y el resurgir paralelo del Banco Atlántico (hoy integrado en el Sabadell), impulsor de las autopistas catalanas y donde un joven Isidre Fainé inició su carrera profesional. Sabían que España necesitaba conectar con el capitalismo europeo para desarrollarse. Y Laureano López Rodó, el político más representativo de aquel entorno, le dijo a Salvador Pániker en Conversaciones en Madrid (1969) que la democracia era algo que los países se podían plantear cuando alcanzaban los 1.000 dólares de renta per cápita. Todavía no tocaba.

Valls y Termes hicieron del Popular un gran banco que llegó a valer 19.500 millones de euros y que ahora ha sido entregado gratis al Santander por el regulador bancario europeo a cambio de que asuma la gestión y la cartera de créditos dudosos. El fracaso se debe a que tras la retirada de Luis Valls, su sucesor, Ángel Ron, quiso crecer con más rapidez en el sector inmobiliario y quedó atrapado en la burbuja. Y para capear los malos tiempos se quiso blindar con más dimensión comprando el Banco Pastor.

Dos apuntes finales. Uno, el Popular no tuvo una renovación de la misma calidad que tuvieron Valls y Termes y la sanción ha sido la liquidación, que ha sido poco traumática y se han seguido las nuevas normas de la unión bancaria. Italia no lo ha logrado con el Monte dei Paschi de Siena, el banco más antiguo del mundo. Tras una crisis bancaria horrible, con epicentro en las cajas y el inmobiliario, volvemos a cierta normalidad.

Dos, la liquidación relativamente tranquila se debe en parte a que el Santander, que ya antes había absorbido el Banesto, el Central y el Hispano (tres de aquellos siete grandes), es hoy uno de los mayores bancos del mundo. Conocí a Emilio Botín (el abuelo), Emilio Botín (hijo) y –menos– a Ana Botín. Y hay que constatar que aquí los relevos sí han funcionado bien y que –pecados aparte– las dinastías bancarias son parte del activo de un país.

Joan Tapia, periodista.

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