El populismo es el opio de los pueblos

El populismo no conoce de ideologías. Hace vida en los extremos como un parásito que se nutre de los temores más irracionales, exacerbando las inseguridades espirituales. Solo un centro político fuerte puede contenerlo, más nunca eliminarlo. Permanece como un íncubo en nuestra sociedad esperando el momento justo para devorarnos.

La lucha contra el populismo debe ser incesante. Nunca se le debe dar por vencido. En Argentina, Macri cometió el error de pensar que la versión local de ese parásito espiritual, el kirchnerismo, había sido derrotado definitivamente. Lo que se encontró el tecnócrata Macri al abrir las puertas de la Casa Rosada fue corrupción en cada esquina, un Estado enorme con subsidios que rayaban en la falta de vergüenza y una inflación galopante de la cual no se habla más porque la de la cercana Venezuela la opaca.

Macri limpió la casa, la puso en orden e hizo los ajustes correspondientes. Estaba aplicando la receta indicada, con los esperados tropiezos teniendo el cuenta el desastre que heredó. Firme en su propuesta, el empresario pensó que los accionistas sabrían leer los balances que demuestran el buen andar. Pero el empresario Macri ya no es presidente de una empresa sino de una nación y los accionistas con derecho a voto están más pendientes del bienestar social que del económico.

El empresario Macri parece haber levantado la vista de sus balances económicos, pero es casi demasiado tarde. Con el estómago crujiendo, el argentino promedio recordó que el kirchnerismo le subsidiaba sin necesidad de trabajar. Eso es todo. Lo demás, el precipicio por el que lanzaron Néstor y Cristina a Argentina, no les interesa. Pan hoy, mañana ya veremos. Las recientes primarias dejan al kirchnerismo a un pasito de alcanzar la victoria en la primera vuelta de las presidenciales.

El populismo es como la heroína. Causa un estado de euforia total mientras dura la dosis, pero la resaca es tan brutal que el afectado prefiere volver a inyectarse. Esta droga viene del opio. Irónicamente, el creador de ese gran caldo de cultivo para el populismo que es el comunismo, Marx, acuñó la frase de “la religión es el opio de los pueblos”. Podríamos decir, más bien, que el populismo es el opio de los pueblos.

Y hablando del opio y su hija maldita, la heroína, la mayor epidemia de esa droga es en Estados Unidos, en donde se está gestando una tormenta interna de proporciones incalculables. A un año de las elecciones presidenciales, la economía va entrando en recesión tras diez años de mercado pujante. Trump se hace el loco, prefiriendo pelear con la Reserva Federal y con China mientras sigue entregándose a Wall Street, lo que equivale a echarle gasolina al fuego. Pero esto es solo una consecuencia de un núcleo absolutamente podrido que incentiva la desigualdad socioeconómica mientras se entrega a los horrores del alma. Para ejemplo el del financiero pederasta Epstein, el celestino de la crème de la crème de la élite estadounidense que terminó suicidado en una cárcel federal junto con sus secretos.

Trump es el símbolo de la entrada del populismo a Estados Unidos, y, a corto plazo, se mantendrá ahí al menos que la recesión económica se lo lleve por el medio. El problema es que no hay en el panorama nadie que pueda ejecutar un cambio profundo. En la acera de enfrente Biden es visto como un representante de un centro débil y Sanders como otro populista, aunque de signo contrario al de Trump. El populismo ya entró y sacarlo no será fácil.

Que se lo digan a los venezolanos, en donde Maduro es rechazado por el 85% de la población pero Chávez es recordado de buena manera en un sector considerable de la población. Ahora tocará irle quitando la dosis de opio poco a poco, sin hacerlo de la noche a la mañana para no generar un adicto reincidente como está por ocurrir en Argentina. La buena noticia es que el centro es el que lleva la batuta en el forcejeo final para transitar a la democracia. Los extremos -el de Diosdado Cabello y el de María Corina Machado- patalean de una manera tan similar que asusta, pero las negociaciones avanzarán. El principal banco turco y la más importante petrolera china han frenado sus operaciones con Venezuela por temor a contaminarse con las sanciones estadounidenses; y el representante de Putin en el régimen venezolano (Vladimir Padrino, ministro de la Defensa) pide el retorno a la mesa de conversaciones en Barbados. Habrá acuerdo, si los extremos populistas no encuentran la manera de impedirlo.

En Venezuela mucho de lo que está pasando tiene que ver con las elecciones presidenciales de Estados Unidos. No habrá intervención militar porque Trump llegó a la presidencia con un discurso aislacionista que no le permitiría esa jugada salvo caso extremo para conseguir el decisivo voto de la Florida. Sin embargo, los tiempos de la transición democrática acordada en el sur también irán pari passu con los de la contienda en el norte. ¿Justo? No. ¿Populista? Sí.

Es lo que hay.

Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.

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