El populismo, 'ladrón de cuerpos'

El populismo, 'ladrón de cuerpos'

El mundo o, mejor dicho, lo que se llama, de manera bastante ambigua, el 'orden mundial', parece haber entrado en una etapa de extrema fragilidad. Las asimetrías económicas producidas por la globalización están contribuyendo a ello. La deriva proteccionista y unilateral norteamericana, también. La conciencia china de haberse convertido ya en una gran potencia con todos los atributos. El envalentonamiento ruso. El islamismo radical asesino. El debilitamiento real y también moral del proyecto europeo... Las causas no se acaban aquí, son muchas.

También el populismo, un artefacto antiguo que, sin embargo, se extiende hoy por el mundo. El populismo avanza en las sociedades democráticas, incluidas las más avanzadas. Crece en Europa. En Italia, el Reino Unido del 'brexit', en el este, en el centro, en los países nórdicos. Prácticamente en todas partes.

Pero: ¿qué es el populismo? ¿Es posible encajonarlo en una definición? Lo primero que hay que tener en cuenta es que el populismo no funciona en términos de blanco o negro. El populismo es una gradación, lo que significa que difícilmente ningún movimiento, proyecto u opción de tipo político se le puede sustraer absolutamente. El problema, y el peligro, llega cuando domina el pensamiento y la acción hasta el extremo de contravenir, de dañar claramente, el interés general.

El populismo, en dosis menores o mayores, se generaliza no solo porque los políticos necesitan que los ciudadanos voten por ellos cada vez que se convocan elecciones. Como aprendimos con Maquiavelo y Hume, todo gobernante -democrática o déspota- necesita contar con el consenso de los gobernados. Lo cual provoca que los contornos del populismo sean borrosos y el concepto difícil de aprehender.

Existen, sin embargo, algunas caracterizaciones que nos pueden orientar. Una de ellas, que debemos al profesor Cas Mudde, señala que el populismo es una ideología superficial que "considera la sociedad dividida en último término en dos grupos homogéneos y antagónicos, 'el pueblo puro' contra 'la élite corrupta', y que defiende que la política debería ser una expresión de la 'volonté générale' -la voluntad general- del pueblo ".

Esta superficialidad o vacuidad del populismo hace que lo encontremos adherido o encarnado en distintas ideologías tradicionales, de izquierdas y de derechas. Desde el chavismo venezolano hasta el UK Independence Party. Es, en este sentido, una especie de 'ladrón de cuerpos'.

Al analizar el populismo -que, como hemos visto, tiende a dividir de forma simplificadora entre, digamos, buenos y malos- resulta fundamental detectar cuáles son los grupos que, en cada configuración, resultan incluidos -forma parte del 'pueblo "puro" ', de los' nuestros'- o bien quedan excluidos.

Aquí existen, naturalmente, diferencias entre el populismo de izquierdas y de derechas. Por ejemplo, mientras el primero sitúa la inmigración entre lo que cabe defender e incluir, el segundo la clasifica entre aquello que hay que rechazar y combatir.

Como decíamos, el populismo señala siempre enemigos. Responsables de que el mundo o la sociedad vayan de mal en peor. Tanto para el populismo de derechas como de izquierdas, suelen ser culpables el Gobierno, la élite política, las altas finanzas, los grandes empresarios, los medios de comunicación, los intelectuales, etcétera.

El líder populista no solo suele identificarse con el pueblo, sino que se erige en su abanderado, en la personificación de los deseos, necesidades, quejas y enojo del grupo. De su alma. El líder debe poseer buenas dotes comunicativas. Además, es típico que tenga un estilo de comunicación basado en las emociones, y no tema recurrir a la controversia o la provocación. Los ejemplos, en este apartado, son muchísimos. Desde Donald Trump a Beppe Grillo pasando por Le Pen y tantos otros. Huelga decir que la comunicación digital, especialmente las redes sociales, son un terreno del todo propicio y favorable para el populismo, y muy probablemente uno de los motores de su auge actual.

En su pasión por coronar al 'pueblo', halagarlo e identificarse incondicionalmente con él, lo que hace el populismo es socavar los mecanismos institucionales de intermediación. En otras palabras: cuestiona frontalmente la democracia representativa, es decir, la democracia de raíz liberal tal como la hemos entendido tradicionalmente.

Cuando, por ejemplo, se vocifera que '¡no nos representan!' -o expresiones similares- lo que se quiere decir es que aquellos que ostentan la representación democrática son esencialmente ajenos y enemigos de los ciudadanos a los que representan (y que los han elegido). Y que, contrariamente, ellos, los populistas, son los auténticos, los verdaderos portadores de su voz y voluntad. Los puros.

Marçal Sintes, periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicación (URL).

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