El pórtico de Europa

En vísperas de las trascendentales elecciones al Parlamento Europeo del día 26 de mayo, la Comisión Europea y la federación paneuropea de organizaciones no gubernamentales relacionadas con el patrimonio creada en 1963 bajo el nombre de Europa Nostra han hecho públicos los premios que vienen concediendo desde 2002.

Complementariamente a los galardones correspondientes a las cuatro categorías tradicionales, la más destacada de las cuales es precisamente la de conservación, y a dos distinciones otorgadas a sendos proyectos turcos y suizos que no se encuadran en el marco del programa «Creative Europe», no ha faltado un premio especial al cuerpo de bomberos de París por su decidida actuación la noche del pasado 15 de abril para atajar el incendio de Nôtre Dame. En aquellas horas, y en los días inmediatamente posteriores, los europeos percibimos con viveza que la catedral parisina era también nuestra, como una regalía más de los tesoros culturales, materiales e inmateriales, constitutivos de Europa. Si no siempre así considerados y presentes en el horizonte de nuestras referencias habituales, son, sin embargo, imprescindibles para fomentar ese sentido de pertenencia que en 2018, el año europeo del patrimonio cultural, el comisario Tibor Navracsics invocaba, y que Fernando Savater acaba de subrayar a propósito de lo que él denomina «la Europa necesaria».

Entre las decisiones de la Comisión y Europa Nostra hay una especialmente destacable. Se trata del premio que ha merecido la restauración del Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana, iniciada hace doce años y concluida el pasado año. El jurado valoró este proyecto como «un ejemplo muy destacado de conservación y cuidadosa recuperación de escultura en piedra policromada en una obra de fundamental importancia en la Escultura románica». Hay, precisamente, un párrafo de El jorobado

de Nôtre Dame que viene a cuento. Estamos en el siglo XV, y la imprenta de Gutenberg acaba de nacer. Victor Hugo pone en boca de su personaje Frollo una frase en la que se compara un libro y la vieja catedral: «Ceci tuera cela». La letra impresa acabaría con las imágenes que el arte catedralicio venía mostrando secularmente para ilustrar a los fieles, casi en su totalidad analfabetos.

Curiosamente, un siglo más tarde Marshal McLuhan, anunciaría también la muerte de la por él llamada «Galaxia Gutenberg», esto es, la cultura del libro impreso, ante el empuje imparable de los medios de comunicación «eléctricos»: telégrafo, teléfono, radio, cine, televisión.

Ninguna de las dos profecías, como bien sabemos, llegó a cumplirse. La Humanidad no prescinde por completo de lo que fue útil durante mucho tiempo, por más que nuevas tecnologías vengan a ocupar espacios anteriormente cubiertos por otros recursos menos sofisticados.

Podemos, así, hablar de sincretismos. Por ejemplo, el Pórtico de la Gloria siempre me ha parecido un libro abierto en forma de tríptico y escrito no con letras, sino con imágenes pétreas, iluminadas a color como en los códices miniados.

Un libro que venía de otros libros, y que dio y sigue dando lugar a sucesivas «lecturas», a diferentes interpretaciones de su significado. Para unos, la fuente principal, por no decir exclusiva, es el Antiguo Nuevo Testamento, en especial el

Apocalipsis de San Juan, mientras que para el recordado profesor de Santiago de Compostela y de Harvard Serafín Moralejo el pórtico del Maestro Mateo era ante todo una paráfrasis del Ordo

Prophetarum, un drama litúrgico medieval en el que San Agustín convoca a profetas o arúspices paganos para que confirmen ante el pueblo de Israel que Jesucristo es el verdadero Mesías.

Un libro, el Pórtico de la Gloria, que como es común inspirará siglo a siglo a nuevos poetas y escritores. Por ejemplo, Rosalía de Castro que recrea a los santos y apóstoles que parecen mover los labios, hablar quedo, pues va a comenzar la música de los instrumentos también representados en el Pórtico: ¿Estarán vivos?, ¿serán de pedra Aqués sembrantes tan verdadeiros, Aquelas túnicas maravillosas, Aqueles ollos de vida cheos?

En estos versos está la más justa ponderación de uno de los prodigios de ese pórtico o libro que el obrador de Maestre Mateo produjo en el tránsito del siglo XII al XIII. Me refiero a que las figuras esculpidas ofrecen rasgos individualizados que más recuerdan la estatuaria clásica o la pintura flamenca del Renacimiento que la mucho menos precisa iconografía románica.

Y todo ello, potenciado extraordinariamente por una policromía que las injurias de los años fueron desleyendo. Ahora, felizmente, el Pórtico se nos muestra como nunca antes pudimos leerlo. No hace falta abrir sus páginas: ya están abiertas. Siempre lo estuvieron.

La Fundación de la catedral compostelana contó para ello con la coordinación técnica del Instituto del Patrimonio Cultural de España y la supervisión de la Xunta. Y desde el principio, tanto en los aspectos científicos y organizativos como en los económicos, estuvo presente la Fundación Barrié, que con anterioridad había financiado la restauración e instalación del coro pétreo del Maestro Mateo y había reproducido, con el concurso de los mejores luthiers europeos, instrumentos medievales que el propio Mateo hizo esculpir en el Pórtico como el arpa salterio, el salterio propiamente dicho, la fidula oval, la fidula en ocho, el laúd o esa maravilla que se ejecutaba a cuatro manos: el organistrum o viola de rueda. La música: otra de las señas de identidad de la Europa de la cultura.

No cesamos, los españoles, en zaherirnos sin tregua. Pero deberíamos por una vez admitir que, como europeos, en algo formamos en primera fila. En los últimos diecisiete años, los premios Europa Nostra recibieron tres mil candidaturas procedentes de treintainueve países. España ha sido quien más ha solicitado, con quinientas veintisiete propuestas, seguida a distancia por Italia y el Reino Unido. Pero más significativo todavía es el hecho de que los quinientos doce proyectos premiados, el número mayor (sesenta y siete) fue precisamente para nosotros, por delante de los otros dos países mencionados.

España, Italia y Reino Unido poseen un patrimonio arquitectónico y artístico excepcional, quizá abrumador a la hora de conservarlo y mantenerlo vivo. Las aportaciones públicas nunca serán suficientes para atender tan exigente compromiso. Por ello es imprescindible la intervención de la sociedad civil a través de Fundaciones como la que desde hace lustros viene dedicando parte de sus recursos a la catedral que está al final del camino de Santiago, el primer itinerario cultural europeo reconocido como tal desde 1987.

Darío Villanueva es exdirector de la Real Academia Española.

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