El post-Sadam: el papel de España

Por Rafael L. Bardají, subdirector del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos (ABC, 06/04/03):

Sobre una política de convicción, intereses y principios, el Gobierno español ha desempeñado un papel activo en la crisis con Irak, defendiendo el respeto a los compromisos adoptados por la ONU y la necesidad de que Sadam cumpliera con sus obligaciones de desarme. Sin embargo, una vez que la vía diplomática condujo a un callejón sin salida, España se sitúa al margen de la intervención militar y contribuye a la coalición anti-Sadam con un contingente de apoyo en tareas de ayuda humanitaria, posiblemente debido a la endeblez de su conciencia nacional de seguridad y defensa, acrecentada en esta ocasión por la miopía que siempre conlleva un proceso electoral en ciernes. Ahora que parece que se le acaba la única arma que le quedaba a Sadam, el tiempo, España puede y debe jugar un papel significativo en la reconstrucción de Irak en tanto que sociedad y gobierno democráticos. Con una contribución importante cuantitativa y cualitativa en la transición hacia un régimen que respete los derechos y libertades de los individuos, no sólo España compensará su ausencia en la liberación del pueblo iraquí, sino que volverá a colocarse ante el mundo árabe como un claro defensor de los intereses del pueblo de Irak. Cuatro son los ámbitos en los que España debería actuar con iniciativa e imaginación para lograrlo:

1.- El primero, contribuir a la consolidación de un nuevo régimen en Bagdad. Derrocar a Sadam es una tarea compleja, pero mucho más lo será asegurar el país con un proceso de profunda transformación política en marcha. Las fuerzas de la coalición tendrán que garantizar la seguridad, favorecer el desarrollo económico y social, alimentar la justicia y la reconciliación nacional, así como promover un sistema de gobierno participativo, tareas que exigen tiempo, energía, visión y recursos, sobre todo, humanos. Piénsese, por ejemplo, que el partido Baath tiene que ser desarticulado, así como las fuerzas de represión de Sadam; que el ejército regular debe ser transformado y que los programas de armas de destrucción masiva tienen que ser adecuadamente eliminados en su totalidad. Todo ello requiere un sistema judicial y policial no arbitrario -que no existe- así como programas de reinserción e integración social para decenas de miles de individuos. ¿Alguien sabe qué va a ser de los cientos de científicos directamente involucrados en desarrollos químicos, bacteriológicos y nucleares?

Al mismo tiempo y como condición sine qua non, todo cambio político debe partir del hecho de las extremas necesidades humanitarias de la sociedad iraquí, hundida tras la era de terror de Sadam. La asistencia internacional tendrá que ser sustituida progresivamente por una economía cada vez más próspera y de base autóctona. Irak goza de la capacidad de poner en el mercado en poco tiempo una cantidad de barriles de petróleo que doble sus ingresos actuales. El problema no reside en los recursos naturales. Lo que la coalición debería evitar a toda costa es que la explotación iraquí de su petróleo caiga en las pautas de los vecinos del Golfo, bajo control directo de sus elites gobernantes y con nula repercusión en el bienestar general de la población. Y nada mejor para ello que introducir la lógica y las prácticas privadas en este importante sector. El mercado será el mejor instrumento para que el petróleo esté de verdad en las manos y al servicio del pueblo iraquí.

2.- En segundo lugar, contribuir a regenerar el mapa institucional salido de 1945. La crisis actual ha puesto de relieve que las instituciones salidas de la Segunda Guerra Mundial, y que en gran medida siguen reflejando lo que pasaba ese momento, no son eficaces en su configuración actual para lidiar con los retos a los que hoy se enfrenta la seguridad internacional. No sólo sería ilusorio sino peligroso pasar la página como si nada hubiera ocurrido en estos últimos meses. España debe impulsar la regeneración de aquellas instituciones que lo necesiten, comenzando por las Naciones Unidas. La ONU, ciertamente, debe jugar un papel importante en el post-Sadam, pero éste debe centrarse en la gestión de la ayuda humanitaria y no en una inmediata administración general del país, para la que no tiene experiencia ni posiblemente esté preparada y que, por tanto, debe ser retenida inicialmente por la coalición, cuyas fuerzas son las únicas que pueden garantizar la seguridad, estabilidad en integridad del Irak. Es posible imaginar a medio plazo una suerte de mandato de la ONU, pero lo ideal sería pasar a manos iraquíes su gobierno en cuanto las circunstancias lo permitan. Mientras tanto, se debe impulsar una reforma de los procedimientos de funcionamiento de Naciones Unidas. Hasta ahora, el debate ha girado en torno a una posible ampliación del Consejo de Seguridad, para volverlo más representativo. Pero el problema del Consejo no es su representatividad, sino su ineficacia y una ampliación cuantitativa sólo empeoraría su trabajo. Hay que explorar otras posibilidades que permitan la formación de coaliciones de las naciones democráticas en defensa del espíritu de la Carta, de las libertades y el respeto a los derechos humanos. Y lo mismo vale para una Alianza Atlántica que se ha visto bloqueada por una minoría de sus miembros, o la Política de Seguridad y Defensa de la UE.

3.- En tercer lugar, contribuir a extender la estabilidad en la zona. Es obvio que ayudando a un gobierno democrático en Bagdad ya se está contribuyendo a la estabilidad en la zona. Así y todo, hay otros procesos regionales no directamente vinculados al destino de Irak que pueden ser complementarios o compatibles. Para empezar, el relanzamiento del proceso de paz entre Israel y los palestinos. La situación actual es insostenible y los atentados terroristas deben ser condenados como un instrumento al servicio de la segunda intifada inspirada por Arafat. España debe promover una autoridad palestina que condene su propia violencia y que se comprometa con las reformas imprescindibles de su aparato, no sólo para acabar con el terrorismo entre sus filas, sino para que el futuro estado palestino sea un estado democrático y liberal, con todo lo que eso significa. Ya no vale un Estado palestino a secas, sin esas cualificaciones. Igualmente, España debe continuar denunciando los nuevos asentamientos judios.

4.- Por último, contribuir a la lucha contra la proliferación de armas de destrucción masiva. El peligro de Sadam residía no sólo en sus desmesuradas ambiciones, sino en la posibilidad de que sus armas de destrucción masiva fueran puestas en manos de grupos terroristas. Desgraciadamente ese peligro mundial no se acaba con Sadam. En la propia región del Oriente Medio, sin ir más lejos, Irán ha decidido acelerar su programa nuclear, por no mencionar, en el lejano oriente el bien conocido caso de Corea del Norte. Se puede intentar que las Naciones Unidas logren lo que han sido incapaces de hacer en toda su vida y detengan las tentaciones proliferadoras, pero como medida de precaución, España debería intensificar la cooperación con aquellos países interesados, empezando por Estados Unidos y los aliados de la OTAN, para mejorar los medios y las políticas destinadas a frustrar los deseos de aquellos regímenes que con sus programas y actitudes ponen en peligro la paz y la seguridad internacional.

España cuenta con los medios para llevar adelante estas actuaciones. Sólo tiene que movilizar unos ciertos recursos económicos, un limitado contingente militar y, sobre todo, una diplomacia imaginativa. Los objetivos son justos y de nuestro compromiso con ellos sólo pueden derivarse beneficios, para nosotros y para el mundo en general.

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