El PP de Casado: lo difícil viene ahora

Debo confesar que llevo cierto tiempo pensando en el día en que entré en contacto con el Partido Popular por primera vez. No sólo en por qué decidí afiliarme, sino también en qué sentía cuando lo hice. Es algo sobre lo que no hablamos demasiado, pero es importante.

La mayoría de militantes de partidos no entran en política creyendo que su contribución va a provocar reformas estructurales o grandes cambios en su país, y mucho menos pensando que van a formar parte de la estructura nacional de su formación. Los comienzos de casi todos son idénticos: nos afiliamos en nuestra la sede local para ayudar a cambiar pequeñas cosas de nuestro pueblo o ciudad.

Casi tan importante como el sentimiento del día de afiliación es la ilusión por la primera batalla conseguida. El día en que el presidente de la junta local, o incluso un secretario de área que en ese momento nos parece tan importante como un ministro de la nación nos hace, por fin, caso en una reivindicación.

A veces es algo tan banal como arreglar una acera que lleva años sin ser reformada, o redactar una moción presentada en el ayuntamiento instando al gobierno provincial o regional a hacer algo que jamás leerá. Pero esa primera batalla, la primera cosechada, es la que te convence de que la política puede y debe ser el arte de cambiar el mundo para que todos vivamos en un lugar mejor.

La batalla de ideas que llevamos planteando desde hace tiempo no es más que la traslación de ese sentimiento a un plano mucho más amplio que el anterior. Es entender que el fin último del servicio público es tener un para qué acceder al poder de una manera absolutamente altruista, sin que regentar un cargo sea la aspiración y mucho menos la meta.

Es devolverle la ilusión a los ciudadanos por un proyecto de España que sea prometedor, pero también es la reconciliación que tenemos que sufrir todos los cargos públicos con la pasión del recién afiliado que llevamos dentro. Cuánto tiempo hacía desde la última vez en que la gestión, en tanto que producto y resultado de nuestras ideas, no nos dejaba dormir de la emoción que nos provocaba haber hecho de España un lugar mejor.

En el Partido Popular llevábamos años sin provocar ese sentimiento de emoción en la ciudadanía, pero tampoco en nosotros mismos. Claro que nos esforzamos en mejorar nuestro país, claro que luchamos por defenderlo y claro que hemos hecho todo lo posible para ser los mejores servidores públicos. Pero la inercia de lo urgente provocó que, de manera inexcusable, el olvido de lo importante acabara combustiendo nuestra ilusión por el futuro.

Por eso, cuando se convocó el pasado Congreso nacional muchos militantes y cargos públicos entendimos que la batalla clave no era debatir sobre quién debía capitanear el barco de nuestro partido, sino sobre qué rumbo era el adecuado. Analizamos cuánto tiempo llevábamos diciéndole a los españoles que nosotros somos los mejores capitanes posibles, en muchas ocasiones porque los demás conllevaban naufragio asegurado, sin explicarles o darle importancia a cuál era el lugar al que queríamos dirigirles.

Precisamente por ello Percival Manglano y yo coordinamos el documento Regeneración Liberal, que no eran más que 80 páginas de coordenadas hacia un rumbo claro y directo: el de un PP que apostase por más liberalismo, más España y menos complejos. Nos comprometimos a remitirles nuestras ideas a todos los candidatos con el objetivo de que consiguieran volver a ilusionar a la ciudadanía, sí, pero también a nosotros mismos como representantes de un proyecto político que durante los últimos años estuvo tan desdibujado que, en ocasiones, aparentaba ser incluso irreconocible.

Algunos llevábamos años advirtiendo de que la paciencia de los españoles podría acabarse, pero pocos entendían hasta qué punto estaba sucediendo. El resto de la historia, felizmente, ya la saben. Pablo Casado hizo suya una gran parte de nuestra propuesta y se presentó contra todo el establishment pidiendo que entendiéramos que si los ciudadanos estaban dejando de confiar en nosotros era por algo más que por los desgraciados casos de corrupción.

Muchos miembros del Partido Popular estábamos perdiendo la ilusión por pertenecer a un proyecto que, en tan solo un mes, ha pasado de ser una suma de los mejores gestores para ser una formación en la que el debate de ideas es la más importante de las batallas internas y externas. Vamos, por fin, a dejar de presentarnos ante los ciudadanos como la mejor opción posible a pesar de nuestros principios, como defendían algunos, para ser los adecuados precisamente gracias a ellos.

En apenas unas semanas el sentimiento de los afiliados del Partido Popular ha dado un giro de 180 grados, y ello conlleva una responsabilidad de la que todos debemos hacernos cargo.Ha sido gracias al liberalismo que ha abrazado la candidatura de  Casado y a la firmeza de principios contra el nacionalismo y el socialismo que ha argumentado, por lo que todos, con independencia de los años que llevemos siendo miembros del PP, tenemos la misma emoción que sentimos cuando ganamos aquella primera batalla intrascendente que marcó el inicio de nuestra carrera política.

Y es que lo fácil ya lo hemos conseguido: ganar ilusionando a los de dentro y a los de fuera. Lo difícil viene ahora: demostrar que nosotros, el PP de Casado, somos los que vamos a probar que la coherencia se ejerce sin complejos ni contraprestaciones, que los postulados de la campaña son algo más que eslóganes atractivos y que nosotros, podemos decir alto y claro, en toda España y con un único discurso, sin excepciones, que estamos orgullosos de ser liberales, de derechas, españoles y del PP. Fundamentos y coherencia es lo que nos exigen los españoles, ahora está en nuestras manos cumplir con lo prometido. Ese es el reto y no otro.

José Ramón Bauzá Díaz es senador del PP y fue presidente de Baleares (2011-2015).

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