El PP, en capilla

El Partido Popular enfila la recta final hacia el Congreso de este fin de semana, que debe ponerle en suerte para el desarrollo de la legislatura y el intento de conseguir el poder en las elecciones generales del 2012. Después de una etapa de comprensible inestabilidad tras la derrota electoral del 9-M y de diversos escarceos de algunos sectores críticos, no siempre consistentes ni inteligibles, que son de cualquier modo perfectamente naturales en el seno de un gran partido, todo indica que concurrirá una sola candidatura a la presidencia del partido: la del actual presidente, Mariano Rajoy, si bien con un equipo de nueva planta y con una propuesta programática renovada que, sin renunciar a los principios clásicos del centroderecha, apostará por una mayor flexibilidad en las formas y en el discurso.

Curiosamente, el complejo mediático que ha acompañado al PP en los últimos años, y que exigió arbitrariamente a Rajoy que abandonara el liderazgo popular tras su derrota del pasado 9-M, está ahora reprochando a este falta de consistencia y de peso personal, supuestamente muy inferiores a las de otros líderes del partido, Alberto Ruiz-Gallardón y Rodrigo Rato, en concreto. Y le acusan de organizar un congreso "poco o nada democrático". Una encuesta publicada ayer por El Mundo acreditaría que así piensa más de la mitad de los votantes populares y que el 75% de la militancia es partidaria de hacer elecciones primarias.

Nada hay que objetar a la demanda bien intencionada de democracia interna en las organizaciones partidarias, puesto que la rigidez de los aparatos es con frecuencia uno de los defectos más persistentes de nuestro sistema político. Pero esta arremetida mediática contra Rajoy resulta sencillamente pintoresca si se piensa que estos medios y estos periodistas que ahora reclaman a Rajoy raudales de democracia interna y un congreso abierto en el que compitan varios candidatos son los mismos que aplaudieron clamorosamente a José María Aznar cuando, ungido por el hálito de la sabiduría suprema y después de un largo conciliábulo consigo mismo, señaló con el dedo a Rajoy para que fuese su epígono, ostentase la presidencia del partido y concurriese como candidato popular a las elecciones del 14-M, que dieron la victoria a José Luis Rodríguez Zapatero. Aquello sí debió de ser un intenso ejercicio de democracia interna, puesto que nadie, entre los ahora críticos, reprochó a Aznar el recurso al dedazo para promover la circulación de élites en el partido y descartar a pretendientes tan caracterizados como Rato o Jaime Mayor Oreja, entre otros.

Es patente que Rajoy debería hacer oídos sordos a estos cínicos cantos de sirena, que en el fondo revelan la irritación de unos actores mediáticos que están perdiendo a ojos vista el ascendiente que tuvieron sobre el PP en la legislatura pasada, y cuyo influjo perturbador fue una de las causas de que el partido siga en la oposición. Efectivamente, Rajoy ha cometido un error al no auspiciar personalmente la existencia de otras candidaturas --la de Aguirre o la de Costa, por ejemplo--, lo que le hubiera proporcionado un plus de legitimidad en el caso, altamente probable, de que él mismo se hubiera impuesto finalmente a sus contendientes. Pero, a estas alturas, la acusación de falta de democracia interna, y en boca de quienes la formulan, es simplemente delirante.

El acierto de Rajoy, si es que se confirman realmente las tendencias que el líder popular ha sugerido hasta ahora, consiste en aceptar las recomendaciones de moderación que están explícitas en el discurso de Ruiz-Gallardón y que siempre han caracterizado al alcalde de Madrid, lo que le ha reportado un apoyo popular incontestable, no solo entre sus propios correligionarios y votantes.

Antonio Basagoiti, candidato a la presidencia del PP vasco en sustitución de María San Gil, ha resumido en una sola frase la mudanza que se espera del nuevo PP: "No es momento de pactar con el PNV --asegura el dirigente vizcaíno--, pero no son unos terroristas". El PP, que ha pactado con el PSOE los nuevos estatutos valenciano y andaluz, por ejemplo, puede tener una idea más centrípeta del Estado que el partido socialista, pero no es sostenible que este matiz le lleve a criminalizar a todos los nacionalismos, sin percatarse siquiera de que no es lo mismo --por poner un ejemplo-- CiU que ERC.

Por decirlo con más claridad, todo indica que la opinión pública, esa opinión difusa e interpartidaria que asoma por los intersticios del sistema mediático, espera que el PP encuentre una ubicación pacífica y tranquila, en la que, manteniendo enhiestos todos sus principios, haga gala de transigencia y flexibilidad, de forma que el debate político recupere un tono constructivo y moderado en el que quepa la ironía en lugar del dicterio y el fair play, en vez del hostigamiento agrio y destructor. Si Rajoy consigue impulsar esta mudanza, no solo se habrá afirmado personalmente, sino que habrá impreso al PP el marchamo de una modernidad que deje atrás los legajos polvorientos de algunos anacronismos ya insostenibles.

Antonio Papell, periodista.