Mientras el vehículo recorría a paso de cofradía de Semana Santa el dédalo de callejuelas que serpentean el casco antiguo de Sevilla, la aristocrática dama reparó en cómo su mecánico -eso de llamarle chófer sería una concesión inadmisible a los nuevos tiempos- miraba con el rabillo del ojo, a través del espejo retrovisor, a las primaverales féminas de falda mínima y tacón largo, cimbreantes como espigas al viento. Abandonando su hermetismo, la linajuda señora le inquirió distraídamente: "Blázquez, ¿y usted qué opina de que las chicas lleven faldas tan cortas?".
Pese a ser sorprendido in fraganti, el conductor reaccionó con impávida y profesional naturalidad: "Me parece regular". Hábil salida de quien no quería traicionar su pensamiento ni escandalizar a ama tan morigerada. No obstante lo cual, al pobre Blázquez se le acabó tomarle la medida a las minifalderas que paseaban junto a la calzada camino del señorial palacete al que da nombre un Pilatos que, como bromean guasonamente los sevillanos, estuvo a punto de dejarlos sin desfiles procesionales de Semana Santa.
Hasta el retiro político del ex presidente Rajoy en el Registro de la Propiedad de Santa Pola, tras prosperar la moción de censura de Pedro Sánchez y dejar a su partido "descangallado y fané", muchos dirigentes y militantes del PP solían responder con una evasiva pareja a la del juicioso Blázquez cada vez que se tocaba la situación interna. Como acaece en los sistemas cerrados en los que hay libertad para todo menos para decir en público lo que uno piensa, estaba oficialmente vedado hablar de ello. Pero nadie dejaba de hacerlo en corrillos, lo que hizo que, empezando por Rajoy, se viviera en estado de suspicacia.
Ahora, en cambio, pocos se andan con paños calientes. Convienen con Rajoy, claro, en que ha dejado España mejor de lo que se la halló debido a la bancarrota de Zapatero, pero domina la opinión de que el PP está hecho unos zorros.
Esa percepción de ruina e infortunio fue palmaria hace dos sábados en la boda del secretario general del Grupo Parlamentario en el Congreso, José Antonio Bermúdez de Castro. Sus invitados comprobaron la división cuasi irreconciliable entre las dos primas donnas del PP. Precisamente ahora los dos brazos de Rajoy, su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y su secretaria general y ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, litigan por la Presidencia del PP, junto a un Pablo Casado que ahorma un continuismo por partida doble, al haber engrosado el gabinete de Aznar y ser luego portavoz de Rajoy en Génova, sin que ello le empece para presentarse como el candidato de la militancia de base.
Al coincidir este enlace con el debut de España en el Mundial de Fútbol, ello sirvió para escapar zumbando antes de que cualquier contratiempo desatara la tormenta en ciernes. No estaba, desde luego, el horno para bollos ni la pista para bailecitos del ex presidente. Con Rajoy desalojado de La Moncloa, fue el retrato de boda de un partido de dos caras (Santamaría y Cospedal) de la misma moneda (Rajoy) que sostienen una prolongada porfía, pero confiados los invitados en que las aguas revueltas se encauzarían convenientemente en la candidatura de quien estaba llamado a ser el nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.
Andaban ajenos a la borrasca que asomaba por Finisterre y que el lunes diluvió tumultuosa. Ello hizo naufragar una operación recambio tan dilatadamente planificada como apresuradamente hundida. Tras levantar grandes expectativas, el presidente de la Xunta pegaba la espantada y agrandaba los males de un partido que se quedó aguardando en vano al Godot pepero.
Ante tal cúmulo de contrariedades, hubo quien evocó la escena de El jovencito Frankenstein en la que Igor y el profesor Frónkonstin desentierran al monstruo. "¡Qué trabajo más asqueroso!", se lamenta el profesor. "Podría ser peor", comenta Igor, "porque podría llover". Al instante, un relámpago ilumina el camposanto jarreando a raudales.
Declinando Rajoy al privilegio de ser el gran elector y que su dedazo designara al tapado, al modo del PRI mexicano, si es que ello fuera aún posible, que no parece, se habían abierto, de par en par, las puertas para que Feijóo pilotara la regeneración del partido y devolviera cuanto antes al PP a La Moncloa. Así lo obró en Galicia en 2009 cuando venció al bipartito PSOE-BNG y aportó el match point que sacó a flote a un Rajoy que no dejaba de encajar derrotas hasta ese día.
Es verdad que, para no granjearse la enemiga de Rajoy y esquivar la línea de fuego, Feijóo no rehuía hacerse el gallego. Emparentaba con aquel paisano suyo que, tratando de verse con un amigo, lo encuentra, contra toda lógica, en Santiago. Perplejo, éste le interpela: "¿Qué haces aquí?", a lo que el encontradizo le contesta sereno: "Venía a verte". "¿Y cómo supiste que estaba en Santiago?". "Muy sencillo", le pondera. "Acudí a Pontevedra y tu mujer me indicó que habías ido a Coruña para que pensara que te hallabas en Vigo. Pero sabía que te localizaría en Santiago y me vine para acá".
Mucho más en un hombre avisado como él, a quien el propio Rajoy le había deslizado la confidencia de que, "si algún día me voy, daré una rueda de prensa para decir: ya me he ido", lo cual ha cumplido a rajatabla.
Feijóo ha imitado a su homóloga andaluza, Susana Díaz, en las primarias socialistas de 2014. Tras embarcar a la práctica totalidad de los barones del PSOE, se quedó en el andén viendo partir el AVE. Cedió la vez a un novel Sánchez perdiendo un tren que difícilmente retornará. De hecho, cuando la despechada Reina del Sur intentó desquitarse del hoy presidente y forzó unas nuevas primarias al cabo del año al sentirse traicionada por aquel al que amadrinó para que le guardara el asiento de secretario general, Díaz sufrió una severa cura de humildad por buscar gozo en la venganza.
Descorrido el telón, Feijóo ha hecho mutis por el foro, dejando a todos en estado de perplejidad y asombro. Cuando parecía haber superado la sensación de vértigo que conlleva una decisión de esa naturaleza, su tocata y fuga ha dado pábulo a las peores suposiciones sobre viejos dosieres que le habrían aconsejado ponerse a cubierto y a no moverse de casa, cosa que él mismo niega con vehemencia, si es que no se ha acomodado a un mundo de certezas en el que todo resulta más previsible y más firme el suelo que pisa.
En todo caso, estas primarias de segundo grado, pues la decisión final se reserva a los compromisarios, si la votación de los militantes no da un apoyo mayoritario a algunos de los postulados, son contempladas con un sentimiento ambivalente en el PP: de un lado, con esperanza, al abrir la posibilidad de abordar la renovación que necesita como el comer, así como su rearme ideológico, después de que el pragmatismo de Rajoy lo haya desprovisto de sus señas de identidad; de otro, con lógico temor, al existir el riesgo de ruptura en una organización monolítica hecha a los dictados de un mando fuerte. En apariencia, es improbable la ucedización del PP. Sus líderes o barones carecen de fuerza y de liderazgo por sí mismos, a diferencia de los líderes que comandaban las familias ideológicas de aquellos centristas del donut, como sufrió en sus carnes Suárez, supeditando su fuerza al puesto orgánico o gubernamental que ocupan.
El problema del PP es que, desprendido de valores y de discurso, carece de substancia y pierde su sentido. En eso, sí se parece a la UCD. Una vez cumplido su papel histórico de favorecer el tránsito de la Dictadura a la Democracia y de poner ésta en marcha en unos momentos gravemente comprometidos en el campo de la economía y de la política, con varias amenazas golpistas anteriores y posteriores al intento de golpe de Estado del teniente coronel Tejero, secó su raíz y su tronco fue reducido a astillas a base de hachazos de barones de toda laya y condición.
Acostumbrados sus pulmones a la nicotina del poder, habrá que ver si el PP es capaz de respirar el oxígeno de unas elecciones primarias y sale reconstituido de las mismas. No es cosa que le acontezca lo que al protagonista de La Montaña Mágica, de Thomas Mann. Hans Castorp enfermó en medio de aquellos aires tan inusualmente sanos comparados con los de su Hamburgo natal hasta acabar postrado en el lecho del dolor, tal como ahora yace el PP.
Si el PP de Aznar acometió una seria y prolífica refundación que saneó las viejas estructuras de la casa solariega de Fraga, ahora debe emplear las primarias para remozar el vetusto caserón, cuyo hormigonado sufre la aluminosis de la corrupción. En definitiva, se trata de las primarias de un PP en las últimas, después de muchos años de abandonarse. Tanto como para aplicarle lo que decía Quevedo de Felipe IV, era "más grande cuanto más tierra le quitan".
Francisco Rosell, director de El Mundo.