Fue en el Kursaal de San Sebastián el pasado 23 de enero, durante el homenaje que el PP vasco rindió a Gregorio Ordóñez y a los demás compañeros de militancia que, como él, fueron víctimas del terrorismo. Fue un par de horas después de aquellas polémicas palabras que Consuelo Ordóñez pronunció contra ese mismo partido. El recuerdo desapacible de aquella lapidaria gresca en medio de la tarde destemplada y lluviosa se diluyó en cuanto comenzaron a tomar la palabra los que fueron compañeros del líder asesinado en aquella trágica epopeya en sordina que fue la gestación del centro-derecha vasco. Tuve el honor de presentar aquel acto y me impresionaron especialmente las palabras de Alfredo Marco Tabar, un hombre hoy retirado de la vida política, pero que tuvo un destacado papel en el PP después de presidir en Álava aquella UCD que durante los años de plomo fue en el norte literalmente masacrada. Tabar se mostró dolido y perplejo ante las infundadas acusaciones que recibe hoy su partido en lo que toca a la lucha antiterrorista. Contó cómo sus antiguos compañeros, sus amigos, los seres con los que compartía tareas, ilusiones y aficiones, fueron asesinados uno detrás de otro. Mientras hablaba, yo no podía dejar de pensar que, en aquellos terribles años a los que se estaba refiriendo, ni él ni sus colegas de la UCD disfrutaron del reconocimiento que merecían por parte de la sociedad española. Me venían a la memoria tanto su soledad en mi tierra como el desdén hacia ellos por parte de la izquierda o aquellos funerales en Madrid de militares asesinados en los que, brazo en alto, se proferían graves insultos contra Suárez y Gutiérrez Mellado. Mientras escuchaba, en fin, a Alfredo Marco Tabar no podía dejar de recordar que él y sus compañeros eran, para aquellos sectores de la derecha involucionista, «los traidores», así como que esa acusación se les lanzaba en nombre de las víctimas.
No digo yo que aquellos hombres de la Transición no cometieran errores. Digo que estos han tenido tiempo para ser subsanados; que no se merecían aquel trato y que el mayor error habría sido la involución que postulaban sus detractores. Digo que tiene que ser duro, para los supervivientes en el País Vasco de aquella misma UCD, toparse ahora con la misma incomprensión de hace más de tres décadas o con otra más injustificable aún, pues ya ETA no asesina como entonces, hecho irrebatible que debería permitir unas valoraciones más serenas. Lo que está sucediendo hoy ya sucedió ayer. Y, como ayer, debajo de ciertas invocaciones patrióticas que se mezclan y confunden con otras a las víctimas de ETA es imposible no detectar una reacción visceral contra la derecha que apuesta por la centralidad democrática. Como también es imposible no advertir otro factor diferencial del presente que se añade a la ausencia de atentados: la irrupción en la escena pública de nuevos partidos que echan más leña a ese fuego con el fin de obtener réditos electorales pese a que, como ocurre con UPyD, son sus dirigentes los antiguos consejeros áulicos del socialismo en materia terrorista y los que deben responder de los males de los que acusan a un Gobierno que no tiene más de dos años y a un PP vasco impecable en su larga trayectoria que ha abierto un debate interno ante su Congreso regional con más transparencia y coherencia que ellos.
¿Es coherente que quienes denuncian el relato que quiere imponer ETA hagan trizas el relato democrático que ya teníamos creando la división entre las propias víctimas y amenazados? Teníamos ya un relato democrático, sí, que tapaba generosamente los grandes errores de la izquierda en la lucha contra esa banda. Pero, si se rompe ese relato por acusar a la derecha centrista de errores que no ha cometido, habrá que decir por fin toda la verdad. Con el relato del terrorismo pasa algo parecido a lo que pasó con el relato de la Guerra Civil. Durante la Transición y después de ella la propia derecha española, por sentimiento de culpa y sentido conciliador, accedió a dar por buena una versión sacralizadora de la Segunda República. Fue, sin embargo, el empeño suicida de Zapatero en sacar las cosas de quicio y en identificar a la derecha democrática del tercer milenio con el franquismo el que logró el efecto opuesto: que hiciéramos los españoles una revisión crítica de nuestra Historia en la que la República no iba a quedar en muy buen lugar. Desde el punto de vista de la propaganda de la izquierda, el zapaterismo fue sencillamente catastrófico y un tiro que le salió a esta por la culata. Desató una respuesta, un afán investigador, una fiebre bibliográfica y una pasión por la verdad sin precedentes, que ha dinamitado el relato oficial de una República idílica, edénica y angélica. De la misma forma, la ruptura del relato democrático que ya teníamos de la lucha antiterrorista conlleva una revisión a fondo de la verdad en la que los peor parados son quienes han abierto esa caja de Pandora. Y es que en esa lucha todos los partidos han cometido errores, pero los del PP no han sido graves. Nunca creó un GAL como hizo el felipismo ni inició una negociación con ETA como hizo el zapaterismo. No ha tenido en sus filas a un filósofo escribiendo en «Egin» cuando ETA mataba, ni apoyando la negociación ni enviando faxes aclaratorios desde La Moncloa sobre lo que dijo o no dijo de la situación de ETA. No compartió gobierno con el PNV, como hizo Jáuregui, para promulgar una Ley de Perfiles Lingüísticos que perpetuaría en la enseñanza el control nacionalista y sacaría de sus aulas a cientos de profesores abocados a la renuncia a la docencia o al exilio. No lleva hoy como candidata a las europeas a una de las personas responsables de aquella Consejería de Educación socialista y de aquella inmersión lingüística e ideológica a la vasca. ¿De qué «giro vasquista» acusan al PP de Quiroga y Oyarzábal quienes componían la plana mayor de aquel Jáuregui que acuñó esa expresión y se fusionó con la Euskadiko Ezkerra de los ex poli-milis para recibir la bendición de la legitimación nacionalista?
No. El peligro de falsificación histórica no está en que la ETA de hoy imponga un relato que solo apoya ella, sino en que ese relato lo imponga la ETA de ayer, a la que no porque se disolviera y reinsertara tenemos la obligación de abrazar ahora; ese núcleo ideológico que no ha llegado a descomponerse nunca, por el que siempre ha apostado el PSOE y que ha ido fagocitando a toda la izquierda vasca. La verdadera lucha que hoy se está dirimiendo es la que hubo siempre de esa izquierda por arrebatarle a la derecha democrática el relato que le corresponde legítimamente. Es en esa lucha donde está la clave de todos los seísmos que ha habido en el Movimiento Cívico Vasco y de la reconversión de este en los partidos que ahora tratan de romper no el bipartidismo, sino el partido gobernante, y de contar que la derecha tuvo un papel de comparsa en la derrota de ETA. Lo grave es que los que juegan al divisionismo dentro de esta ayudan a esa versión falseadora de los hechos de la que también saldrán perdedores. Pasa como ha pasado con el relato de la democracia. Ya se da por hecho que es la izquierda la que la trajo. Y no. La trajo aquella UCD tiroteada por unos y mal pagada por otros que una tarde lluviosa tuvo voz en el Kursaal donostiarra para contar el relato verdadero sobre el que aún se quiere echar tierra.
Iñaki Ezquerra, escritor.