El PP y la derecha política

El viento ha sido el protagonista de los últimos días en España. Pero en política, el huracán se ha desatado en Madrid entre las filas del PP: escuchas telefónicas, seguimientos y dossiers, lealtades y traiciones, cajas de ahorros y medios de comunicación, división y enfrentamiento, amigos, enemigos y, en el límite extremo de la hostilidad, como ya dijo Conrad Adenauer, compañeros de partido. Esta es la situación. Toda lucha interna es letal para cualquier formación política. No creo que este caso sea una excepción, veremos cómo acaba.

Ahora bien, más allá de la anécdota, está la categoría: la derecha política todavía no ha encontrado su lugar en la España constitucional y democrática posterior a 1978. ¿Por qué?

Vamos a ver. Aglutinar a un conjunto amplio de ciudadanos con un determinado perfil para convertirlo en una fuerza social e ideológica que constituya la base de un partido político exige algunas condiciones: saber entroncar con una determinada tradición, definir los contornos de un ideario, asimilarse a algún referente internacional y no estar ni electoral ni internamente dividido. Puedes no cumplir alguna de estas condiciones, pero no conculcarlas todas. Con mayor o menor intensidad, este último es el caso del PP.

El PP no ha logrado encontrar sus raíces en una tradición política española. Ciertamente no lo ha tenido fácil: históricamente la derecha española ha sido escasamente liberal y casi nada democrática, por tanto es difícil encajar sus ideas en los actuales presupuestos constitucionales y en la Europa de hoy. Difícil, pero no imposible: se podría haber utilizado a don Antonio Maura y a don José Canalejas, a Melquíades Álvarez,a Alcalá-Zamora, a Gil-Robles e, incluso, al Lerroux viejo. Y en el plano intelectual, no se debería haber desechado la tradición de la Institución Libre de Enseñanza y de los escritores del 98, pero sobre todo a Ortega y Gasset, el único gran maîtreà penser de nuestro siglo XX, o a algunos ex falangistas liberales del tipo Ridruejo o Laín. Pero nada, Aznar quiso, de forma errática, apropiarse de Cánovas del Castillo y de Azaña, dos extremos inconciliables y difícilmente adaptables, el primero a nuestra época, el segundo a los militantes del PP. Primer fracaso.

Tampoco el PP ha sabido apostar por una ideología clara. Se ha movido entre un sugestivo liberalismo de raíces diversas (Hayek y Friedman, Popper, Berlin, Aron), un humanismo cristiano sin referentes concretos (aunque muchos militantes se reclamen de él y se encuentren sin orientación alguna) y un conservadurismo que en los años de Fraga se sobraba este para darle contenido pero que más recientemente se inclinó de manera imprudente hacia algo tan evanescente y anecdótico como han resultado ser los neocon del equipo de Bush o los sectores más ortodoxos del episcopado. La síntesis teórica de todo ello no puede resultar muy coherente, pero el ideario de un partido debe ser lo suficientemente amplio como para que todos - militantes y votantes-puedan reconocerse en él. Tampoco nadie ha sabido hacer esta síntesis, difícil pero posible. En el plano internacional, se ha seguido también esta estela tan confusa: a pesar de que con Aznar el PP pasó a formar parte del Partido Popular Europeo, la inclinación del antiguo presidente por Blair y Bush - no por los conservadores británicos, alemanes o franceses-dio una imagen que al partido le hizo perder un perfil definido en el plano internacional.

Las divisiones de la derecha política en el mapa electoral español quizás no son atribuibles al PP, sino que este se ve condicionado por ellas. En todo caso, la competencia electoral en Catalunya y País Vasco con CiU y PNV le resta mucha fuerza al conjunto de la derecha española. Si a ello añadimos la creciente proliferación de partidos regionalistas, especialmente en Navarra, Andalucía, Galicia, Aragón, Cantabria, Baleares y Canarias, la pérdida de influencia en los parlamentos y gobiernos autonómicos socava la implantación del PP a escala nacional y refuerza casi siempre al PSOE. Probablemente, este es el problema estructural más importante que tiene hoy la derecha española. Quizás algunos lamenten ahora los fracasos del PDP de Óscar Alzaga, del CDS de Adolfo Suárez y del Partido Reformista de Miquel Roca y Antonio Garrigues, a mediados de los ochenta. Eran un necesario colchón centrista que posibilitaba un reconocimiento del pluralismo de la derecha política.

Por último, las luchas internas cainitas han desgarrado a los dos grandes partidos de la derecha española en estos treinta años. Primero a la UCD, que optó por disolverse. Hasta el férreo liderazgo de Aznar, la entonces AP tampoco pudo cuajar como un partido unido. Tras Aznar, estamos en las mismas, ello se hace más visible que nunca en estos días y dudo que Rajoy, a pesar de sus buenos propósitos, pueda resolverlo. Lo que sucede en el PP de Madrid, con repercusiones en toda España, no es una circunstancia coyuntural, sino estructural: por eso perdió en el 2004, en el 2008 y seguirá así pese a la desconfianza que infunde el Gobierno Zapatero tras sus fracasos en la legislatura pasada y en el incierto enfoque actual.

No se trata de si Esperanza o si Gallardón, o si Rajoy podrá ponerlos de acuerdo. Se trata de algo más profundo que la derecha política aún no ha resuelto: saber que es más amplia que el PP y que está desunida. Al contrario que la izquierda.

Frances de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.