Llegó el momento de la verdad. ¿Venderán Podemos y Ciudadanos su capital de votos esperanzados por un plato de lentejas? Depende del hambre que tengan y del precio de las lentejas. Porque en el cuatripartidismo que las elecciones del 24-M han inaugurado se acabaron las mayorías absolutas, mientras que los automatismos de apoyo por proximidad dejan de ser automáticos. Si el objetivo de Ciudadanos y Podemos fuese acceder a cuotas de poder institucional mediante cambio de cromos con “la casta”, podrían subir el precio considerablemente, porque la supervivencia de populares y socialistas depende de que puedan mantener el control de suficientes recursos institucionales para el clientelismo electoral y su financiación ilegal.
Obtendrían ayuntamientos importantes a cambio de jugosas autonomías, y todos contentos. En lugar de la regeneración democrática se produciría simplemente una ampliación de capital de Democracia Sociedad Limitada en beneficio de nuevos inversores. Los más cínicos de los políticos tradicionales aún creen poder hacer esto. Como en la esperpéntica y fallida oferta de Esperanza Aguirre al socialista Carmona para descabalgar a Carmena de la alcaldía de Madrid –“Peligro para Occidente”, según la inefable (Des)esperanzada–. En otros casos, mediante susurros subliminales, como Susana Díaz en Andalucía sugiriendo por lo bajines que desbloqueen su investidura presidencial a cambio de algún sillón municipal. Notables de ambos partidos tradicionales habían esbozado estrategias de coalición de lo viejo y cooptación de lo nuevo antes de que los desplacen. Demasiado tarde. Porque la dirección socialista ve la posibilidad de superar al PP y evitar el pasokismo. Y porque los pactos ya no pueden ser sólo entre partidos, sino con sus electores. La diferencia entre los emergentes y los sumergidos es que su único capital político es ser portadores de valores de limpieza democrática apoyados mayoritariamente por los nacidos con la democracia o algo después. Cualquier trapicheo evidente, aun disfrazado de retórica programática, puede liquidar a los recién llegados. Porque la nueva política ha nacido de la sociedad. Podemos, el partido que realmente ha transformado el paisaje político aun sin utilizar plenamente su nombre, proviene del 15-M y sólo puede pervivir si cumple su promesa de una nueva forma de hacer política y de contenidos alternativos al predominio capitalista en las políticas públicas.
Los partidos tradicionales hunden sus raíces en la historia, la memoria electoral y la trama de intereses que fueron tejiendo desde los gobiernos y administraciones que coparon. Podemos no dispone de otro capital que la esperanza de que la democracia puede ser diferente. Si no cumplen, se suicidan. Algo semejante le ocurre a Ciudadanos, cuyo galardón de tercera fuerza política nacional suena demasiado rimbombante cuando se traduce en menos del 7% del voto. Sin embargo, Ciudadanos representa a sectores ideológicamente moderados, contentos de su vida pero no de sus instituciones, que también anteponen la limpieza de dichas instituciones y de las reglas del juego político al mantenimiento de burocracias servidoras de intereses creados. De hecho, es esencial que la transformación en curso del sistema político no se lea sólo como oposición entre derecha e izquierda, sino como manifestación de lo nuevo contra lo viejo en términos generacionales y de modernidad cultural, como ha demostrado el politólogo Jaime Miquel y como tituló el Magazine de este diario hace algunas semanas. De modo que el vínculo entre sociedad y política, mediante la conexión programática entre partidos y electores de nuevo cuño, complejiza extraordinariamente la lógica de los pactos de gobernabilidad. ¿Cuáles son las líneas rojas establecidas por Podemos y Ciudadanos con respecto a la calidad de las lentejas ofrecidas por sus alicaídos potenciales socios de la vieja política? ¿Cómo pueden ser interpretadas o tergiversadas en los medios y en la opinión de sus votantes? Un caso paradigmático es la condición que pueda exigir Ciudadanos para dar la Comunidad de Madrid al PP. Perdiendo esta comunidad la derrota del PP se visualizaría como estrepitosa y pondría a Rajoy en el disparadero, tras las dimisiones en cadena de sus barones regionales. Podemos parece tener mas clara la estrategia de pactos: desalojar al PP de donde se pueda. Pero tampoco es una garantía de transformación si es tan sólo una maniobra táctica y no se acompaña de nuevas formas y fondo de hacer política en necesaria colaboración con un PSOE que los ha vilipendiado hasta tener que rendirse a la evidencia de que los socialistas ya no son la única izquierda competitiva.No será un maridaje fácil. Porque provienen de dos historias recientes en gran medida antagónicas. No porque pacten dejan de ser la casta unos y descastados los otros. Y por eso Podemos y PSOE necesitan cuidar el contenido de las políticas pactadas y su imagen en la mente de los ciudadanos.
Es más, la lectura de los pactos municipales y autonómicos en clave de elecciones generales en noviembre hace aún más arriesgado que los renovadores agosten sus ínfulas democráticas en cuanto toquen poder. Y pensando en una perspectiva más amplia es esencial que la posible regeneración de la democracia mediante la irrupción de nuevos actores en la escena política no fracase. Y es que el problema más grave que existe hoy en España y en el mundo no es el de las múltiples crisis económicas, sociales y morales, sino la corrupción y el desprestigio de las instituciones encargadas de resolverlas. Los ciudadanos, indignados o simplemente descontentos, han perdido la confianza, genéricamente, en los que les gobiernan y lideran. Y si las instituciones pierden legitimidad, cada uno se busca la vida por su cuenta y ahí nos hundimos todos. Por eso en lugar de lentejas los viejos tendrían que ofrecer arrepentimiento y propósito de enmienda y los nuevos, negarles el perdón (o sea, el voto) hasta que lo demuestren.
Manuel Castells