El precio de las medallas

¿Quién quiere todavía unos Juegos Olímpicos? Queda ya muy lejos el tiempo en que los gobiernos y las grandes ciudades pugnaban por conseguirlos. De una sesión a otra, el campo de la competición se va reduciendo. Cuando, hace doce años, París quedó eliminada ante Londres, muchos franceses de entonces se sintieron humillados. Esta vez París adelantó a Los Ángeles y los Juegos se celebrarán allí en 2024. ¿Pero alguien ha visto a parisinos orgullosos y alegres desfilar por las calles? La verdad es que no.

Solo las personalidades oficiales, el presidente Macron, la alcaldesa de París –Anne Hidalgo–, los dirigentes de los clubes y los anunciantes directamente implicados en esta aventura más política que deportiva han apreciado el que Francia haya ganado. Ganado qué, no se sabe muy bien. Por lo demás, dominan la pesadumbre o la indiferencia; los franceses se preguntan ante todo cuánto les van a costar estos Juegos. Y con razón. En todos los lugares en los que se han celebrado los Juegos, treinta años después solo queda una secuela de ruinas y deudas.

Fíjense en Grecia, que es la tragedia más ejemplar. Se puede entender que las autoridades de Atenas quisieran los Juegos en 2004, para reconstruir el lazo virtual que une la Grecia contemporánea a la civilización helenística que floreció en ese mismo lugar: una tenue coincidencia geográfica, pero que permite a los gobiernos griegos obtener ventajas que sin ese pasado reinventado no tendrían. Así, Grecia, «cuna de la democracia», pudo entrar en la Unión Europea y en la eurozona antes de reunir las condiciones objetivas. Eso permitió al Gobierno griego endeudarse para acoger los Juegos Olímpicos, una deuda jamás reembolsada, mientras que los edificios olímpicos se hunden hoy. Así comenzó la crisis griega.

A menudo la celebración de los Juegos tiene como primer fin glorificar a la nación que los acoge, inscribirse en una estrategia política. Tokio acogió los Juegos en 1964 para demostrar al mundo, 20 años después de la guerra, que Japón se había convertido en un país pacífico reconciliado con su antigua civilización: una apuesta ganada, pues se olvidó la guerra. Corea del Sur los acogió en 1988 para situarse como una gran nación en el mapa del mundo. Moscú en 1980 demostraba que era la capital de un imperio universal, y Pekín, en 2008, que ya se podía contar con China. Londres nos recordaba que el Imperio Británico aún brillaba. Y Río, en 2016, que Brasil ya no era un país tercermundista.

En todos estos casos, o casi, a los Juegos les siguió una crisis económica (Grecia, China, Brasil, URSS), o derivas políticas: desencadenamiento de las pasiones nacionalistas, como por ejemplo en Cataluña (los Juegos se celebraron en Barcelona en 1992), Gran Bretaña y Corea del Sur.

¿Cuáles pueden ser las motivaciones de París? Tienen mucho de cierta gloria nacional. Los promotores recuerdan que un francés, Pierre de Coubertin, reinventó los Juegos Olímpicos, y sobre todo que Francia sigue contando como una gran potencia económica, cultural y, adicionalmente, deportiva. Por mucho que nos digan que será también un buen negocio para los franceses, ¿a quién convencerán? La suma será muy gravosa para el contribuyente, igual que ha ocurrido en todas partes: evidentemente, el Estado francés, espontáneamente gastador con el dinero de los demás, evidentemente aumentará en esta ocasión la deuda pública.

Los únicos y raros casos en que los Juegos no han costado nada al contribuyente son los que han tenido una gestión privada, lo que solo ha ocurrido en Estados Unidos: en Atlanta en 1996 y en Salt Lake City en 2002, y ciertamente será el caso de Los Ángeles en 2028. Los organizadores estadounidenses llevan hasta el último término la lógica de los Juegos Olímpicos contemporáneos: puesto que se han convertido en un entretenimiento de masas de los que ha desaparecido todo amateurismo, y dado que la transmisión televisiva es mucho más importante que la competición en sí, mejor confiar la gestión del conjunto a los profesionales del entretenimiento y la televisión. Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles serán un negocio gestionado como tal, lo que explica la absoluta indiferencia de los habitantes de Los Ángeles ante la elección de su ciudad como lugar de acogida.

En París, no me cabe duda, los parisinos, como buenos perdedores, harán de estos Juegos Olímpicos una fiesta. Después de la fiesta, pero no antes, se preguntarán cómo pagar todo eso. Fue así como Luis XV mandó edificar Versalles, sin presupuesto y sin contar. Después hubo que fundir muebles de plata maciza para arreglar cuentas con los proveedores. Es asombroso hasta qué punto la historia larga de los pueblos, por mucho que se repita, es rica en enseñanzas.

Guy Sorman

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