Rafael Correa, otrora presidente de Ecuador, presentaba un programa semanal en la televisión de su país; y Vladimir Putin, anualmente, programaba sus particulares Conversaciones con Putin. Y así, otros tantos mandatarios a lo largo de la historia, aunque, hasta la fecha, nada comparable al Aló presidente de Hugo Chávez, espacio en el que el líder venezolano emulaba a su correligionario Fidel Castro, y se aproximaba en ocasiones a las siete horas y cuarto de intervención con las que el camarada Fidel obsequió en 1960 a los cubanos. Pero ese era otro formato, bien es cierto. Durante la emisión en directo de su programa, Chávez improvisaba incluso decisiones militares. Los ministros estaban ¿invitados? a comparecer en plató y respondían amablemente a las cuestiones que el presidente planteaba sobre la marcha.
Aunque parezca mentira, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, al rebufo de otros líderes pretéritos, ha inaugurado esta semana su propio espacio de televisión, con un formato periodístico clásico desde el punto de vista formal, en el que el entrevistador «en cap» –y esto ya no es tan «clásico»– entrevista a sus ministros para mayor gloria suya.
No podía ser de otra manera. ¿Se los imaginan discutiendo? Sus ministros asienten y consienten con la cabeza, con la palabra, con el corazón: «¡Gracias, presidente!» Éste, a su vez, pide un aplauso para el invitado-empleado del día.
Al plató de la productora (PSOE, S.A.), acude un público oportunamente seleccionado: militantes del partido y hasta otros ministros-empleados que esperan ávidos su turno y, entre tanto, aplauden y jalean, sonrientes, complacientes, concernidos. Los ministros presentan oportunamente los resultados de su gestión y anuncian lo que seguramente no harán. Pero es el presentador siempre el verdaderamente complacido. Se reconoce en la respuesta.
El presi-presentador solicita del público los aplausos merecidos para el ministro-empleado del día. La productora (ibídem) graba la entrevista y obsequia después a la prensa el fragmento seleccionado –«total»– en el afán de ¿ayudar?
Los periodistas de verdad no están invitados. Al presidente-periodista le gusta más el trabajo de esta productora propia, que le evita las preguntas molestas: ¿quién mejor que yo para acertar con las preguntas apropiadas… y también con las respuestas? Al presidente-periodista se le ve cómodo en el formato: ¿por qué no lo habré pensado antes?
La entrevista se celebra a puerta cerrada, ajena a los auténticos periodistas, seres engorrosos, perturbadores e incómodos que preguntan por la malversación, la sedición y el 'solo sí es sí'; o por las maletas de Delsy, que llegaron cargadas desde –¡ay!– Venezuela; por no hablar de la foto de Patxi, Adriana y Otegi, del tito Berni, el Sáhara, Marruecos, Pegasus y Melilla, concertinas incluidas.
Una pregunta, presidente: ¿cuándo se emite la entrevista a Irene Montero? ¡Ah, que no está prevista! Lástima. Bueno. Disculpe la osadía. A los periodistas no se le preguntan estas cosas. Al menos, a los periodistas de verdad.
«Programa, programa y programa», repetía vehemente Julio Anguita, queriendo centrar los debates en la propuesta de futuro y en las líneas de gobierno. Sánchez pensó que «el Califa» se refería a un programa… de televisión. Dadme más tiempo y lo colocaré en prime time.
Palma Peña es doctora en Comunicación.