El presidente emparedado

Por Victoria Prego (EL MUNDO, 26/11/06):

Probablemente éste era el peor momento para que el presidente del Gobierno se viera por quinta vez empujado por la multitud fuera del círculo vicioso en el que los negociadores del Partido Socialista pueden haberse visto atrapados en su búsqueda del final del terrorismo. Era éste el peor momento porque es ahora cuando Rodríguez Zapatero y sus pocos asesores en este dificilísimo recorrido se han dado de bruces con una evidencia que deberían haber tenido muy presente desde el mismo comienzo de este «proceso» de contactos y conversaciones con el mundo etarra. La evidencia es la que conocemos los demócratas desde hace años y que quedó confirmada cuando la banda rompió su último anuncio de tregua, gobernando Aznar: que ETA pide árnica cuando está débil, maneja el anzuelo de la paz para siempre para encandilar al gobierno de turno y, mientras los contactos preliminares se celebran, aprovecha para reforzar sus estructuras y volver a matar, todo ello sin renunciar jamás a sus exigencias políticas.

Si las cosas se hubieran hecho de otra manera desde el principio, la manifestación de ayer en Madrid podría perfectamente haberse celebrado en apoyo del Gobierno para que se sintiera fuerte y respaldado a la hora de plantarle cara al terrorismo. Muchas veces antes de ahora ha ocurrido eso en España. Sucedió por primera vez de manera masiva en 1997, antes y después de que Miguel Angel Blanco fuera asesinado. Porque la actitud de la ciudadanía que se echó ayer a la calle es la misma que la de entonces: la del no a las cesiones ante la banda. La gran y trágica diferencia entre entonces y ahora es que hace años todos estos manifestantes y otros muchos estaban seguros de que el Gobierno se iba a mantener firme frente al chantaje del terror y por eso le apoyaban. Y ahora, desgraciadamente, piensan lo contrario. No estamos ante un cambio de criterio político sino ante una grave quiebra de la confianza.

No se puede sostener hoy, porque no es cierto, que el presidente Rodríguez Zapatero haya claudicado ante ETA en las cuestiones claves que afectan a la médula del Estado. Ni ha admitido la anexión de Navarra al País Vasco, ni ha legalizado a Batasuna ni tampoco ha aceptado reconocer el derecho de autodeterminación. Esto es así, que se sepa. Pero se ha comportado como si todas esas ofertas estuvieran guardadas en su cartera, dispuestas a ser colocadas sobre la mesa a cambio de que los terroristas dejen para siempre de matar. Todas las piruetas hechas por los representantes socialistas en el País Vasco, todos los gestos que ingenua o estúpidamente buscaban facilitar una reacción positiva de los proetarras, todas las estudiadas ambigüedades manejadas en sus comparecencias por el presidente Zapatero para intentar ablandar la costra de los terroristas, no es únicamente que se hayan estrellado contra la realidad. Es que han tenido dos efectos nefastos que, por motivos opuestos, se han ido convirtiendo en la más seria amenaza a su proyecto.

El primer efecto es que el mundo del terrorismo y sus aledaños ha adquirido en estos últimos meses una inusitada seguridad desde la que está retando de forma insultante al Estado al que consideran debilitado frente a su fuerza. El segundo efecto es que muchos de los que en otro tiempo apoyaron sin fisuras a los responsables políticos se alzan hoy alarmados e indignados precisamente por lo que han entendido que es una peligrosa e intolerable debilidad ante los asesinos. Y, desgraciadamente, hay que decir que en esto de la debilidad del Gobierno la percepción de muchos demócratas y la de los abertzales resulta coincidente.

Éste es el grave cepo en el que se encuentra ahora mismo Zapatero. El espacio político que les queda al presidente y a sus asesores para moverse es mínimo en este momento porque ya han quemado la mayor parte de sus bengalas disponibles y -terrible constatación- las han quemado a cambio de nada. Todo gesto de aproximación a Batasuna, toda concesión a la galería para dar respaldo público o, al menos, cobertura a unos individuos que no han hecho la más mínima cesión a cambio, están hechos ya. Y no sólo gratis, sino provocando la alarma y la ira de una parte de la población a la que de ningún modo el Gobierno y el PSOE pueden ignorar.

Y ahora, cuando no pueden dar ni un solo paso más en dirección al terreno de los terroristas, ni aunque sea con el propósito de ablandar su resistencia, es cuando el presidente y sus asesores se encuentran frente al muro de las eternas reivindicaciones de la banda, que no han variado desde hace décadas. Eso es lo malo: que un paso más allá, y lo próximo que le cabría hacer al Gobierno es justamente lo que ni quiere ni puede hacer en solitario porque la ley y los electores no se lo permiten: negociar el futuro de Navarra y reconocer el derecho de autodeterminación que la banda le reclama.

Qué distinta habría sido la situación del presidente del Gobierno si, en lugar de cometer el error mayúsculo de creer que podía gestionar él solo este proceso y decidir por su cuenta y riesgo que iba a convertir a Batasuna en su interlocutor principal, se hubiera dado cuenta de que pisaba arenas movedizas y desde el primer instante hubiera pedido apoyo y compañía al principal partido de la oposición. Un partido que ya había gobernado España, que tenía experiencia en la lucha contra ETA y que podía acreditar un éxito indudable en esa batalla contra los asesinos después de haber picado -el Gobierno de Aznar también picó- en el timo de la tregua, haber salido escaldado de él y haber tenido que recomponer la estrategia de la lucha antiterrorista hasta lograr tener a ETA acorralada en el rincón de la Historia.

No hubiera sido, en modo alguno, una compañía perniciosa sino todo lo contrario. Y ahora tendría a los mismos que salieron ayer a a calle, diciendo cosas idénticas a las de antaño, como que cesiones a ETA no, pero añadiendo a continuación que todos somos el Gobierno y que, Zapatero, estamos contigo en esta batalla.

De todos modos, en todo este escenario amargo por lo que tiene de división entre ciudadanos que buscan el mismo objetivo pero a quienes separan sideralmente los métodos para lograrlo, se puede entrever una paradoja. Y es que, emparedado como está entre la amenazante posición de los proetarras y la implacable oposición de los manifestantes de ayer y de quienes, sin estar en las calles, suscriben su negativa a cualquier cesión política a los asesinos, Zapatero adquiere ante los terroristas la fuerza política que él, de por sí, no ha sabido exhibir desde el primer momento. Al final, son los manifestantes y el PP, que tanto se oponen a su política, quienes le están proporcionando la solidez añadida que él necesita para mantener las posiciones que en los últimos días se detectan en el mensaje gubernamental.

Después de haber mirado decenas de veces para otro lado ante atentados, agresiones, zutabes, tiroteos en el monte y comunicados escandalosos pero oficialmente suavizados siempre por su condición de «textos para consumo interno», el ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, se ha encargado de hacer saber que el proceso puede irse al traste y que se acabaron los paños calientes con ETA. Sea verdad o sea estrategia, lo sucedido ayer tarde en Madrid no hace sino apuntalar esa posición. Si el Gobierno tenía ya muy poco espacio para moverse políticamente con los terroristas, la masiva protesta ciudadana se lo ha reducido aún más. Y puede que sea exactamente eso lo que ahora mismo le conviene que quede meridianamente claro ante quienes pretender someter al Estado a chantaje.

Por lo que a la manifestación se refiere, fue un recurso inteligente de Alcaraz el recurrir a una selección de frases de los propios dirigentes socialistas para ratificar las posiciones y exigencias de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Pero resultó indigerible el tono gritón, tremolante y arengatorio del señor Maestre, algo del todo incompatible con el espíritu y la razón que había reunido bajo la lluvia a cientos de miles de españoles.