El prestigio de lo hispano

El prestigio de lo hispano

Este podría ser un artículo más elogiando el impacto global de la lengua española y apelando, como argumento decisivo, a la pujanza de las comunidades hispanas en EE UU. Razones no faltan y año tras año nos sorprenden las cifras extraordinarias que nos aportan los Anuarios del Cervantes (cuya última edición se publicó hace pocas semanas) y los que suministra el censo de EE UU, concernientes a su demografía poblacional. Así, a los consabidos hechos que corroboran que nuestra lengua es la segunda más hablada del mundo y el idioma más estudiado en EE UU en todos los niveles de enseñanza, se agregan nuevos datos que dan cuenta de su prometedor porvenir, toda vez que el español es la tercera lengua más utilizada en Internet y que su uso en este ámbito se ha incrementado un 1.424% entre 2000 y 2016. Por si fuese poco, muy recientemente el British Council lanzó un informe dedicado a las lenguas del futuro, en el que recomendaba como prioridad a sus nacionales el estudio de nuestro idioma como primera opción para abrirse al mundo post-Brexit.

Acotando el enfoque a EE UU, los números dan pie igualmente al optimismo y se observa una tendencia de crecimiento continuado que nos revela esa realidad actual de los 58 millones de hispanos, cuando hace 15 años eran 28 millones y que, en virtud de su juventud, llegará a los 120 millones en 40 años. Gradualmente, aunque todavía a paso lento, la riqueza de estas comunidades prosigue su senda alcista, hasta el punto de que ya se registran cuatro millones de empresas latinas en EE UU, cuando en 1990 apenas superaban el medio millón. De ahí por cierto que su poder de compra sea mayor al PIB de México, otro dato excepcional. En este terreno socioeconómico, llama además la atención la última tasa de paro registrada de los hispanos, que ha arrojado su cifra más baja de la historia, un 4,7%. En paralelo y en lo que seguramente resultaba menos previsible, contemplamos su expansión por todo el territorio del país, de modo que cada vez hay más hispanos en los Estados del norte como Illinois y su capital, Chicago, o en Dakota del Norte.

No obstante y pese a todo, no resulta prudente lanzar las campanas al vuelo con respecto a la fuerza de lo hispano ni en cuanto al futuro global del español. Y es que según los índices de prospectiva más actualizados, el pico de presencia porcentual de nuestra lengua en el mundo lo estamos viviendo justo ahora, con un volumen de casi el 7%, cifra que se contraerá en 30 años por debajo del 6%, debido a la estabilización de la natalidad iberoamericana y al empuje demográfico de África (y, consecuentemente, de la francofonía…). Téngase además en cuenta la relativa pérdida del idioma en segundas y terceras generaciones de hispanos de EE UU, sumado a que más del 70% de ellos piensa posible conservar su identidad sin necesidad de hablar español.

Por supuesto, esta cautela en el análisis no debe hacernos caer en el derrotismo, como si todo fuese blanco o negro. En primer lugar, es poco probable que al español —por evidentes razones geográficas— le ocurra lo que sucedió con el idioma de alemanes, asiáticos o italianos que llegaron en el pasado a EE UU. Pero es que, además, la última generación de hispanos constata que se mueve en un ambiente mucho menos adverso que en el de hace dos décadas. Así, su inquietud por integrarse rápidamente en el país está derivando hacia un prestigio creciente, que enlaza con las oportunidades que abre la condición de ser bilingüe.

En este sentido, la clave hispana radica en la traslación de lo cuantitativo a lo cualitativo: del paso de unos números abrumadores a un reconocimiento de la calidad de “lo latino”, como sinónimo no solo de creatividad y alegría (cosas, conviene no olvidar, muy importantes de por sí) sino también como concepto asociado a la profesionalidad y la innovación. Y, quizá más relevante, como una cultura —o habría que decir, multiplicidad de culturas— intrínsecamente conectadas con la tolerancia, la diversidad, el respeto y los valores humanos. Ello no son virtudes menores, en un mundo aún alterado e indeciso, donde las autocracias y el populismo pretenden aprovecharse de la fragilidad de la democracia, por definición abierta, para imponer sus fórmulas excluyentes. Y por eso “lo hispano” contiene un potencial de reputación en auge, vinculado a esa apertura cívica e inclusiva, aunque aún deba demostrar en su entorno las ventajas competitivas que implica gozar de una identidad plural. Para ello los hispanos sin duda encontrarán aliados en su propia nación —fundada originariamente sobre el ideal democrático—, pero también los encontrarán y nos corresponde manifestarlo, en todos los pueblos y culturas iberoamericanos, empezando por España.

Jesús Andreu es director de la Fundación Carolina.

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