El primer borrador de la historia

Kenneth Weisbrode, asesor del Consejo Atlántico de Estados Unidos (LA VANGUARDIA, 10/09/03).

Han pasado dos años desde los atentados del 11 de septiembre y aún no hay un veredicto claro sobre todas las consecuencias del acontecimiento. ¿Cambiaron Estados Unidos y el mundo para siempre? De ser así, ¿de qué forma? Para responder a semejantes preguntas, hay que ser un poco detective y un poco profeta. Resulta casi imposible determinar todas las consecuencias de un acontecimiento sólo dos años después de lo ocurrido. La mayoría de los historiadores han mantenido la regla de dejar transcurrir 75 años para conocer la verdad acerca de los hechos históricos y consideran todo lo demás demasiado reciente para ser comprendido con plenitud.

Sin embargo, algunas consecuencias del 11-S ya son muy evidentes. Están los recordatorios físicos: barreras de policía, controles adicionales de seguridad en aeropuertos y edificios de oficinas, tarifas de seguros más elevadas, nuevas burocracias, etcétera. Está la militancia de la retórica política con sus dioses mellizos, "seguridad" y "fuerza". Está la generalizada y persistente sensación de malestar entre los aliados de Estados Unidos y la población estadounidense. Mientras tanto, al resto del mundo y en particular al mundo islámico se le ha mostrado el lado brutal del poder estadounidense, y la respuesta no ha dejado de estar a la altura.

De acuerdo con la mayoría de las informaciones, el grado de resentimiento de que es objeto Estados Unidos no tiene parangón desde el final de la guerra fría. Es difícil afirmar si se trata de un resultado directo del 11-S o bien de una antigua tendencia de la política exterior de Estados Unidos.

¿Quién sabe si esta situación se mantendrá dentro de 10, 25 o 50 años? Los historiadores siguen debatiendo si la Primera Guerra Mundial o la Segunda tuvieron mayor repercusión en la economía y la cultura de Estados Unidos. La mayoría está de acuerdo en que la guerra de Corea tuvo importantes consecuencias puesto que dio nacimiento al Estado de seguridad nacional de la guerra fría, mientras que la guerra de Vietnam marcó al menos a dos generaciones de estadounidenses.

Si de verdad existe una "guerra al terrorismo", es decir, si comprende algo más que un cambio de actitud, los historiadores tendrán que ser capaces de evaluar algún día causas y efectos precisos. Para el resto de nosotros la lucha continúa. Al Qaeda todavía no ha sido "derrotada" y ni siquiera desmoralizada. El FBI advierte todas las semanas de la posibilidad de nuevos ataques en Estados Unidos, mientras la CNN muestra los que ocurren en el extranjero. ¿Significa el que no se hayan repetido los atentados del 11-S en Estados Unidos que la política del Gobierno Bush es un éxito? También esto es difícil de asegurar. Al Qaeda planificó los atentados del 11-S a lo largo de cinco años sin ser detectada (o, al menos, sin ser obstaculizada). Dado nuestros conocimientos, podría estar preparando otro gran golpe similar.

El Gobierno Bush supone que es así y ha pasado, según ha admitido, al ataque. Condolee-zza Rice, asesora para la Seguridad Nacional, ha presentado una estrategia ofensiva diseñada para librar la guerra contra el enemigo. Las pruebas actuales indican que no se equivoca: los ataques terroristas se producen de forma habitual por todo el Oriente Próximo y el Sudeste Asiático, pero ya no en Estados Unidos. De todas formas, estamos otra vez ante una cuestión de perspectiva histórica. Unos cuantos atentados en territorio estadounidense durante los próximos meses o años bastarán para demostrar que quien no se equivoca es Al Qaeda y no la doctora Rice.

De todos modos, no hay duda de que la detención de tantos dirigentes de Al Qaeda ha hecho algún daño a la organización, y que las autoridades (no sólo las estadounidenses) se muestran ahora mucho más vigilantes que hace un par de años. Ahora bien, el odio antiestadounidense subyacente que dio luz a Al Qaeda no ha desaparecido. En realidad, son muchos los críticos que sostienen que la estrategia ofensiva de la doctora Rice está empeorando las cosas. Los escépticos quizá afirmen que el profundo odio de los militantes islamistas es imposible de disipar haga lo que haga Occidente; y, dado que los esfuerzos se están concentrando hoy en Iraq, Afganistán y otras partes, y no en ciudades estadounidenses, no hay que preocuparse. Sin embargo, esa muestra de cinismo es excesiva y es probable que también sea indicio de una grave miopía dado lo que sabemos acerca de los orígenes de Al Qaeda.

Resulta difícil encontrar alternativas a una política ofensiva; en particular, en el caso de una democracia como Estados Unidos donde los ciudadanos piden resultados rápidos y visibles. Por encima de todo, la población estadounidense pide seguridad, al margen de cómo se consiga. Si se consigue infiltrando, convenciendo o dividiendo al enemigo en lugar de atacándolo directamente, hágase de ese modo. Un famoso militar comunista chino, el mariscal Ye Jianying, lo dijo una vez de forma similar durante la guerra fría cuando aconsejó a un amigo estadounidense: "Dejad de aporrear a los rusos en la cabeza; si de verdad queréis destruir a la Unión Soviética, id poniéndole obstáculos y ya caerá sola".

¿Funcionaría esta estrategia para derrotar a Al Qaeda? ¿O es justo la que están utilizando contra Estados Unidos sus enemigos? El tiempo lo dirá.