El príncipe de San Petersburgo

La mañana en que comenzó la invasión de Ucrania un tuit sentenciaba: "Las oraciones no pararán a los tanques rusos". Era cierto. La mecánica adolece, ya que no de belleza, sí de una prosaica falta de espiritualidad. Sin embargo, tampoco hay que ser muy perspicaz para comprender que, en rigor, tampoco las manifestaciones por la paz (o las fotos de los perfiles de Whatsapp) detendrán nada. Podría replicarse que extendiendo el pacifismo y mostrando a los políticos la importancia que concedemos a la paz, éstos dedicarán más esfuerzos a impedir que estallen las guerras. Pero, Clausewitz, con un Martini en la mano, nos preguntaría burlonamente si no ocurrirá todo lo contrario, esto es, que cuanto más prioricemos la paz y la preservación de vidas humanas, más fácil será amedrentarnos y más rentable a tiranos y terroristas recurrir a la violencia.

¿Cuántos llevamos ya de guerra, viendo caer los misiles, los tanques destrozados, los frentes de batalla sobre el mapa de Ucrania? La mensajería instantánea nos ha hecho perder hasta tal punto el sentido del tiempo y nos ha vuelto tan impacientes que la campaña de Polonia (36 días de duración) y la de Francia (46), modelos de la Blietzkrieg, nos habrían hecho cambiar de canal entre bostezos. En cualquier caso, y con toda la prudencia debida, dada la naturaleza cambiante de los acontecimientos, quien suponíamos un consumado maestro de ajedrez parece ya abocado a terminar en el infierno de los tiranos depuestos por la vía de las armas. Ceaucescu, Gadhaffi, Al Baghdadi. Es imposible que V. P. termine bien.

La tosquedad exhibida por Putin resulta, ciertamente, sorprendente. En las últimas décadas él ha sido el gobernante que mejor parecía encarnar en nuestra época la figura del príncipe de Maquiavelo -por más que ahora, horrorizados como estamos por los bombardeos, reconocérselo nos parezca una provocación-. En la era de la política woke, él parecía haber tomado como divisa dos importantes consejos del florentino: "Un príncipe, pues, no debe tener otro objeto, ni otra preocupación, ni considerar competencia suya cosa alguna, excepto la guerra y su organización y dirección". "Entre quien está armado y quien está desarmado no hay proporción alguna, y no es razonable que quien está armado obedezca de buen grado a quien está desarmado". Consejos que nuestra bondad, en cambio, ha desterrado sabiamente como propios de dementes fascistas.

Rígido, frío y carente de escrúpulos, pero también sutil, astuto y calculador. Indescifrable y decidido. Pragmático y constante. Dotado de la virtud de la paciencia y con un alto sentido de Estado. Violento, un vulgar asesino cuando lo ha estimado preciso. Pero diestro también en el arte de economizar la brutalidad y en el de labrar alianzas estables, con socios variopintos y de ínfima categoría, propios de una secuela de Borac. Con una gran inteligencia política para aunar dos imaginarios en apariencia incompatibles: el de la Rusia imperial y el de la Rusia soviética. Corredor de fondo, consciente de la necesidad de durar para fortalecer a su patria (o, si se prefiere, su poder sobre ella). Determinado, por encima de todo, a unir su destino al de ésta.

Putin había conseguido ser admirado por la extrema-diestra y por la extrema-siniestra, por indigenistas y supremacistas blancos, por amigos del pueblo y por aristócratas volkisch, por paleosoviéticos y por neozaristas, por los genios del decrecimiento y por los entusiastas de los hidrocarburos, por altermundialistas y por geopolíticos, por rancios antifascistas y por enemigos del NWO... y nostálgicos del Ordre Nouveau. En definitiva, por todos aquellos a los que les parece que la democracia liberal crea una sociedad superficial, materialista, aburrida, débil, hipócrita y decadente. En una palabra: burguesa.

Sin embargo, a poco de comenzar la invasión, a escasas horas de que los tanques cruzaran las fronteras, la abigarrada tribu de admiradores prácticamente había desaparecido de la faz de la red y de la Tierra. Apenas un artículo digno de respeto. Fue la señal de que Rusia tiene todas las de perder. Putin no se habrá sorprendido. Los hombres, le había advertido también Maquiavelo, son así: "Mientras les haces favores son todo tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos, cuando la necesidad está lejos; pero cuando se te viene encima, vuelven la cara". Sólo le han quedado aquellos que todavía le deben todo. Y también lo abandonarán.

¿Qué ha podido pasar por su cabeza? ¿Ha sido el de San Petersburgo otro príncipe más cegado por la hybris? Si no sólo por el orgullo desmedido, también por sus generales y asesores. Porque ni su ejército era capaz de conquistar Ucrania (quienes creen en el "triunfo de la voluntad" siempre pasan por alto la incalculable voracidad de la logística), ni los rusos iban a obedecerlo unánimemente, ni la comunidad internacional iba a retroceder aterrada ante las primeras amenazas de emplear armas nucleares.

Los tiranos suelen parecer indiferentes ante los argumentos morales. Pensar que "en las deliberaciones en las que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto". Pero, en realidad, ese cinismo de altos vuelos suele servir de máscara a un exagerado moralismo. Raro es el tirano que se conforma con vivir en el lujo. A la mayoría de ellos, en efecto, les seduce la idea de ser grandes demiurgos, comprometidos con la transformación del hombre, el inicio de una nueva edad, la recreación del orbe. Son, en el fondo, grandes savonarolas, dispuestos a levantar hogueras para aniquilar el lujo y los placeres corruptores, extinguir el yo, redimir al pueblo de su pequeñez y su vulgaridad, y consagrar la unidad mágica del nosotros.

Pero lo que hay de más terrorífico en ellos es también su mayor debilidad. Porque perder el principio de realidad, hipotecarla para originar esa alternativa perfecta, siempre conduce hacia el desastre. Éste será con seguridad también el destino de Putin. Que sea sólo el suyo o si también el nuestro, está, sin embargo, todavía por ver.

Iñaki Iriarte es profesor de la EHU/UPV y parlamentario Foral por Navarra Suma.

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