El principio del fin de ETA y Mitterrand

En documentales televisivos recientes sobre la lucha contra ETA se puede observar que se ha obviado, de forma inexacta, uno de los episodios clave para empezar a derrotar a la banda terrorista/delincuente que asolaba España en aquellos años ochenta; algunos de los cuadros de mando que aparecen ni siquiera habían acabado sus estudios en la Academia General Militar y menos en la Especial de la Guardia Civil, cuando poco después aparecieron, en Francia, de ‘ilegales’, destacados por Inchaurrondo, sembrando la confusión en los Servicios franceses, y en la relación con los españoles.

También se pueden escuchar afirmaciones, aún viniendo de políticos sensatos de primer nivel, que podrían restaurar la doctrina del Padre Mariana de que «todo es válido para matar al tirano», refiriéndose a la justificación de la lucha de ETA contra el Estado español dictatorial, como si a los terroristas les importara mucho el final de aquel periodo. El hecho fundamental que se oponía en gran medida a una eficaz lucha contra la banda de ultraizquierda, pero amparada por convicciones católicas sólidas, era la actitud de las autoridades francesas al respecto, cuyos presidentes de la República de la época, por razones distintas pero coincidentes en esos lustros, para desgracia de la naciente democracia española, desarrollaron políticas profundamente antiespañolas.

El caso de Mitterrand coincide con la negociación agotadora y tiránica de la entrada de España en el Mercado Común, cuyas condiciones previas no se las han puesto a ningún otro ‘aliado’. Coincidía también el periodo de cohabitación entre Jacques Chirac, como primer ministro, y el omnipotente socialista como presidente de la República, litigando ambos también por la ‘cuestión española’, mientras el sindicato agrícola gaullista, Fnsea, actuaba libremente contra los productos españoles que transitaban por Francia camino de Europa. El presidente Mitterrand, con cuatro ministros del Partido Comunista de Marchais, devoto eurocomunista fiel a Moscú, no solo ignoraba los esfuerzos de la joven democracia española para incorporarse a las instituciones internacionales, sino que dominaba con mano dura los extremos de su partido, la extrema izquierda, del Partido Socialista Unificado, de Michel Rocard, y toleraba que los grupúsculos más alejados, como la Liga Comunista Revolucionaria, dirigida por Alain Krivine, prestaran apoyos e infraestructura en cuantas oportunidades les solicitaba la banda terrorista ETA y su complejo de apoyo HB.

El presidente socialista disponía de una pléyade de servicios de inteligencia que no estaban suficientemente coordinados en su nivel, pues eran departamentales, y no satisfacían las necesidades de inteligencia para ejercer ese poder supremo que otorga la Constitución del 58 a la magistratura suprema gala; una red extensa de asesores en el Elíseo enlazaba con los principales servicios de inteligencia, dominados por personas adictas, muy volcadas sobre África y las empresas públicas; periodistas ‘favorecidos’ por la política presidencial, en ‘Le Monde’ y ‘Libération’, gestionaban también los aspectos mediáticos del presidente, evitándole escándalos procedentes de su vida personal y pública. Este aspecto, y la necesidad de ‘cohabitar’ con el gaullista Chirac, potenciaron la utilización de la Célula del Elíseo, creación del primer septenato, por dos oficiales de la Gendarmería Nacional, Prouteau y Barril, sobre la base de la seguridad del presidente y de la lucha contra el terrorismo, por el influjo de antiguos compañeros del ‘resistente’ Mitterrand, como Grossouvre.

Pronto esta Célula, verdadera necesidad ante la soledad informativa de Mitterrand, se tornó en elemento fundamental de la política intervencionista presidencial en la vida pública francesa, desviando su enfoque antiterrorista en dirección a lo más sórdido de la política partidista, en el ámbito nacional e internacional. Las relaciones franco-españolas eran detestables, a pesar de la afinidad de sus dos presidentes; la visita oficial que realizó Mitterrand a España, no tanto como las privadas para su solaz, se recordará como uno de los grandes fiascos de receptividad de la población española; y había causas, la política francesa para con nuestro país, en el ámbito del terrorismo de ETA y en la negociación para la incorporación a las CCEE, no había sido la de un país amigo.

En ese marco de reparos destacaba uno, la concesión del estatuto de refugiado a los terroristas de ETA por parte de la Oficina Francesa de Refugiados y Apátridas (OFRA), dependiente del Quai d’Orsay, y, además, renqueaban los intercambios de documentación para las extradiciones de los detenidos de la banda en el país galo. La gestión acerca de la OFRA, entregando la documentación que amparaba la salud democrática de España y los intercambios de confianza al respecto; el contacto directo con la fiscal y la juez Especial para la Lucha contra el Terrorismo, Mme. Stöller y Mme. Le Vert, respectivamente, dieron un giro espectacular a la fluidez de los intercambios judiciales, que se producían en francés y con la diligencia necesaria en un asunto tan grave para España, y los terroristas carecieron del apoyo institucional de Francia para su permanencia en el Exágono.

Todavía se vieron, en esos años finales de los ochenta, llegar a París ‘enviados plenipotenciarios’ del Gobierno español investidos de su masonería, como Guerrier, que querían enlazar con sus homólogos, ‘los franco masones’, en el Ministerio del Interior, esta vez a cargo del gaullista Charles Pasqua, para conseguir lo que no lograba la buena vecindad internacional. La oportunidad, buscada, surgió cuando en la denostada Célula del Eliseo, más utilizada que nunca por el presidente, surgieron militares de gendarmería adscritos al presidente que rindieron valiosos servicios a la causa de la lucha contra ETA; la llegada de un jefe de Gabinete de Mitterrand, omnipresente en la gestión de los asuntos ‘difíciles’ del máximo mandatario galo, y un buen entendimiento en este nivel con los órganos de inteligencia españoles en Francia, posibilitaron la gran prueba de fuego para el presidente de la República francesa, constatar la naturaleza terrorista de ETA, a través de su jefe, en ese momento en Argel en conversaciones con el Gobierno español, distinguiendo la hasta entonces considerada aceptable ‘violencia política’, de la práctica mafiosa del terrorismo puro y duro.

Se ‘arreglaron las cosas’, y el jefe de los terroristas pudo ser entrevistado por los expertos galos en los alrededores de París, con la observancia presidencial. La expresión final de Mitterrand fue, ¡este hombre no es un político, es un terrorista!. Las cosas cambiaron radicalmente para España, el servicio de inteligencia español y francés, Cesid y RG, comenzaron a trabajar en común contra ETA, en Francia y en España, la frontera dejó de ser una baza a favor de la banda, la Guardia Civil, a la que la inteligencia española dio precedencia en la relación con lo que hoy es la DGSI, consolidó una presencia en este organismo galo de colaboración en todos los niveles, y los terroristas empezaron a caer detenidos y enviados a España, después de cumplir sus condenas en Francia.

Aún se tardarían muchos años en derrotar a la banda, y muchos dejarían su esfuerzo y sus vidas; también la dejó algún gendarme modesto sirviente en aquella Célula del Eliseo, que, acosado por el cerco judicial al presidente, se sacrificó en beneficio de él, en un excelso ejercicio de lealtad, respeto militar que le prometiera cuando aquel le impuso, ante mí, la Legión de Honor.

Ricardo Martínez Isidoro es antiguo Agregado en Francia. General de División

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