Cuando le preguntaron si insistiría en un cese del fuego después de la escalada de violencia entre Israel y Hamás, el presidente estadounidense Joe Biden dijo que hablaría con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu «en una hora, podré responderles después de eso». Lejos de tratarse de un desliz de Biden, su obvia deferencia hacia Netanyahu plantea alarmantes —aunque poco novedosas— preguntas sobre la naturaleza de la relación entre EE. UU. e Israel.
Israel es lo que los académicos que estudian relaciones internacionales llaman «la cola que mueve al perro». Dada la asimetría de poder entre ambos, se esperaría que Estados Unidos, la superpotencia que proporciona a Israel USD 3,800 millones al año en asistencia militar, sea quien fija las reglas de la relación; sin embargo, en el caso de Israel, ocurre lo opuesto.
Desde la década 1980, el consenso en la política exterior estadounidense es que Israel es quien mejor sabe cómo mantener su propia seguridad, y que para que asuma los riesgos necesarios para conseguir la paz es necesario el claro apoyo de EE. UU., no su presión. Por lo tanto, los presidentes estadounidenses suelen respetar a sus contrapartes israelíes en temas relacionados con la guerra y la paz en Medio Oriente, aun cuando hay intereses estadounidenses vitales en juego. Sin embargo, lejos de aumentar la influencia de EE. UU. sobre Israel o mejorar las perspectivas de paz, este enfoque de la relación bilateral resultó, en última instancia, perjudicial para ambos países.
Netanyahu sabe muy bien cómo influir sobre las políticas estadounidenses, especialmente cuando estallan conflictos violentos. Desde hace mucho aprovecha que EE. UU. inevitablemente reitera el «derecho a la autodefensa» de Israel sin considerar la responsabilidad de sus líderes por haber desencadenado una crisis. También esta vez la tendencia de los funcionarios estadounidenses, independientemente de sus afiliaciones partidarias, fue la de evitar reconocer el papel directo de Netanyahu en el sabotaje a la reconciliación entre los palestinos e israelíes, privando a los ciudadanos palestinos de Israel de su derecho a actuar y empoderando a las fuerzas más extremistas y xenófobas de su país.
Biden conoce bien a Netanyahu, lo trató primero como senador y luego como vicepresidente durante ocho años con el gobierno de Obama. En 2011, Netanyahu humilló en público al primer presidente negro estadounidense, el exjefe de Biden, sermoneándolo sobre la política estadounidense y la seguridad israelí durante una transmisión en vivo de la televisión estadounidense desde el Despacho Oval. Peor aún, coludió con congresistas republicanos para desactivar el acuerdo nuclear de 2015 con Irán.
La postura de Biden en el conflicto actual pasa por alto el largo historial de los daños que causó Netanyahu y representa una autorización para que Israel continúe su campaña militar contra Hamás. Desde que comenzó la crisis EE. UU. bloqueó tres veces las declaraciones del Consejo de Seguridad de la ONU que solicitaban un cese del fuego inmediato, lo que llevó a los diplomáticos de la ONU a concluir que el gobierno de Biden desea que ese organismo se mantenga «en silencio» al respecto.
Por otra parte, el 17 de mayo (justo cuando se intensificaba la violencia en Gaza) The Washington Post informó que Biden había aprobado la venta de «armas guiadas de precisión» a Israel por USD 735 millones, lo que encendió las alarmas para los demócratas en la Cámara que instaban al gobierno a impulsar un cese del fuego y asumir un papel más activo para solucionar las causas fundamentales del conflicto. Por obvios motivos, la escalada del derramamiento de sangre tendrá consecuencias de gran alcance no solo para los civiles en Gaza, sino también para la paz y la seguridad regionales en términos más amplios.
Al día siguiente, después de recibir una creciente presión, tanto local como desde el extranjero, y después de hablar con Netanyahu, Biden emitió una declaración expresando su apoyo al cese del fuego; pero Netanyahu dejó en claro que no está listo para poner fin a los ataques aéreos en Gaza, y la Casa Blanca no parece dispuesta a persuadirlo de lo contrario mientras Hamás continúe disparando misiles indiscriminadamente contra Israel.
Claramente Biden es parte de la generación de funcionarios estadounidenses que se aferra a la escarchada visión de que Israel es una brillante democracia en un mar de autocracia árabe y musulmana. Biden —y los líderes demócratas y republicanos que comparten sus ideas— voluntariamente hacen caso omiso de la evidencia sobre los abusos y crímenes sistémicos por parte de las autoridades israelíes en los territorios palestinos ocupados e Israel. Los informes recientes del principal grupo de derechos humanos israelí, B’Tselem, y del Observatorio de Derechos Humanos (Human Rights Watch) señalan convincentemente que Israel es ahora un estado «de apartheid», no una democracia.
De todas formas, hay miembros clave en el Partido Demócrata que desafían la hegemonía favorable a Israel dentro de su propio partido y el entorno político estadounidense está cambiando gradualmente. Difícilmente Biden hubiera usado el término «cese del fuego» de no ser por un comunicado publicado por 29 senadores demócratas que instaban a realizar una declaración «de inmediato». Una de las figuras a la vanguardia de este creciente movimiento es el senador Bernie Sanders, que influye sobre un significativo sector de la base del Partido Demócrata.
Otra cuestión igualmente prometedora es que los judíos estadounidenses cada vez son más escépticos respecto de Netanyahu. Una encuesta reciente del Pew Research Center halló que solo el 34 % se oponía fuertemente a las sanciones y medidas punitivas contra Israel. Contrariamente a lo que los grupos de presión dominados por el partido de centroderecha Likud desean que crean los estadounidenses, la posición de los judíos en EE. UU. no es monolítica. Los judíos estadounidenses jóvenes, en especial, suelen ser muy críticos sobre las políticas coloniales y agresivas israelíes.
A pesar de las nuevas voces en el Partido Demócrata y la comunidad judía estadounidense, probablemente haga falta un cambio generacional en los círculos de la política exterior de ese país para que el péndulo vuelva al centro en las cuestiones relacionadas con Israel y Palestina. Hasta entonces, la cola seguirá moviendo al perro, evitando una paz duradera, sostenible y justa en la Tierra Santa, y perjudicando los intereses estadounidenses en Medio Oriente.
Fawaz A. Gerges, Professor of International Relations and Middle Eastern Politics at the London School of Economics and Political Science, is author of the forthcoming The Hundred Years' War for Control of the Middle East (Princeton University Press, 2021).