El problema de la política monetaria “verde”

El problema de la política monetaria “verde”

Tal como muestra un nuevo y alarmante informe de las Naciones Unidas, el cambio climático es probablemente el mayor desafío de nuestro tiempo. Sin embargo, ¿deberían los bancos centrales preocuparse también por el tema? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué deberían hacer ellos al respecto?

Los representantes de los bancos centrales que sí decidan pronunciar discursos públicos sobre el cambio climático no pueden negar la magnitud y el alcance del problema, ya que hacerlo sería arriesgar su propia credibilidad. Sin embargo, lo mismo es cierto cuando los banqueros centrales se sienten obligados a intercambiar criterios con respecto a la distribución del ingreso y la riqueza, el aumento de las tasas de criminalidad o cualquier otro tema digno de interés periodístico. Cuanto más se centre la estrategia de comunicación de los bancos centrales en lograr que dichos bancos sean “populares” a los ojos del público, mayor será la tentación de abordar temas que están fuera de sus principales competencias.

Más allá de comunicarse con el público, la pregunta es, por supuesto, si los bancos centrales deben intentar tomar en cuenta consideraciones medioambientales a la hora de dar forma a la política monetaria. Obviamente, el cambio climático y las políticas gubernamentales correspondientes en respuesta al mismo pueden tener poderosos efectos en el desarrollo económico. Estas consecuencias se reflejan en todo tipo de variables (crecimiento, inflación, niveles de empleo), mismas que a su vez afectarán los pronósticos de los bancos centrales e influirán sobre las decisiones de política monetaria.

Del mismo modo, los desastres naturales y otros eventos ambientales, reales o potenciales, pueden suponer riesgos implícitos para la totalidad de distintos tipos de activos financieros. Los reguladores y supervisores encargados de evaluar el riesgo y las necesidades de capital asociadas deben tener en cuenta esta dimensión ambiental. Como mínimo, la alta incertidumbre derivada de dichos riesgos implica un gran desafío para evaluar la estabilidad del sistema financiero y las medidas macroprudenciales correspondientes. Asimismo, estos factores de riesgo también son cada vez más relevantes para las decisiones de política monetaria, como por ejemplo para decidir cuál es el momento en el que los bancos centrales deberían comprar bonos o (en algunos casos) acciones.

No obstante, la creciente demanda pública relativa a que los bancos centrales deben contribuir más activamente a la lucha contra el cambio climático conduce a una dimensión distinta. En teoría, los bancos centrales podrían introducir tasas de interés preferenciales para actividades “verdes”, lo que elevaría los precios de los “bonos verdes”, a la vez que estas instituciones adopten una actitud más negativa hacia los activos nocivos, como por ejemplo aquellos vinculados con los combustibles fósiles. Sin embargo, se debe considerar que sería extremadamente difícil evaluar si un activo es perjudicial o útil para el medio ambiente, y en qué medida ocurre cualquiera de dichas situaciones.

Poniendo a un lado estos problemas más técnicos, la pregunta más amplia continúa siendo: ¿Deberían los bancos centrales asumir la responsabilidad de implementar políticas para combatir el cambio climático? Varios prominentes banqueros centrales ya han argumentado que sí deberían hacerlo. Y, a las actuales propuestas para ampliar el mandato de los bancos centrales se han sumado las crecientes preocupaciones sobre la distribución del ingreso y otros asuntos relacionados tangencialmente con la política monetaria.

Una de estas preocupaciones nos lleva a recordar un comentario irónico del gran economista de la Escuela de Chicago Jacob Viner, quien escribió en el año 1964: “Si me preguntaran cuáles son los objetivos declarados de la mayoría de los banqueros centrales, diría sobre la base de lo que les he oído decir a ellos mismos que si ellos estuvieran compareciendo ante una comisión ... incluirían una amplia gama de objetivos, entre ellos la virtud y la maternidad, así como también todo lo que se les ocurra que sea tanto agradable como bueno, o en cambio ellos insistirían en la falta de poder de los bancos centrales para eficazmente brindar servicios a cualquier objetivo importante específico”.

Después de haber desempeñado un papel decisivo para evitar que el mundo caiga en otra depresión al estilo de aquella de los años treinta, los bancos centrales tras la crisis financiera de 2008 han sido reconocidos como los salvadores del mundo. El título de “maestro”, que una vez se otorgó únicamente al ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos Alan Greenspan, ahora se ha extendido a todo el ámbito. Considerando que los banqueros centrales se encuentran en el apogeo de su buena reputación, no es de extrañar que ahora muchos quisieran que dichos banqueros realicen una contribución sustancial a la lucha contra el cambio climático.

Pero los banqueros centrales nunca deben olvidar para qué se los designa: concretamente, se los nombra en sus cargos para que ellos preserven la estabilidad de precios y, en algunos casos, apoyen altos niveles de empleo. Los banqueros centrales no son omnipotentes, y no se les debe hacer sentir como si lo fueran. Enfrentar el cambio climático es, ante todo, responsabilidad de los gobiernos y las asambleas legislativas, que se encuentran expuestos al riesgo de perder futuros comicios electorales. Las políticas climáticas que afectarán las disposiciones sociales y económicas a lo largo y ancho de toda la sociedad están en manos de aquellos que son directamente  responsables de rendir cuentas ante los votantes.

Los banqueros centrales que aceptaran asumir la responsabilidad de hacer frente al cambio climático están actuando por pretensiones, y podrían realmente socavar la independencia misma de la que dependen sus instituciones. Los bancos centrales no se crearon como instituciones independientes para que ellos puedan ampliar el ámbito de influencia de sus propios mandatos. Y, en los casos que los asuntos ambientales se encuentran entre sus objetivos secundarios, los bancos centrales deben emitir advertencias en contra de las expectativas exageradas con respecto a sus contribuciones. Responsabilizarse públicamente más allá de su limitada capacidad en este campo conduce a la decepción y socava su reputación.

No puede existir una política monetaria “verde”. Una esfera de políticas muy alejada de los mandatos que son apropiados para los bancos centrales no puede incorporarse dentro de los mencionados mandatos, y los intentos de llevar a cabo esto, inevitablemente terminarán mal, en mayor o menor medida.

Otmar Issing, former Chief Economist and Member of the Board of the European Central Bank, is President of the Center for Financial Studies at Goethe University, Frankfurt, and the author of The Birth of the Euro. Traducción del inglés al español: Rocío L. Barrientos.

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