El problema de los tipos de interés

De todas las doctrinas y extrañas y novedosas expuestas desde el comienzo de la crisis financiera mundial, la propuesta por John Taylor, economista de Stanford, tiene bastantes puntos para que se la considere la más extraña. En su opinión, las políticas económicas posteriores a la crisis que se están aplicando en los Estados Unidos, Europa y el Japón están poniendo un tope a los tipos de interés a largo plazo que es “muy parecido al efecto de un precio máximo en un mercado de alquiler en el que los propietarios reducen la oferta de viviendas de alquiler”. Según sostiene Taylor, el resultado de unos tipos de interés bajos, la relajación cuantitativa y la orientación para el futuro, es una “reducción de la disponibilidad crediticia [que] disminuye la demanda agregada, lo que suele aumentar el desempleo: una clásica consecuencia no deseada”.

La analogía de Taylor carece de sentido en el nivel fundamental. La razón por la que el control de los alquileres no gusta es la de que prohíbe transacciones que beneficiarían tanto al inquilino como al propietario de la vivienda. Cuando un organismo gubernamental impone un precio máximo del alquiler, prohíbe a los propietarios de viviendas cobrar más de una cantidad fijada, lo que distorsiona el mercado, al dejar vacíos apartamentos que los propietarios estarían dispuestos a alquilar a precios mayores e impide a los inquilinos ofrecer lo que en verdad están dispuestos a pagar.

Con las políticas económicas que Taylor critica, ese mecanismo, sencillamente, no existe. Cuando un banco central reduce los tipos de interés a largo plazo mediante operaciones de mercado abierto actuales y futuras, no impide a los posibles prestadores ofrecerse a prestar con tipos de interés mayores; tampoco impide a los prestatarios aceptar semejante oferta. Esas transacciones no se producen por una razón sencilla: los prestatarios optan con libertad por no realizarlas.

Entonces, ¿cómo llega Taylor a su analogía? Mi intuición es que su razonamiento ha resultado enmarañado con sus creencias sobre el mercado libre. Taylor y otros que comparten su opinión probablemente partan de la sensación de que los tipos de interés actuales son demasiado bajos. Dada su creencia en que el mercado libre no puede fallar (sólo se puede hacer que falle), dan por sentado, naturalmente, que los tipos anormalmente bajos han de deberse a alguna medida del Gobierno. Así, pues, el objetivo pasa a ser el de imaginar lo que habrá hecho el Gobierno para que los tipos de interés sean tan inadecuados y, como cualquier argumento que considere apropiada la intervención del Gobierno sólo puede ser una cortina de humo, surge la analogía con el control de alquileres como una de las posibles soluciones.

Si mi intuición es correcta, Taylor y sus compañeros de viaje nunca se dejarán convencer de que están equivocados. Aceptar la idea de que los banqueros centrales pueden estar haciendo todo lo posible en una situación difícil requeriría aceptar la posibilidad de que los mercados son imperfectos y falibles y eso es algo que nunca harán.

Es algo que ya hemos visto antes. Hace cinco años, Taylor y sus aliados intelectuales escribieron una “Carta abierta a Ben Bernanke”, en la que advertían que  la relajación cuantitativa que preparaba el entonces Presidente de la Reserva Federal podía provocar “degradación de la moneda e inflación”, pero, aunque su predicción resultó estar espectacularmente equivocada, no por ello se han replanteado sus teorías Taylor y ninguno de los otros firmantes ni han considerado que tal vez Bernanke sepa algo sobre la economía monetaria. En cambio, Taylor parece haber optado por otra teoría –su analogía con el control de los alquileres– sobre por qué el Gobierno está haciendo todo mal.

La única respuesta posible es la de señalar la lógica y las pruebas. Dadas las condiciones económicas reales, la política monetaria americana y europea no es demasiado relajada; si acaso, es demasiado restrictiva. El interés “natural” –el resultante las ecuaciones del equilibrio general del sistema de Walras– es en realidad inferior al que la política monetaria actual está produciendo. Sí, las perspectivas inerciales de la economía se han combinado con la política monetaria para distorsionar los tipos de interés y la tasa de inflación, pero no en la dirección que Taylor propone. Al contrario, en comparación con lo necesario (dado el estado actual de la economía) o con lo que una economía de mercado libre y precios flexibles daría con un equilibrio adecuado, los tipos de interés son demasiado altos y la inflación demasiado baja.

Los tipos de interés actuales entrañan, en efecto, algún problema. Las de por qué los tipos bajos son adecuados para la economía y durante cuánto tiempo son preguntas profundas y no zanjadas que seguirán siendo oportunas; señalan a la atención lo que  Olivier Blanchard, del MIT, llama los “rincones obscuros” de la economía, en los que la investigación ha arrojado demasiado poca luz hasta ahora. Lo que Taylor y similares no entienden es que la razón por la que hay un problema con los tipos de interés poco tiene que ver con las políticas aplicadas por los banqueros centrales y todo que ver con la situación que afrontan las autoridades.

J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiations. His role in designing the bailout of Mexico during the 1994 peso crisis placed him at the forefront of Latin America’s transformation into a region of open economies, and cemented his stature as a leading voice in economic-policy debates. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *