El problema de Obama con Israel

En una rara incursión fuera de su Texas natal, el gobernador Rick Perry acusó al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de "apaciguamiento" hacia los palestinos. El ex alcalde de la ciudad de Nueva York Edward Koch respaldó a un candidato parlamentario republicano y católico contra un demócrata judío en Nueva York, porque el republicano respalda a Israel contra viento y marea -y porque Obama había manifestado reservas sobre la expansión de los asentamientos de Israel en Cisjordania-. Según las propias palabras de Koch, Obama "arrojó a Israel debajo del ómnibus". Ganó el republicano.

Mientras tanto, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que es bastante sensible respecto de los extranjeros que se inmiscuyen en la política interna israelí, ha venido seduciendo abierta y consistentemente a parlamentarios republicanos con sus críticas contra Obama. ¿Y la respuesta de Obama? Un discurso ante las Naciones Unidas, reiterando su apoyo a Israel, su entendimiento de los miedos y la vulnerabilidad de Israel, sin casi mencionar los miedos y la vulnerabilidad palestina.

¿Qué tiene Israel que reduce al presidente de Estados Unidos a gelatina? ¿Por qué, de hecho, todos los políticos estadounidenses tienen tanto miedo de criticar las políticas israelíes? ¿Es por temor a ser tildados de antisemitas? ¿O es el "voto judío"?

Aparentemente, los demócratas no tienen tanto que temer. Las encuestas sugieren que una mayoría de los norteamericanos judíos (apenas un 1,7% de la población estadounidense) todavía vota por el Partido Demócrata.

Cuando se trata del llamado lobby de Israel en Washington, que está bien organizado y muy bien financiado, los cristianos evangélicos también juegan un papel importante. Pero votan abrumadoramente por los republicanos, de manera que Obama aparentemente no tendría mucho que perder ahí.

Es verdad, ciertas organizaciones pro-israelíes, en particular el Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos e Israel (AIPAC, por su sigla en inglés), pueden generar muchísimo dinero para respaldar o arruinar a candidatos políticos, a quienes se juzga exclusivamente por sus actitudes hacia Israel. Y el dinero, cuando se lo da o cuando se lo quita, así como los judíos que se niegan a votar por Obama por resentimiento, podrían marcar toda la diferencia en "estados indecisos" cruciales como Florida.

Dejando de lado el dinero, los votantes y los lobbies, algo fundamental cambió en los últimos años y eso asusta a los demócratas: el conflicto de Israel con Palestina hoy es utilizado por la derecha estadounidense como un garrote para golpear a los liberales.

Esto no era así antes. En las primeras décadas de su existencia moderna, cuando estaba esencialmente gobernado por socialistas, Israel contaba en gran medida con el respaldo de la izquierda liberal del mundo. De hecho, la última administración norteamericana que de alguna manera fue dura con el gobierno israelí fue la del republicano George H. W. Bush.

Los judíos, tanto en Europa como en Estados Unidos, tradicionalmente tendían a inclinarse hacia la izquierda. Las políticas de derecha, especialmente cuando se basan en el nacionalismo étnico, rara vez son buenas para las minorías, a las que les va mucho mejor en un entorno más abierto y cosmopolita. Los judíos estaban entre los más ardientes seguidores de la lucha por los derechos civiles de los norteamericanos negros en los años 1950 y 1960.

Mientras Israel fue un estado liberal, resultaba fácil, hasta natural, que la mayoría de los judíos norteamericanos lo respaldaran. No había ningún conflicto entre la cabeza y el corazón, entre un apego emocional a Israel y un compromiso político con las causas liberales.

Pero las cosas empezaron a cambiar cuando el Partido Laborista israelí perdió terreno a manos del Likud de línea más dura. Cada vez más, Israel empezó a verse infectado precisamente por el tipo de política a la que la mayoría de los judíos tradicionalmente le temieron, especialmente el nacionalismo étnico.

Provocado en parte por la hostilidad de los vecinos árabes y la intransigencia de los líderes palestinos, Israel comenzó a girar marcadamente hacia la derecha. Esto también fue el resultado de cambios demográficos: los judíos de Oriente Medio eran más visceralmente anti-árabes que sus hermanos europeos, y los inmigrantes judíos de Rusia eran visceralmente anti-izquierda. Es más, la cantidad de judíos ortodoxos siguió creciendo rápidamente.

En consecuencia, la izquierda liberal europea perdió su simpatía por Israel y el país adquirió un nuevo grupo de amigos entre la derecha -inclusive la extrema derecha-. Los populistas europeos de derecha, entre ellos algunos que representan partidos con un fuerte pasado antisemita, hoy proclaman orgullosamente su respaldo por los colonos israelíes en tierra palestina. Y, en Estados Unidos, una peculiar alianza de judíos de línea dura y cristianos evangélicos, que creen que todos los judíos llegado el caso deberían regresar a la Tierra Santa y convertirse al Cristianismo, se ha vuelto la principal base de respaldo de Israel.

Esto ha dado lugar a una situación muy extraña. Los políticos de derecha del sur de Estados Unidos, junto con los populistas austríacos, alemanes, franceses y holandeses, están acusando a los liberales de apaciguar al "islamofacismo". Estos herederos políticos de tradiciones profundamente racistas son los nuevos paladines de un estado judío, cuyas políticas hoy le deben más al chauvinismo étnico del siglo XIX que a las raíces socialistas del sionismo.

Defender las políticas intransigentes de Israel tal vez sea la manera más fácil que encuentre el presidente demócrata de Estados Unidos de evitar problemas en un año electoral. Obama efectivamente necesita todos los amigos que pueda conseguir. Pero el precio será alto. Obligado a respaldar a Israel, para bien o para mal, Estados Unidos rápidamente está perdiendo credibilidad e influencia en un Oriente Medio turbulento.

Ejercer presión sobre Israel para que frene la construcción de asentamientos y llegue a un acuerdo sobre un estado palestino viable será muy difícil. Pero es la única manera de romper el ciclo constante de violencia. Hacerle frente a Israel, y a sus nuevos amigos fanáticos, no es anti-judío. Por el contrario, es defender la tradición liberal en la que muchos judíos siguen creyendo.

Ian Buruma, profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College y autor de Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents.

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