El problema del consentimiento y nuestra cultura sexual rota

El 8 de marzo de 2022, la cantante Sasha Sokol confesó haber sostenido una relación con su productor y representante Luis de Llano, cuando ella tenía 14 años y él 36. Lo hizo para 'generar conciencia sobre los riesgos que vivimos los jóvenes'. (Twitter Sasha Sokol)
El 8 de marzo de 2022, la cantante Sasha Sokol confesó haber sostenido una relación con su productor y representante Luis de Llano, cuando ella tenía 14 años y él 36. Lo hizo para 'generar conciencia sobre los riesgos que vivimos los jóvenes'. (Twitter Sasha Sokol)

Las palabras son cosas vivas que mutan y rezongan, y como cosas vivas hay mucha variación entre unas y otras. Algunas son más o menos transparentes y van al punto: una mesa es un tablero horizontal sostenido por una o varias patas, un cangrejo es un crustáceo marino cubierto por un caparazón, un billete es un trozo de papel que representa cierto valor.​ Pero otras son bichos más raros, indomables: palabras como justicia, bien, verdad.

Consentimiento pertenece al segundo grupo, el de palabras que los seres humanos nos hemos pasado la historia intentando definir. ¿Qué implica otorgar consentimiento para algo? ¿Cómo luce en un sentido práctico, sobre todo en el plano de la seducción y el erotismo? ¿Qué hay de la ambigüedad, del arrepentimiento? Así como nos enseñaron que no puede querer decir sí, tenemos que hablar de cómo un a veces está forzado por circunstancias personales y culturales muy difíciles de aprehender. Asumir el consentimiento como la vara más alta para que una interacción sexual resulte satisfactoria nos distrae de preguntas de verdad esenciales, explica Christine Emba: ¿Fue un consentimiento obtenido justamente? ¿Expresa cabalmente lo que la otra persona desea?

En 2018, tras el auge de movimientos como #MeToo y #BalanceTonPorc (“Exhibe a tu cerdo”), la actriz francesa Catherine Deneuve encabezó la redacción de una carta publicada en Le Monde en la que se argumenta que la práctica de exponer de manera pública experiencias privadas ha ido demasiado lejos. “La violación es un delito. Pero el coqueteo insistente o torpe no lo es, ni es la caballerosidad una agresión machista”, empieza el mensaje, y luego señala que “los accidentes que pueden afectar al cuerpo de una mujer no necesariamente afectan con ello su dignidad y no deben volverla una víctima perpetua”.

La carta, que por supuesto no esclarece —no sería posible hacerlo— qué es una mala conducta sexual y qué no, generó una amplia gama de reacciones en su momento, incluyendo por ejemplo un artículo donde la feminista Caroline de Haas advierte que la diferencia entre la seducción y el acoso no es asunto de grado, sino de naturaleza. La pregunta, sin embargo, permanece: ¿Es posible dibujar una línea objetiva entre una cosa y otra?

Al margen de la postura que tomemos en este debate, lo cierto es que el consentimiento es una palabra tan escurridiza que ni las leyes más precisas han logrado delimitarla. Puede servir para proteger a las mujeres, sí, pero al mismo tiempo las obliga a cumplir estándares de coherencia a los que los hombres rara vez están sujetos. Mientras tanto, continúa sin cumplir con lo que muchas personas esperan: que las interacciones sexuales consensuadas siempre estén genuinamente motivadas por la libertad y el deseo (otras dos palabras indomables, por cierto).

Sin ir más lejos, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, la cantante mexicana Sasha Sokol decidió hablar sobre la relación que sostuvo con su representante Luis de Llano cuando ella tenía 14 años y él 39. Todo se desató a raíz una entrevista que De Llano le dio al comunicador Yordi Rosado, en la que declaró haber tenido “un romance” con Sokol, que entonces formaba parte de Timbiriche. “Me enamoré y me mandó al demonio. Lo admito. Tuve un momento en que convivimos mucho y estuve muy enamorado de ella”, dijo como si se tratara de una historia de amor común y corriente y no la confesión abierta de un delito.

Aunque los hechos parezcan sencillos, en el fondo casi nunca lo son. Unos días después de la entrevista, Sokol habló. “Desde los 14 años quise creer que fui responsable de lo que pasó. Hoy comprendo que mi única responsabilidad fue guardar silencio”, escribió en su cuenta de Twitter y luego publicó un hilo con detalles sobre lo ocurrido, incluyendo los intentos de sus padres por romper la relación. “Me costó mucho dejarlo, él era un hombre poderoso en la industria”, admitió, haciendo evidente que una relación puede ser abusiva incluso si parece haber consentimiento de por medio. El 5 de abril, anunció su decisión final: “Luis: pensar que no actuaste de forma inmoral es lo inmoral. Nos vemos en los tribunales”.

Más que detenernos en la textura de cada caso, es momento de pensar en las dinámicas de poder que entran en juego en nuestras interacciones “románticas”. La idea de que el deseo femenino está subordinado al masculino apunta hacia patrones de socialización que conducen a interacciones sexuales abusivas, si bien legalmente no sean consideradas criminales. Aunque los códigos están en transformación constante, el mensaje cultural que recibimos desde muy niñas es que los hombres deben insistirnos y nosotras debemos decir que no, al menos al principio, a menudo comunicando de forma no verbal lo opuesto de lo que queremos transmitir. “Una parte sustantiva del comportamiento masculino aceptado socialmente es abusiva”, explica la antropóloga Marta Lamas, “y existe un profundo conflicto de interés entre mujeres y hombres respecto a la prevención del abuso sexual”.

Dado que una buena parte de la violencia machista es difícil de encasillar en palabras, ¿cómo explicar por qué participamos en interacciones sexuales de las que no estamos plenamente convencidas, aunque expresemos lo contrario? Pienso por ejemplo en la historia de Grace, la fotógrafa neoyorquina de 23 años que describió una cita que tuvo con el comediante Aziz Ansari como “la peor noche de su vida”. Aunque el encuentro sexual que tuvieron fue consensuado, ella cuenta cómo Ansari insistió hasta hacerla sentir incómoda, ignorando las señales verbales y no verbales con las que le pidió que se detuviera. ¿Por qué es tan común que un encuentro que en su momento parecía “normal” termine siendo traumático con el paso del tiempo?

Ver el caso Anzari a la luz del relato de Sasha Sokol sobre su relación con Luis de Llano deja claro que explorar las áreas grises de la violencia machista es necesario para construir una nueva ética sexual donde, a la par de la demanda de claridad y contundencia hecha a las mujeres, se les exija a los hombres leer mejor las señales y no incurrir en actos violentos. El abuso no siempre se muestra de la misma manera, y por lo tanto no debe catalogarse igual ni enfrentarse con medidas idénticas. Por eso, más que seguir insistiendo en el consentimiento como la única condición legalmente relevante de nuestras interacciones sexuales, hay que cuestionar la cultura sexual completa y los palillos en los que parece estar sostenida.

Isabel Zapata es escritora y cofundadora de Ediciones Antílope. Su libro más reciente es ‘In vitro’ (Almadía, 2021).

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