El problema del PSOE

Al PSOE le duele reconocer cuál es su problema. Atribuyen su delicada situación de hoy al legado de Zapatero, pero definirlo así no les facilita las cosas. Zapatero se fue y ellos han seguido cometiendo errores: entre otros aprobar por unanimidad su gestión, trasvertirse de nacionalistas cantando la Internacional, o decir que a España le vendría bien una estructura federal cuando ellos están incómodos en ella.

Profundizaríamos en la cuestión si recordáramos que Zapatero no se nombró a sí mismo: fue elegido compitiendo para secretario general con Rosa Díez y Bono, en una decisión analgésica y fallida porque era el peor. Y nos acercaríamos más al meollo del problema si contabilizáramos la ausencia de banquillo que ha mostrado desde entonces un partido que tuvo nombres memorables.

El PSOE de González, con Guerra, Ordóñez, Solchaga, Solana y Semprún, poco se pareció al de Zapatero, Blanco, Salgado, Aído, Montilla y Pajín. Las comparaciones son odiosas, pero también reveladoras. ¿Qué no heredaron los segundos que se quedó por el camino? Se perdieron años de formación y doctorados en Lovaina, el MIT, distintas universidades de California, la Sorbona... Se echó en falta la predisposición de González a rodearse de gente más brillante que él y a crear equipos; mientras, Zapatero, de forma reiterada, optó por la docilidad de sus ministros en vez de preferirlos por su capacidad.

Acostumbrada la nueva generación del partido a ganar un puesto en las listas con el esfuerzo de sus antecesores, o a recibir una economía próspera en el último traspaso de poder, se deleitó en el papel de heredera burguesa, sin contar con el acicate de restaurar la democracia ni el morbo de la clandestinidad.

Pero también podemos perfilar el problema a ras del suelo. Hará tres años me dijo el alcalde socialista de un pueblo que ansiaba construir una plaza que se llamara Plaza de los Derechos Humanos. Inquirí el coste y me precisó que 800.000 euros. Suponía el presupuesto del ayuntamiento de un año, pero insistió en que quería transmitir un legado de valores a sus conciudadanos. Si tan importante es para ti —le dije— cámbiale el nombre a la que tenéis y habilitarás 800.000 euros para ordenadores en la escuela. La plaza ha costado 1.200.000 euros. Localizada a las afueras, nadie sabe ni cómo se llama y su sucesor en la corporación municipal lleva dos meses sin pagar las nóminas del consistorio. La historia forma parte, con millares de otras, del Plan E: una sangría de inversiones que se encomendaron sin control a manos bienintencionadas, como las de mi amigo, que por las tardes conducía una ambulancia y no sabía qué era el retorno de la inversión.

Lo que comparten esos dos niveles de análisis es negligencia en la selección de personas y proyectos. Como ninguno de los desempeños señalados admitiría el calificativo de excelente nos queda, por exclusión, el severo pero explícito de mediocre: la mediocridad es el problema hondo e hiriente del PSOE actual. Ahora bien, si esa es la mala noticia, la buena es que de la mediocridad se sale… haciendo las cosas correctas.

Con comportamientos mediocres y dañinos el PSOE le perdió el respeto a España; y la sociedad española, que había conocido otros líderes y programas, le retiró sus votos. El PSOE, lejos de reconocerlo, ha preferido fijar su problema como un mix de crisis global, ejecutiva anterior y oposición desleal; todo antes que admitir que lleva años instalado en una mediocracia, carente de ambición, a la que la caída consecutiva de votos en Cataluña le parece aceptable. Quizá fuera oportuno recordar que Ortega consideraba la autoexigencia como indicio de categoría. Si de verdad los socialistas aspiran con alguna verosimilitud a volver al poder, algo que sería positivo para la democracia, aunque no imprescindible, tal vez deberían considerar:

1) Reconocer sus fallos y disculparse por su pobrísima gestión. Decía García-Page, un dirigente relevante del PSOE, que los españoles no les habían absuelto de la era Zapatero. Pero el perdón hay que pedirlo. El Rey lo hizo por un tema menor. Además su solicitud no debe ir acompañada de exégesis atenuantes: el PSOE está como está porque sería difícil atribuirle una cosa relevante que haya hecho bien en los últimos cinco años. Creo en la eficacia de las excusas si las explicaciones son institucionales y contritas y no si son tácticas o demagógicas. El perdón en política no es mortificación cristiana, es pragmatismo.

2) Abrirse a la sociedad para elegir cuadros de calidad humana, practicar el «head hunting», aproximarse a escuelas de liderazgo, formar gente joven fuera de casa para evitar el sectarismo, becar en el extranjero a sus lumbreras y, por ultimo, modelarlos conforme a las normas imperativas de identidad patria que a los de la generación anterior le dieron fruto. Acceder al poder con estudios y sin carreras, signo inequívoco de medianía, debería ser la excepción. El último Gobierno chino tenía 16 ministros ingenieros porque su propósito era crecer. ¿De cuántos podría disponer el PSOE para idéntica misión? El Partido Socialista precisa cuadros con urgencia dignos de un país como España. Sin olvidar que si su mantra es crecer, sus dirigentes deberán entender el mundo complejísimo de saber invertir, que por vocación les es hostil y ajeno.

3) Lograr este arsenal intelectual no se improvisa: la selección natural hasta alcanzar el nivel de los gobiernos de González fue de muchos años. Ahora tienen tres de obligada paciencia, quizás siete, para recuperar grandeza, atractivo y consistencia.

El Congreso que preparan, más que una batalla de ideas, grandilocuencia a la que es propenso el progresismo (mi amigo el alcalde nombró a su pueblo «primer territorio desnuclearizado de España», sic), precisa rigor, elemento serio y consustancial del progreso. Sólo así podrían ofrecer algo fiable a este país. Me permito recordarles que no deben sucumbir a la ansiedad, porque su prioridad ahora no es volver al poder, sino reestablecerse. Intuyo que sólo mirándose con valentía y detenimiento al espejo compartirán este áspero diagnóstico.

José Félix Pérez-Orive Carceller, escritor

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