El proceso de “reimperialización” de Rusia, 2000-2016

La política exterior y de seguridad de Rusia está impulsada por el empeño de recuperar el estatus de gran potencia mediante el control de las “zonas de influencia” en los países vecinos, a través de un sofisticado proceso de “reimperialización” (entendido como resurgimiento o reconstrucción del imperio), así como mediante una escalada en la competición geopolítica con Occidente (la UE, EEUU y la OTAN). Los objetivos principales de este Documento de Trabajo son: (1) describir y analizar el proceso de reimperialización de Rusia entre los años 2000 y 2016 en el espacio post soviético; y (2) definir los principales objetivos estratégicos rusos en Oriente Medio (con especial énfasis en Siria) y en la Cuenca del Pacífico, en contraste con los occidentales.

Con este propósito, se ha examinado la relación entre ideas y hechos. En una breve introducción se aborda la percepción histórica y el actual del modelo estatal de imperio en las elites y pueblo ruso, así como las consecuencias de su desintegración a raíz del colapso del sistema comunista en 1991. A continuación se resumen las ideas desarrolladas en los documentos oficiales (el Concepto de la Seguridad Nacional, el Concepto de Política exterior y la Doctrina Militar), que definen el papel de la Rusia post imperial como actor estratégico global y regional. La tercera parte del documento ofrece una descripción de la implementación de estas ideas en escenarios concretos: en el espacio post-soviético (Europa del Este, Sur del Cáucaso, Países Bálticos y Asia Central) y en otros escenarios de la rivalidad entre Rusia y Occidente. Finalmente, se valoran las posibles consecuencias del resurgimiento de Rusia, con vistas a las futuras relaciones entre Rusia y Occidente.

(1) Introducción: en busca de la identidad post imperial

Con el colapso del comunismo en Rusia, en 1991, se culminaba la desaparición de dos sucesivas entidades políticas: la del Imperio ruso (1550-1914), que duró más de 400 años, y la de la Unión Soviética (1922-1991), cuyas fronteras coincidieron con las imperiales durante 69 años. La Rusia actual, heredera de ambos legados históricos, es un Estado post imperial y post comunista. El actual proceso de reimperialización representa la continuidad de una vieja historia de traumáticas rupturas. La primera parte de esta historia corresponde a la invasión de los mongoles, que destruyeron el reino Rus de Kiev en 1237, y a la progresiva recuperación del territorio y fundación del Principado de Moscovia a finales del siglo XIII, germen del futuro imperio ruso. La segunda surgió de la desintegración del imperio zarista a causa de la Revolución de Octubre (1917) y de la reconstrucción de la unidad imperial bajo el poder bolchevique (1917-1922). La descomposición de la Unión Soviética (1991), que supuso el colapso de los sistemas político, económico, de seguridad y defensa y del Estado como entidad política, representó el final del imperio, pero también una oportunidad histórica para construir un Estado-nación ruso, emprender un proceso de transición a la democracia e integrar Rusia gradualmente en las instituciones internacionales.

Boris Yeltsin intentó realizar esta tarea titánica a través de tres revoluciones simultáneas: (1) la creación de un mercado libre; (2) la democratización del poder político; y (3) la transformación del imperio en un Estado-nación que seguiría siendo una potencia nuclear. Este proceso ha fracasado a causa, sobre todo, del legado histórico ruso y de las contradicciones estructurales en el proceso de la transición.

Rusia es la heredera legítima de la antigua URSS en las instituciones internacionales. Reconoció formalmente la independencia de 15 Estados nuevos creados sobre las ruinas del antiguo imperio. Sin embargo, el concepto de la identidad nacional definido por el Kremlin –“los rusos son una nación dividida por las fronteras post soviéticas”– no coincide con las actuales fronteras territoriales de Rusia. En su discurso posterior a la anexión de Crimea (el 18 de marzo de 2014), Vladimir Putin afirmó que “millones de personas se fueron a dormir en un país y se despertaron en muchos otros Estados, convirtiéndose en las minorías étnicas de las antiguas repúblicas soviéticas; así, los rusos se convirtieron en una de las naciones más grandes, si no la más grande del mundo, separada por fronteras”.

La pérdida de la identidad imperial marcó el comienzo de la búsqueda de una nueva identidad nacional. Como señala Vera Tolz, en los años 90 las elites políticas e intelectuales rusas consideraron cinco posibles conceptos de la identidad nacional: (1) “la nación unificadora”, que define a los rusos como un pueblo imperial o un pueblo con la misión de crear un Estado supranacional; (2) “la nación de todos los eslavos del este”, que considera rusos a todos los pueblos que comparten una cultura y un origen común eslavos; (3) “la nación como comunidad lingüística”, que sostiene que los rusos son todas las personas que hablan ruso, independientemente de su origen étnico; (4) “la nación como raza”, que percibe la nación como la comunidad basada en las relaciones de sangre, en la que sólo pueden ser rusas las personas cuyos padres sean rusos; y (5) “la nación cívica”, que entiende la nación como comunidad de ciudadanos independientemente de su origen étnico, religioso o cultural. Como se verá en el análisis de los documentos oficiales sobre la idea de Rusia como Estado post imperial, el concepto de la nación dividida y la definición de la nación como comunidad lingüística son los elementos más significativos de la definición del concepto de la seguridad nacional.

La primera consecuencia del fracasado intento de Boris Yeltsin de implantar las bases de un proceso de transición a la democracia fue la llegada al poder de Vladimir Putin, que promovió el patrón del Estado autocrático tradicional ruso. Este modelo se basa en incrementar el territorio y el poder militar, en un prestigioso estatus internacional y en el poder personal del líder. Sería equivocado suponer que Vladimir Putin es el único actor político de Rusia, pero no lo es afirmar que es el más poderoso y el más efectivo en la toma de decisiones, dado que Rusia tiene un régimen autocrático y, en tal sentido, el presidente ruso es la clave y el principal motor del proceso de reimperialización actual. Sin embargo, Putin también es un “actor interactivo”: su poder personal y el de un reducido grupo de oligarcas depende de su capacidad para cumplir las expectativas de las élites políticas y militares que todavía perciben Rusia como un imperio o superpotencia, y de la mayoría de los ciudadanos que, desde 1996, en diferentes encuestas de opinión pública, expresan que su mayor interés es la restauración del estatus de Rusia como gran potencia.

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Mira Milosevich-Juaristi, investigadora senior asociada, Real Instituto Elcano

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